La conferencia episcopal Católica de Filipinas (CBCP) ha lanzado una dura advertencia sobre los peligros del juego en línea, al que califican como una "nueva plaga" que se extiende silenciosamente entre la población.
En un comunicado firmado por el cardenal Pablo Virgilio David, los obispos alertan sobre el crecimiento alarmante de esta forma de adicción, especialmente entre los jóvenes, y exigen acciones concretas por parte del gobierno, los medios de comunicación, las familias y la Iglesia.
Según el mensaje pastoral, el juego online no es un simple entretenimiento ni un uso inocente de la tecnología. Los obispos lo describen como una adicción que avanza de forma casi invisible, camuflada en las plataformas digitales, donde basta un clic desde una cuenta bancaria o billetera electrónica para que una persona quede atrapada. La naturaleza permanente y accesible del juego en línea —disponible las 24 horas, los siete días de la semana— ha contribuido a su expansión, facilitando su consumo incluso por parte de menores de edad.
El comunicado recoge testimonios reales que reflejan la gravedad de la situación: trabajadores que pierden su salario apostando, familias rotas por las deudas, estudiantes que abandonan sus estudios por la adicción, y personas con deterioro en su salud mental. “Siempre se me va todo el sueldo”, “no me di cuenta de que ya era adicto”, “se destruyó nuestra familia por culpa del juego” o “afectó gravemente su salud mental” son algunas de las frases citadas por los obispos para ilustrar cómo el sugal —como se conoce localmente al juego— ha causado estragos personales y sociales.
Más allá de sus consecuencias individuales, los obispos sitúan el juego en línea como un problema de salud pública comparable con otras adicciones como las drogas. Lo consideran una forma moderna de esclavitud que debe ser abordada con urgencia. Denuncian además el silencio de muchos sectores clave, como el gobierno, los medios de comunicación y el mundo empresarial, a quienes acusan de tolerar e incluso fomentar esta actividad por intereses económicos. “¿Por qué parecen estar en silencio los medios, el gobierno y el mundo de los negocios?”, se preguntan, y sugieren que detrás de ese mutismo se ocultan grandes ganancias a costa del sufrimiento de las familias filipinas.
Una de las críticas más duras se dirige al modo en que la cultura del país comienza a normalizar el juego. Afirman que el discurso que lo presenta como algo “normal”, “divertido” o “inofensivo” contribuye a que la conciencia moral de la sociedad se vuelva insensible. Para los obispos, el juego es moralmente inaceptable cuando impide a una persona cubrir las necesidades básicas de su familia, y citan el Catecismo de la Iglesia para sostener esta postura. En ese sentido, cuestionan si el país está promoviendo una cultura de resiliencia o, por el contrario, una cultura del juego donde el escape y el vicio reemplazan el esfuerzo y la solidaridad.
El mensaje también es una llamada a la acción. A las autoridades les exigen una regulación efectiva de los sistemas de pago digitales que facilitan el acceso de los jóvenes a las apuestas, además de replantear las políticas públicas que priorizan el lucro sobre el bienestar social. A los medios les piden dejar de presentar el juego como algo atractivo o glamoroso y mostrar su verdadero rostro: el de una adicción destructiva. A las comunidades parroquiales les recuerdan que no pueden callar ante esta crisis y deben acompañar con compasión a las víctimas. A las familias, las exhortan a proteger a sus hijos y restaurar los vínculos afectivos que se ven vulnerados por esta problemática.
Los obispos también se dirigen directamente a quienes ya han caído en el juego. Les aseguran que no están solos, que su situación no es una vergüenza sino una herida que necesita acompañamiento, y que la Iglesia está dispuesta a acogerlos. Recordando las palabras de Jesús, proclaman que “si el Hijo los libera, serán verdaderamente libres”, y destacan que la esperanza sigue siendo posible para todos aquellos que buscan una salida.
Finalmente, en el contexto del Jubileo de la Esperanza, el episcopado filipino hace una llamada a toda la nación a rechazar esta forma de esclavitud moderna. Pide que no se sigan llamando “entretenimiento” a cosas que, en realidad, esclavizan. Invita a redescubrir el verdadero sentido de la libertad cristiana, que no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en librarse de aquello que destruye el alma, la familia y la comunidad. “Que no nos gane la indiferencia —dicen—. Que no se sacrifiquen los valores por el brillo del dinero.”
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