El arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, ha dedicado su carta pastoral de esta semana a una reflexión profunda sobre la sexualidad humana, defendiendo la necesidad de una educación sexual integral, permanente y orientada a la madurez emocional y cristiana.
Bajo un tono didáctico y firme, el prelado subraya que “la madurez personal exige el dominio de los instintos, su integración en la libertad” y alerta de que no basta con ofrecer información técnica o biológica: “Decimos educación: no es suficiente con la información o con la instrucción. El hombre educado sexualmente tiene dominio de su instinto”.
Planellas parte de una idea central: la sexualidad es una dimensión que atraviesa toda la existencia humana y no puede desligarse de la libertad, el juicio y la afectividad. “La sexualidad es una realidad compleja, presente en toda nuestra vida. Si se desea que su vida humana y cristiana tenga éxito, es necesario que la sexualidad madure simultáneamente con ella”, afirma. Por ello, señala que “la educación sexual de una persona es una historia que dura toda su vida, y comienza ya antes de nacer”.
El arzobispo describe el proceso de maduración como un camino que implica tanto la vida interior como la relación con los demás. “La madurez sexual se da en la persona que tiene madurez afectiva, la capacidad de dominar sus propios impulsos y tensiones”, escribe, añadiendo que esta madurez se refleja en la capacidad de establecer vínculos libres de dominación, desconfianza o celos. “La ausencia del deseo sexual en las relaciones con nuestras amistades es señal de madurez humana y de madurez sexual”, sostiene, y critica la idea de que toda relación entre personas de distinto sexo esté abocada a una experiencia erótica: “Se hace muy sospechosa la teoría de que todo amor entre personas de distinto sexo conduciría a experiencias sexuales”.
Además, el prelado advierte que la madurez en la sexualidad también requiere libertad interior y sentido de la responsabilidad. “Es libre quien sólo piensa en darse”, subraya. Desde esa perspectiva, la sexualidad no debe reducirse a una pulsión sino vivirse como una forma de entrega amorosa. “El hombre libre de verdad habrá descubierto que la sexualidad debe vivirse como una palabra de amor; que la libido debe ser humanizada, que hay que desterrar del sexo toda mentira y engaño, purificándolo constantemente de los fáciles comportamientos agresivos y mentirosos que pueden degenerarlo”.
Planellas describe así tres momentos en el proceso amoroso entre hombre y mujer: la admiración y respeto inicial, el cortejo como preparación a la entrega total, y el matrimonio como expresión plena, exclusiva y definitiva de esa donación. En su carta también remarca que “la madurez sexual pide conocimientos e ideas claras, capacidad de discernir y de juzgar”, en alusión a la necesidad de criterios firmes frente a la confusión social y cultural contemporánea.
La carta concluye con una advertencia realista: “Nadie es nunca maduro humanamente, nadie ha integrado nunca su sexualidad en un comportamiento totalmente limpio y libre. Es un trabajo, un esfuerzo de por vida”. En palabras del arzobispo, solo a través del tiempo, la formación, el diálogo y la gracia, puede la persona integrar plenamente su sexualidad en una vida libre, generosa y coherente con el amor cristiano.
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