Moritos, mitras y morro: en defensa del arzobispo de Oviedo
Moritos, mitras y morro: en defensa del arzobispo de Oviedo

El arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, ha hecho lo que lleva años faltando en la Iglesia en España: hablar con la libertad de un hijo de Dios, no con el guión de un funcionario del Estado multicultural. Al señalar la falta de reciprocidad religiosa por parte de países islámicos —donde los cristianos son perseguidos, encarcelados o asesinados—, y hacerlo además con lenguaje directo, ha provocado una reacción en cadena de fariseísmo episcopal y berrinche mediático.

¡Alarma! ¡Ha dicho “moritos”! Sí, y eso ha bastado para que se le llame islamófobo, xenófobo y demás etiquetas prefabricadas que sirven para esquivar lo importante: los cristianos están muriendo en el mundo musulmán y aquí se les ignora.

Por cierto, para los guardianes del lenguaje sensible: el Diccionario de la Real Academia Española no define "morito" como un término étnico o religioso. Define así: morito: ave zancuda parecida a la cigüeña, de plumaje negro con reflejos metálicos.

Sí, estimado lector, puede que el arzobispo de Oviedo simplemente estuviera hablando de aves migratorias. ¿O es que vamos a aceptar que todo lo que suene a “mor-” ya es delito lingüístico?

El problema, claro está, no es semántico. Es ideológico. Porque cuando un obispo se atreve a romper el discurso oficial, cuando no se arrodilla ante el dogma laico de la corrección política, entonces es automáticamente expulsado del paraíso del consenso episcopal. Y eso, en esta Iglesia anestesiada, es casi un pecado mortal.

Pero Mons. Sanz no es un lobo solitario. Otros obispos han dicho lo mismo (con menos ruido mediático, claro): El arzobispo de Valladolid y actual presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Argüello, lleva tiempo reclamando la reciprocidad como condición mínima en materia de libertad religiosa. Mons. Munilla, desde Orihuela-Alicante, ha denunciado con insistencia la persecución de cristianos en territorios islámicos.

Frente a ellos, la otra cara de la Iglesia acomodada: Mons. Planellas, arzobispo de Tarragona, defensor de todo lo que huela a rendición cultural, sigue haciendo méritos para ser capellán oficial del progresismo ibérico. Y luego está Mons. Cobo, en Madrid, flotando en esa tibieza clerical que ni molesta ni convence. Su relevancia se limita al círculo mediático que vive de repetirle que es importante. Si alguien tenía esperanzas de que le sirviera de trampolín para sustituir al Cardenal Czerny en Roma, ha quedado claro que no vale ni para eso.

Pero lo más revelador del caso ha sido la reacción de El País. Que salga a atacar en pleno mes de agosto, con su escuadrón de becarios, a un obispo por criticar la falta de reciprocidad islámica… eso sí que es medalla de honor. Acusan al prelado de "islamofobia", ellos, que han hecho del odio a la religión católica su bandera editorial desde hace décadas. Cuando hay que ensañarse con la Iglesia, ahí están los titanes de Prisa, desempolvando escándalos, manipulando cifras, reescribiendo la historia o, si hace falta, inventando abusos.

¿Recuerda el lector el "caso Bollycao"? Aquel montaje periodístico de El País sobre supuestos abusos sexuales en un colegio religioso que acabó en nada. Lo importante no era la verdad, sino el daño infligido. Lo mismo da. Cuando el objetivo es la Iglesia, todo vale. Pero ay de aquel que toque el Islam. Entonces se vuelven piadosos, rigurosos, respetuosos. “No hay que generalizar”, “no todos son así”, “la convivencia”… Lo que El País detesta no es el fanatismo religioso. Es la fe católica.

Y en medio de todo esto, el arzobispo de Oviedo. No desde cualquier lugar, sino desde la cuna de la Reconquista. ¿Qué esperaban que dijera? ¿Un canto a la multiculturalidad líquida? ¿Una oda a la tolerancia unilateral? No, señor. Asturias no olvida. Ni Pelayo. Ni Covadonga. Ni la sangre cristiana que empapó las montañas para expulsar al islam invasor. Claro que a algunos pastores de sensibilidad líquida y a ciertos políticos con vocación de ameba les incomoda que se recuerde la Reconquista. Les gustaría pensar que fue un error histórico. “¡Mejor no haberlos echado, así no se habrían ido nunca!”, parecen lamentarse.

El verdadero problema de las palabras de Mons. Sanz Montes no es el tono. Es el contenido. Y más aún, el hecho mismo de que se haya atrevido a hablar. Porque hoy, en la Iglesia institucional, hablar claro es más ofensivo que blasfemar. Su delito no es semántico, ni diplomático. Es eclesial: ha roto el consenso de cartón piedra que reina en la CEE.

Y eso, en los tiempos que corren, es más grave que cualquier herejía.

A los fieles que aún creen en una Iglesia con columna vertebral, a los que no aceptan ver cómo se entrega nuestra fe en nombre del “diálogo interreligioso”, a los que rezan por los cristianos perseguidos y no tienen voz… les ha hablado un obispo. Uno de los suyos.

Y si lo persiguen, ya sabe que está en buena compañía.

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