El celibato en la encrucijada del mundo actual

El celibato en la encrucijada del mundo actual

En tiempos en los que la realización personal parece ser el único horizonte válido, hablar del celibato suena casi a provocación. ¿Cómo explicar, hoy, que alguien renuncie libremente a formar una familia o a construir una vida "propia" por una vocación que exige entrega total? Y, sin embargo, el celibato sigue ahí: discreto, desafiando la lógica del mundo.

Durante siglos, ha sido un símbolo de consagración plena a Dios y a la Iglesia. Hoy, sin embargo, ese símbolo está en entredicho. No sólo por el marcado descenso en las vocaciones sacerdotales, sino también por la creciente incomprensión social hacia quienes optan por este camino. En una cultura que exalta el placer inmediato, la autonomía y la libertad entendida como ausencia de límites, el celibato parece una renuncia absurda, casi un escándalo.

Y es verdad que la Iglesia no atraviesa su mejor momento en cuanto a credibilidad. Los escándalos de abuso han ensombrecido profundamente la imagen del sacerdocio. A veces, quienes más están llamados a ser luz, han fallado gravemente. Eso no se puede negar ni minimizar. Pero tampoco se puede reducir el valor del celibato a los errores humanos de algunos. Exigir coherencia es legítimo; olvidarse de la fragilidad humana, no.

Sin embargo, no basta con defender el celibato desde el discurso. La Iglesia tiene la responsabilidad de acompañar con mayor cercanía a quienes lo abrazan, para que no se transforme en una carga solitaria, sino en una vivencia plena y sostenida.

Mantener el celibato no es un gesto de rigidez institucional, es una elección profundamente espiritual que apunta a algo más grande. En un mundo que huye del sacrificio, el celibato sigue diciendo, con su sola existencia, que hay amores que no se miden en términos de utilidad o gratificación inmediata. Que hay vidas que se entregan por entero no por lo que reciben, sino por lo que dan.

Lo que urge es comprenderlo mejor, humanizarlo, acompañarlo y mostrar su belleza. Porque en medio de tanto ruido, aún hay quienes buscan lo eterno. Y el celibato, por incomprendido que sea, sigue siendo un puente entre lo divino y lo humano.

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