Catecismo, pecado y caza episcopal: cuando la ignorancia se disfraza de progreso

Catecismo, pecado y caza episcopal: cuando la ignorancia se disfraza de progreso

La última cruzada contra monseñor Reig Pla no ha nacido del amor a la verdad ni del respeto a los más vulnerables, sino de una histeria teledirigida que transforma una homilía en munición política. En un clima social donde el analfabetismo teológico se confunde con virtud cívica, toca recordar qué dice realmente la Iglesia... y desmontar, sin contemplaciones, a quienes se atreven a denunciar un catecismo como si fuera un crimen.

Lo que pasó (y lo que no pasó)

El 20 de mayo, el obispo emérito de Alcalá de Henares, monseñor Juan Antonio Reig Pla, fue denunciado ante la Fiscalía por una homilía que pronunció días antes, el 11 de mayo, en la Basílica de Alba de Tormes. En ella habló del valor absoluto de toda vida humana, incluida la de quienes nacen con alguna discapacidad. Dijo —y cito textualmente— que “tú y yo venimos del infinito amor de Dios” y que “también los niños que nacen con discapacidad física o intelectual o psíquica […] han sido llamados por Dios”, añadiendo que esta realidad forma parte de “la herencia del pecado y del desorden de la naturaleza”.

Y hasta aquí, nada que no esté perfectamente asumido por la doctrina católica desde hace dos milenios. Pero bastaron estas palabras —precisamente por ser comprensibles, fieles y pronunciadas sin complejos— para que se desatara una campaña de linchamiento mediático y político. En menos de una semana, el Ministerio de Derechos Sociales lo denunció ante la Fiscalía por incitación al odio, varias asociaciones exigieron su reprobación, y hasta se pidió a la Conferencia Episcopal que sometiera a sus obispos a una “formación en derechos humanos y discapacidad”. Orwell se quedó corto.

Lo que enseña la Iglesia (y lo que ignoran los denunciantes)

Lo que dijo Reig Pla no solo es ortodoxo, es que es literalmente parte del Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por san Juan Pablo II en 1992. Dos puntos clave:

El número 418 afirma que el pecado original dejó a la humanidad sometida a la ignorancia, al sufrimiento y a la muerte, y debilitada en sus fuerzas. El número 2448 enseña que la miseria humana —pobreza, opresión, enfermedad mental o física— es signo de esa fragilidad congénita del ser humano después del pecado, y que precisamente por eso Cristo vino a salvarnos.

Esta doctrina no dice que los discapacitados sean culpables de algo, ni menos valiosos. Al contrario: afirma que todos somos heridos por una humanidad caída, y todos somos amados, redimidos y llamados por Dios. Es una visión que eleva la dignidad humana en su raíz más profunda, no una ofensa.

La ignorancia como castigo (y como estilo de vida)

Y aquí entra un dato irónicamente profético: el propio Catecismo, en ese mismo punto 418, explica que una de las secuelas del pecado original es precisamente la ignorancia.

Nunca ha habido tantos teolocuñados —ese subgénero del opinador que lo mismo juzga una homilía que pontifica sobre la Trinidad con argumentos sacados de Instagram— como hoy. Gente que jamás ha pisado una clase de teología ni abierto el Catecismo, pero se indigna como si fueran guardianes de la ortodoxia moral del siglo XXI.

Estos sabios de tertulia y activismo subvencionado desprecian términos como “pecado” o “naturaleza caída”, aunque no sabrían distinguir entre san Agustín y la mascota del colegio. Lo suyo no es el estudio ni el matiz: es la consigna emocional, la indignación automática y la cancelación preventiva.

Por eso, para muchos de ellos, la ignorancia no solo es una carencia, sino una militancia. Una forma de vida. Una ideología.

Progres con sotana imaginaria y fariseos de pancarta

Aquí no estamos ante un debate sobre sensibilidad, sino ante un asalto ideológico que aprovecha la ignorancia religiosa generalizada para presentar como delito una enseñanza que la Iglesia profesa desde hace 2.000 años. ¿Quiénes son los verdugos? Una mezcla pintoresca de políticos en campaña permanente, activistas de ONG hiperfinanciadas, asociaciones que creen que los púlpitos deben someterse al BOE, y opinadores en serie que jamás pisaron una misa... pero que ahora se sienten capacitados para impartir doctrina a los obispos.

Y lo hacen, cómo no, con tono paternalista: “esto ya no se puede decir”, “hace falta formación en derechos humanos”, “hay que revisar el lenguaje litúrgico”. Como si estuviéramos en una mesa de guionistas de Netflix, y no en el contexto de la predicación de un sucesor de los apóstoles.

Pero el cinismo alcanza su apoteosis cuando los mismos que claman por los derechos de las personas con discapacidad son los que promueven su eliminación en el vientre materno. Esos que ahora exigen cárcel para un obispo por una frase malinterpretada, son los mismos que abogan con entusiasmo por el aborto libre, incluso eugenésico, como derecho sagrado e irrenunciable.

Es decir: se escandalizan por una supuesta ofensa teológica, pero aplauden la posibilidad legal de evitar que un niño con discapacidad llegue siquiera a nacer. Rechazan una homilía que afirma que todos –también los que sufren– vienen del amor de Dios, pero defienden que algunos no tienen derecho a nacer si no cumplen los estándares de perfección del progresismo higienista.

Fariseísmo en estado químicamente puro.

Final con posdata evangélica

Si la homilía de Reig Pla fue un delito, entonces Cristo también debería ser denunciado por decir que los ciegos, cojos, leprosos y pobres estaban llamados al Reino de los Cielos. Pero a diferencia de nuestros fiscales contemporáneos, Él sabía que la dignidad humana no depende de cuotas, subvenciones ni comunicados ministeriales.

Quizá por eso, como dijo el obispo en su carta, asegura sus oraciones también por quienes “tienen por enemigo al depósito de la fe”. Porque incluso el más ruidoso de los teolocuñados y el más hipócrita de los fariseos contemporáneos está también llamado… a la conversión.

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