Bolaños, la cruz y la mordaza

Bolaños, la cruz y la mordaza

A ver si lo he entendido bien: los obispos españoles abren la boca para decir que, quizá, lo que convendría a España —así, en genérico— es un adelanto electoral, y Félix Bolaños, en un rapto de histeria institucional, les escribe una carta como si fueran una célula terrorista. ¡Peligro! ¡Los mitrados piensan! ¡Opinan! ¡Y lo que es peor: no están de acuerdo con el Gobierno! Qué escándalo.

Pero no se preocupen. No es censura, es “defensa de la neutralidad”. Porque en la mente de Bolaños, la neutralidad de la Iglesia consiste en callar cuando gobierna la izquierda y hablar solo si lo autorizan desde Moncloa. Es decir: si los obispos predican sobre el cambio climático, la agenda 2030 o las bondades de una inmigración sin control, entonces son profetas ilustrados. Pero si dicen que España atraviesa un bloqueo político y que tal vez convendría ir a las urnas, entonces son “fachas con sotana”. Qué curioso. Parece que la única espiritualidad que les gusta es la que cabe en un panfleto del PSOE.

A estos progres iletrados les encantaría tener a los católicos bajo régimen de clausura: encerrados, mudos y pagando impuestos. Porque eso sí: a la hora de pasar por caja, los fieles también financian los sueldos de quienes los desprecian. Qué ironía más jugosa: los católicos sufragan las escapaditas de reflexión de Pedro Sánchez, esos retiros espirituales laicos en casoplones del Estado, mientras Bolaños se atreve a señalar con el dedo a los pastores que aún tienen columna vertebral.

Y luego está el argumento estrella del victimismo socialista: “¡Pero es que los obispos no pidieron elecciones cuando gobernaba el PP y estalló el caso Gürtel!” Pues no, y ¿sabe por qué, señor Bolaños? Porque los obispos no son comentaristas de barra de bar ni portavoces de la oposición. Y tampoco tienen la obligación de pronunciarse cada vez que a usted le conviene recordar el pasado. Además, que no lo hicieran entonces no invalida que puedan hacerlo ahora. ¿O es que solo pueden hablar cuando usted les da permiso?

Ahora el problema es otro, y lo saben. Un caso de corrupción que salpica al núcleo duro del Gobierno, un país paralizado, un Congreso sin rumbo y un Ejecutivo que funciona a golpe de decreto y propaganda. Y lo único que han hecho los obispos es expresar que quizá —¡quizá!— no estaría mal que el pueblo votara. Eso, en cualquier democracia con pulso, sería una opinión legítima. Aquí, bajo este régimen de susurros y consignas, es considerado anatema.

Y por si fuera poco, Bolaños se queja de que el presidente de la Conferencia Episcopal haya coincidido en actos públicos con Vox. ¡Horror! ¡Un obispo respirando el mismo aire que un político de derechas! Pero claro, si un clérigo bendice la bandera LGTB o participa en una manifestación con la izquierda abertzale, eso es “Iglesia en salida”. Qué estafa moral. Qué doble vara de medir más obscena.

Lo que de verdad les escuece no es la política: es la cruz. Les irrita que exista una autoridad espiritual que no depende de sus sobresueldos, sus asesores, sus encuestas o sus platós. Les molesta que aún haya gente que crea en algo que no se puede comprar, cancelar o subvencionar. Y les asusta que esos fieles —pobres ingenuos— se atrevan a votar según conciencia.

Y a los católicos del PSOE, les diría que despierten. Porque la persecución no siempre llega con antorchas: a veces viene en forma de carta oficial, de burla mediática, de ninguneo sistemático. Les atacan con una mano por los pecados —reales y condenados— del 0,2% del clero, mientras con la otra tapan los abusos masivos que ocurren en colegios laicos, gimnasios, hogares y hasta en productoras amigas. Aquí no les importa la pederastia: lo que quieren es la cabeza de la Iglesia en bandeja.

Así que no, señor Bolaños: no vamos a callarnos. No vamos a pedir permiso para opinar. Y no vamos a aceptar que nos digan cuándo y cómo podemos hablar. Y dígale a su jefe, ese que practica retiros espirituales laicos —léase, se esconde a pensar en casoplones del Estado pagados también por católicos— que hay pastores que no se venden por una canonjía ni se arrodillan ante el BOE. Que la Iglesia no necesita el aplauso del poder: le basta con ser fiel al Crucificado. Aunque eso le arruine la paz del domingo.

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