La educación es el gran instrumento del Estado para secularizar España

La educación se presenta como el principal instrumento del Estado moderno para impulsar la secularización y reducir la influencia pública de la Iglesia en la España contemporánea.

La educación ocupa un lugar central en el proceso de secularización impulsado por el Estado moderno, según sostiene el economista e historiador Antonio Martín Puerta en su libro El declive de la Iglesia en España (1808-1936), donde analiza las causas históricas de la progresiva pérdida de influencia pública de la Iglesia en la España contemporánea y subraya el papel decisivo de la escuela como instrumento ideológico.

En su obra, Martín Puerta plantea que la secularización no fue un fenómeno espontáneo ni resultado de una demanda social mayoritaria, sino un proceso dirigido desde el poder político, en el que la educación aparece como una herramienta estratégica, capaz de modelar mentalidades y consolidar cambios culturales profundos a lo largo de varias generaciones.

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El historiador explica que el interés del Estado por controlar de forma casi exclusiva el sistema educativo responde a esta lógica de transformación social, ya que la escuela no se limita a transmitir conocimientos técnicos, sino que vehicula valores, concepciones antropológicas y una determinada visión del mundo, motivo por el cual el poder político ha tendido históricamente a favorecer un modelo de educación pública única, dependiente directamente de la administración.

Desde esta perspectiva, las dificultades impuestas a la educación privada y concertada, especialmente a los centros de carácter religioso, no obedecen únicamente a razones organizativas o económicas, porque, según Martín Puerta, limitar la pluralidad educativa facilita la homogeneización ideológica al reducir la presencia de proyectos formativos que transmiten una cosmovisión distinta de la promovida por el Estado laicista.

El autor sostiene que la exclusión progresiva de la Iglesia del ámbito educativo ha sido uno de los objetivos constantes del proceso secularizador desde el siglo XIX y que, a través de reformas legales, planes de estudio y control institucional, el Estado fue desplazando a la Iglesia de un espacio en el que históricamente había desempeñado un papel central en la formación cultural y moral de la sociedad.

En su análisis histórico, Martín Puerta destaca que los movimientos políticos de izquierda comprendieron con especial claridad el potencial transformador de la educación y, por ese motivo, orientaron buena parte de su acción política a reforzar el monopolio estatal en este ámbito, conscientes de que los cambios introducidos en la escuela resultan más duraderos y eficaces que las reformas políticas de corto plazo.

El libro subraya que la educación se convierte así en un instrumento privilegiado de ingeniería social mediante el cual el Estado puede redefinir progresivamente la relación entre religión, sociedad y espacio público, de modo que la transmisión sistemática de valores laicistas desde la escuela contribuye, según el historiador, a consolidar una sociedad cada vez más desvinculada de la tradición cristiana.

Martín Puerta concluye que el debate educativo no es una cuestión meramente técnica o pedagógica, sino un conflicto de fondo sobre el modelo de sociedad y que, a su juicio, las restricciones a la libertad educativa y las trabas a los centros religiosos forman parte de una estrategia histórica orientada a transformar la sociedad desde sus cimientos, en continuidad con un proceso secularizador que, según sostiene, sigue plenamente vigente.