Francisco José Delgado: “La Iglesia en España vive una crisis de liderazgo y de libertad”

Francisco José Delgado: “La Iglesia en España vive una crisis de liderazgo y de libertad”

El Padre Francisco José, sacerdote y uno de los principales rostros de La Sacristía de la Vendée, habla en exclusiva para Iglesia Noticias sobre los desafíos actuales de la Iglesia en España, el estado del derecho canónico, su propia experiencia ante la denuncia recibida en 2024 y la misión renovadora que, a su juicio, necesita urgentemente la vida eclesial. En esta conversación, aborda también el camino de La Sacristía de la Vendée, la secularización creciente, la responsabilidad de la jerarquía y sus sueños para el futuro de la Iglesia en España.

¿Cómo nació exactamente La Sacristía de la Vendée?

Nació durante la pandemia, cuando vimos que estaban creciendo las tertulias en plataformas como Youtube. Hablando con el padre Juan Manuel Góngora, con quien era amigo por Twitter, le comenté que no existía ninguna tertulia hecha por sacerdotes y que sería interesante crear una donde pudiéramos hablar no solo de fe, Iglesia, Biblia, teología o espiritualidad, como ya hacían otros, sino también de temas más generales como la política, cultura, cine, videojuegos… cualquier cuestión de actualidad. 

Le pareció una gran idea, y empezamos a pensar qué sacerdotes podrían unirse. Con los primeros que se sumaron, como el padre Pablo Pich, comenzamos a buscar un título. Yo ya tenía claro el nombre La Sacristía de la Vendée, por lo que significa y el estilo que quería darle. A ellos les pareció bien, aunque algunos dudaban un poco, pero cuando lo lanzamos al público gustó mucho. El formato ha tenido que ir ajustándose a las circunstancias y a lo que marcaba la actualidad, y no ha sido exactamente como lo concebí inicialmente. Aun así, la acogida ha sido muy buena y ha despertado mucho interés.

¿Cómo describiría el estado actual de la Iglesia en España?

La Iglesia en España vive una crisis que lleva décadas gestándose y que, a mi juicio, se ha convertido en dos crisis fundamentales: una crisis de liderazgo y una crisis de libertad. Me explico.

En primer lugar, la Iglesia en España está excesivamente atemorizada por las fuerzas que le son contrarias, especialmente por los gobiernos de la etapa democrática, que nunca han estado en sintonía con los principios católicos. Además, estos gobiernos han sabido ejercer un control muy eficaz sobre la Iglesia a través de la vía económica. La Iglesia posee pocos recursos propios y depende demasiado del Estado; y esa dependencia hace que, cuando llega el momento de abordar cuestiones del orden social, especialmente los obispos —y lo matizo— no siempre parezcan lo suficientemente valientes. A esto se suma que muchos obispos, a la hora de gobernar, se han visto afectados por la crisis general de liderazgo que atraviesa nuestra sociedad. Esa debilidad en el gobierno eclesial perjudica tanto a los propios obispos como a quienes dependen de ellos, y hace que la Iglesia parezca haber perdido fuerza en su misión pública. Aunque mantiene su estructura, su tarea de iluminar al mundo con el Evangelio y de transformar la sociedad según la fe católica es cada vez menos eficaz.

A todo esto se añade otra crisis: la crisis sacerdotal. No me refiero solo a los obispos, sino también al clero en general. Muchos sacerdotes sufren un grave problema de identidad, que nace de una incoherencia profunda. Por un lado, la teoría dice que son ministros de Dios, llamados a una vida consagrada, a predicar íntegramente el Evangelio y a dedicarse al culto, a la Santa Misa y a los sacramentos. Pero en la práctica, estas verdades a veces se relativizan, se niegan o se dificultan por complejos y presiones diversas. Y eso impide que la Iglesia funcione como debe. 

Si hablamos estrictamente de la Iglesia institucional, este conjunto de problemas define la situación actual.

Y aún habría que añadir un último elemento: la crisis general de religiosidad. Es verdad que últimamente muchos observadores señalan un cierto cambio en este sentido, pero todavía existe en España un nivel alarmante de indiferencia religiosa. A diferencia de las sociedades americanas, no necesariamente católicas, pero sí profundamente religiosas, aquí predomina una mentalidad abiertamente contraria a la religión. Evidentemente, esto afecta de manera muy directa a la acción de la Iglesia.

¿Cómo se puede anunciar la fe en una sociedad cada vez más secularizada?

La única manera de anunciar la fe en una sociedad tan secularizada es con un testimonio explícito y coherente, es decir, con una postura martirial. El Evangelio conmueve siempre. Por un lado, mucha gente lo necesita porque la ausencia de Dios provoca crisis humanas para las que solo el Evangelio y el misterio de Cristo ofrecen respuesta. Aunque a la vez, dicha conmoción genera rechazo y violencia, porque las ideologías del mundo, al percibir el peligro de la verdad del Evangelio, reaccionan así.

Por eso, evangelizar hoy exige valor y fortaleza, unido a lo propio de cualquier cristiano: virtudes, mortificación, amor a Jesucristo y el papel fundamental de los sacramentos. Ese es, a mi entender, el tinte especial de esta época.

Cuando a comienzos de 2024 recibió la noticia de que había sido denunciado ante la Santa Sede por el "presunto delito de provocar la aversión o el odio a la Sede Apostólica¿cómo vivió ese primer impacto? 

Al principio, cuando llegó la denuncia, no me preocupé demasiado. Me parecía completamente sin fundamento y pensé que, si los procesos canónicos se hacían bien, tal como manda la Iglesia, no debería tener ningún problema. Pero luego, como las cosas no se hicieron correctamente, sí hubo consecuencias para mi vida y para mi actividad que fueron dañinas. Las primeras denuncias me llegaron en febrero. En ese momento lo llevé relativamente bien, aunque ya entonces apareció el problema del que acabaría saliendo la tercera denuncia. Ese problema surgió también en febrero y fue bastante incómodo, aunque en aquel momento no sufrimos demasiado. La tercera denuncia no llegó formalmente hasta mayo.

En mayo, cuando me confirmaron cómo se iban a hacer las cosas y vi que no se seguirían bien los procedimientos, ahí sí la situación se complicó mucho más. Sobre todo por las consecuencias inmediatas que iba a tener como por ejemplo, que no pudiera continuar en el nombramiento en el que estaba sirviendo, donde estaba muy bien. Eso me causó bastante angustia, no tanto por el juicio en sí, sino por todo lo que iba a producir alrededor y, especialmente, porque no se estaban haciendo las cosas conforme al derecho canónico.

¿Cree que la denuncia fue fruto de un malentendido, de una interpretación errónea o de una intencionalidad concreta?

La denuncia fue claramente una calumnia intencional. El denunciante es una persona con una historia complicada, pero cuya actividad habitual, como es fácil comprobar, consiste en atacar a sacerdotes, católicos y personas provida, humillándolos y provocando una respuesta para, después, poder tomar algún tipo de acción. A veces se limita a denunciar públicamente en redes para que esas personas sean perseguidas, en mi caso, aprovechó sus contactos en la Santa Sede para denunciarnos, porque fuimos dos sacerdotes.

Eso en cuanto al origen de febrero. Además, en todo este asunto se han mezclado dos temas que no tenían nada que ver, lo cual considero también una irregularidad. Debería haber habido dos procesos separados, aunque eso hubiera sido más complejo. En ese sentido, que no se hicieran bien las cosas y se uniera todo, siendo evidente que había intención de hacer daño, me ha evitado tener que enfrentarme a dos procesos distintos.

En el segundo proceso también hubo manipulación, pero ya no por parte de un denunciante, sino de la prensa. De ciertos medios hostiles a la Iglesia, aunque se dediquen a la información religiosa. Es curioso que la propia sentencia cite explícitamente a Vida Nueva. También está Religión Digital, que manipuló el episodio que tuvimos en el programa sobre el Papa. Y esa manipulación se extendió al resto de la prensa, lógicamente sin comprobar la realidad de los hechos.

¿Cómo cree que debería actuar la Iglesia cuando un sacerdote es expuesto mediáticamente antes de que exista una resolución judicial o canónica?

En el Código de Derecho Canónico hay pasos establecidos que deberían respetarse, aunque es verdad que faltan normas más concretas para los procesos. Esas normas se detallan en otros documentos, como el subsidio aplicativo del Libro VI, donde están las penas. El problema es que en el Derecho Canónico hay una dificultad real en los procedimientos. La Iglesia debería de actuar teniendo en cuenta la naturaleza de la denuncia, qué es lo que se está denunciando exactamente. En mi caso, se trataba de tres delitos menores. La Iglesia distingue entre delitos comunes y delitos más graves, y para estos últimos existen incluso organismos específicos. Los míos no estaban entre los graves, que son los que normalmente llegan a juicio. Por eso, las previsiones pensadas para esos casos más serios no deberían aplicarse a los que no lo son. Por ejemplo, a mí se me impusieron unas “medidas disciplinares”, que no aparecen en el Código pero sí en los subsidios. Estas medidas están pensadas para actuar de manera inmediata si hubiera un sacerdote agresor, en cualquier contexto delictivo, y dejarlo en situación de no agresión. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando se acusa a un sacerdote de abusos, se le retira de la parroquia en cuanto la denuncia se considera verosímil.

Creo que esto es necesario en los delitos graves: una actuación rápida, discreta y, como manda el Código, protegiendo la fama del sacerdote. En mi caso, eso no se hizo. La actuación debe ser eficaz y rápida. A veces las investigaciones se alargan demasiado. La investigación inicial debe hacerla gente muy preparada. En mi caso tuve un buen investigador. Pero otras veces se prolongan porque no hay suficiente preparación.

Después de la investigación inicial, se debe decidir si se pasa a juicio, si se va a un proceso administrativo o si se archiva la causa. Lo habitual, lamentablemente, es recurrir a procesos administrativos, que implican prácticamente una sanción directa y con muy pocas garantías para el acusado, porque casi no hay posibilidad real de defensa, aunque técnicamente debería haberla. En mi caso hubo juicio, lo cual es raro, pero lo agradezco, porque un juicio implica al menos que existe una duda sobre la culpabilidad. En los procesos administrativos, aunque teóricamente hay defensa, suelen aplicarse cuando no hay duda de culpabilidad.

Hay un problema en los tribunales de la Iglesia y es que hay pocos especialistas en Derecho Penal. La mayoría son especialistas en Derecho Matrimonial. Y a veces los tribunales no saben cómo llevar estas causas. En mi juicio, algunos decretos incluso salieron con un membrete de “Sentencia de Nulidad Matrimonial”, porque es la plantilla habitual de los jueces, que casi siempre se ocupan de eso. Faltan especialistas en Derecho Penal y en mediación extrajudicial, que tampoco está bien regulada en la Iglesia,  y que permitirían resolver muchos casos de manera justa, que es para lo que está la justicia.

¿Qué fue lo que más le sorprendió de la manera en que se desarrollaron los acontecimientos alrededor de la denuncia?

En mi caso hubo aspectos muy oscuros y complicados. El más evidente fue la relación entre un satanista y un dicasterio vaticano. No era alguien desconocido: esta persona era conocida por colaborar en una investigación contra un movimiento católico peruano que terminó disuelto. Además, la fase indagatoria de esa investigación ya estaba cerrada desde hacía meses; estaban en otro momento del proceso. Aunque se dijo que yo había interferido en esa fase, esa fase ya llevaba tiempo concluida. Aun así, siendo esta persona solo un testigo o participante, sorprende que por un simple, llamémoslo así, “altercado” en Twitter, que por mi parte ni siquiera llegó a eso, hubiera una reacción tan rápida. Y sorprende más cuando, en otros casos dentro de la Iglesia, se actúa con enorme lentitud y torpeza. Por ejemplo, el caso del padre Rupnik: lleva anunciándose mucho tiempo que comenzará su juicio y no sé ni siquiera si ha empezado. Y podría mencionar otros casos en los que no parece haber esa prisa ni esa insistencia.

Según la sentencia, porque yo no la he podido leer, la carta que llegó a mi archidiócesis salió de Roma solo dos días después de los hechos del 29 de enero. El 1 de febrero ya estaba firmada, mientras mi denunciante seguía lanzando insultos gravísimos contra mí, y continuó haciéndolo durante meses. Que todo esto se moviera en apenas dos días es realmente sorprendente.

Por otro lado, también me sorprendió la postura de mi arzobispado. Desde el inicio me privó de muchos de mis derechos y actuó con una falta de preocupación por mi ministerio que considero alarmante. Esto tiene su explicación, aunque es turbia, y es que existía un enfrentamiento personal entre un cargo importante del arzobispado y yo. Yo desconocía ese conflicto, pero la otra parte sí sabía de él. Con el tiempo se ha conocido que esta persona estaba involucrada en asuntos poco edificantes, fue detenida hace un par de meses, apareciendo en la noticia cuestiones de drogas y prácticas homosexuales. Teniendo él un poder considerable dentro del arzobispado, utilizó ese poder para instrumentalizar estas denuncias con la intención de hacerme daño.

¿Qué prioridades cree que debería cuidar especialmente el Papa León XIV en la vida de la Iglesia?

La prioridad número uno debería ser restablecer el derecho canónico. La Iglesia tiene una dimensión mística, pero también una dimensión visible que funciona como una sociedad humana, con jerarquías, principios, normas y, por tanto, un derecho y unos procedimientos. Por eso, restaurar el derecho canónico, e incluso mejorar los aspectos que he mencionado antes, me parece algo vital. Si el derecho se cumple correctamente, esto permitiría, y es mi esperanza, que las iniciativas orientadas a una renovación o, mejor dicho, a una reforma auténtica de la Iglesia según el Espíritu Santo puedan salir adelante. Ahora mismo, por las carencias del derecho canónico, muchas iniciativas buenas, ya sea en forma de órdenes religiosas, movimientos o cualquier otra realidad, se encuentran con obstáculos insalvables debido al mal uso del derecho por parte de algunos jerarcas. Y, al mismo tiempo, cambios malos también se aprovechan de esta falta de cumplimiento del derecho para crear estructuras que luego resultan dañinas. Por eso es fundamental tanto disponer de leyes y procedimientos adecuados como contar con personas bien preparadas para aplicarlos.

Y aquí, aunque sea difícil de asumir, recuerdo que hubo una época en la que la Iglesia tenía expertos dedicados justamente a estas materias (el Santo Oficio, la Santa Inquisición). Esta institución ha sido muy denostada públicamente, como si se dedicara solo a perseguir personas pero, en realidad, lo que hacía era afrontar situaciones difíciles de juzgar, separar lo que estaba bien hecho de lo que estaba mal hecho, dar seguridad a lo que estaba correcto y corregir lo que estaba errado. No digo que deba reproducirse esa institución, pero es un ejemplo de la necesidad de que haya quien se dedique a juzgar y aplicar el derecho con precisión y rapidez.

¿Qué sueña para la Iglesia en España en los próximos veinte años?

Lo que querría es que haya una reforma de la Iglesia similar a la que tuvo lugar en el siglo XV bajo la reina Isabel la Católica. Fue una reforma impulsada desde fuera de la estructura jerárquica, por una laica, pero que tuvo un impacto decisivo en quienes formaban parte de la jerarquía y permitió no solo la salvación de la Iglesia a través del Concilio de Trento, sino también el florecimiento de una auténtica legión de santos durante los siglos de oro de la santidad española.

Deseo algo así, una renovación de la Iglesia en libertad, en amor a Jesucristo y a la Iglesia, y con fortaleza para predicar el Evangelio. Creo que es posible, incluso en la situación tan difícil que vivimos, pero requiere personas valientes y con deseo de entregar la vida. Creo que esas personas existen, pero quizá no se las está dejando acceder a puestos de gobierno por considerarlas imprudentes o insensatas ante el mundo. Sin embargo, esa “pequeña locura” podría sacar a la Iglesia del aletargamiento actual.

¿Cómo afronta esta nueva etapa en La Sacristía de la Vendée?

Con el deseo de seguir haciendo una obra que ha dado muchos frutos espirituales como conversiones, mayor fidelidad de los católicos a la Iglesia y al Papa. También con el deseo de no equivocarnos, a veces, por torpeza al hablar, podemos facilitar las cosas a quienes son enemigos nuestros. Por eso queremos ser cuidadosos, lo cual no significa tener miedo ni temor a que nos vuelvan a señalar, de hecho, esperamos que vuelva a suceder, sino evitar causar escándalo en lo sencillo.

Comentarios
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Luis Torres
Ayer
San Pio X, para alimentar el rebaño del Señor, decía que guardar silencio ya no era decoroso si no quería aparecer infiel al deber de guardar el depósito tradicional de la fe, que ya pasó la esperanza de enmienda de los que inducen a error, y que estos enemigos se ocultan en el mismo corazón de la Iglesia.
Pasó más de un siglo y estamos peor.
Ahora conocemos quienes son los enemigos, pero buena parte de nuestra jerarquía eclesiástica mantiene silencio (en el mejor de los casos) ante las cuestiones de fe más importantes.
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Anselmo Baena
2 dias hace
Es preocupante que la Iglesia en España siga sin un liderazgo claro y libre. Necesitamos un diálogo real que incluya a los laicos. La Sacristía de la Vendée muestra cómo un espacio abierto puede revitalizar la fe. La comunidad católica debe ser un faro de esperanza y un agente de cambio, no un eco del pasado.
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