Entre el 6 y el 10 de junio se celebró en Roma un Sínodo reservado de los obispos armenio-católicos, en el que el Papa León XIV intervino personalmente para contener presiones internas contra el patriarca Raphaël Bedros XXI Minassian.
En un hecho poco habitual, la Iglesia armenio-católica reunió en Roma, del 6 al 10 de junio, un Sínodo de carácter reservado que inicialmente fue negado por las fuentes oficiales. El encuentro tuvo lugar en el Pontificio Colegio Pío Romeno y contó con la participación del Papa León XIV y del cardenal Claudio Gugerotti, prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales.
De acuerdo con diversas informaciones, el objetivo del Sínodo fue examinar la situación interna de la Iglesia armenio-católica y, de modo particular, el liderazgo del patriarca Raphaël Bedros XXI Minassian, de 79 años, actual titular del Patriarcado de Cilicia de los Armenios con sede en Beirut.
Algunas versiones apuntan a que se gestaba un intento de apartar al patriarca mediante maniobras diplomáticas y presiones internas, motivadas por divergencias teológicas y políticas. La intervención directa del Papa habría desactivado esa operación, evitando una crisis institucional dentro del Patriarcado.
El trasfondo del conflicto se vincula con las tensiones geopolíticas derivadas de la guerra en Ucrania y con la influencia del llamado “Mundo ruso”, factores que también inciden en las Iglesias orientales católicas. La firme actuación de León XIV resultó determinante para preservar la estabilidad del Patriarcado y reafirmar la autonomía de las Iglesias orientales en comunión con Roma.
Este episodio refleja la particular sensibilidad con que el Pontífice afronta las relaciones con Oriente, en contraste con la línea ecuménica más abierta pero ambigua que caracterizó al pontificado de Francisco. En varias intervenciones dirigidas a los organismos orientales, León XIV ha recordado que “la comunión no puede confundirse con la uniformidad” y que dichas Iglesias “aportan a la catolicidad su riqueza espiritual, su liturgia y su identidad propia”.
La prudente pero firme actuación del Papa en este asunto confirma su propósito de ordenar con equilibrio el complejo mosaico de las Iglesias orientales, evitando que intereses políticos externos condicionen su vida interna y su fidelidad a Roma.
