¿Un cardenal católico en misa ecuménica?
¿Un cardenal católico en misa ecuménica?

El 24 de agosto de 2025, el cardenal Anders Arborelius, obispo de Estocolmo, participó sonriente y perfectamente integrado en una "misa ecuménica" celebrada en la catedral de Uppsala, Suecia, junto a ministros protestantes, ortodoxos, metodistas y demás representantes de una cristiandad fracturada, relativista y profundamente alejada de la fe católica. El acto, conmemorativo del centenario de la conferencia “Vida y Obra” de 1925, fue presentado como un gesto de reconciliación, unidad y oración por la paz.

Muy conmovedor. Muy moderno. Muy políticamente correcto. Pero también, y no lo digo con gusto, muy escandaloso, muy confuso y muy indigno de un príncipe de la Iglesia.

Porque, vamos a decirlo claro: ¿Qué hace un cardenal católico celebrando una misa —¡una misa!— con ministros de confesiones que niegan el sacerdocio, rechazan la transubstanciación y no reconocen la Eucaristía como sacrificio?

¿Acaso no sabe, Su Eminencia, que fuera de la sucesión apostólica no hay sacramentos válidos? ¿O es que, después de tantos años entre suecos luteranos, se le ha pegado la teología de los herejes? Si lo que quiere es una liturgia sin sacrificio, una comunidad sin confesión, una iglesia sin dogmas ni infalibilidad… le tenemos una sugerencia sincera: hágase luterano, y déjenos la Misa a los católicos.

Sí, Eminencia, hágase luterano. Al fin y al cabo, actúa como uno, habla como uno, celebra como uno y se rodea de ellos como si fueran hermanos en la fe. Y ya que parece que le incomoda tanto el catolicismo de siempre —ese con sotana, latín, doctrina firme y verdad absoluta—, ¿por qué no dar el salto definitivo? Al menos tendríamos la cortesía de no seguir fingiendo que aún defiende la fe que juró proteger como obispo.

Porque esto ya no va de gestos pastorales o de buenas intenciones. Esto va de fidelidad a Cristo. Y Cristo no fundó una ONG pacifista ni un club de diálogo interreligioso: fundó una Iglesia. Una. Santa. Católica. Apostólica. Con sacramentos verdaderos, con sacerdocio válido, con dogmas definidos, y con la obligación moral de llamar al error por su nombre y corregir al que yerra.

Usted, Cardenal Arborelius, no fue consagrado para ir de evento en evento hablando de paz con los enemigos de la verdad. Fue consagrado para defender el Santo Sacrificio del Altar, para proclamar la Verdad en medio del error, y para predicar la necesidad de la conversión, no de la cordialidad sin contenido.

Pero claro, eso hoy parece feo. Dicen que divide. Que asusta. Que ya no toca. Mucho mejor hacerse el simpático con los luteranos, los metodistas y los anglicanos. Al fin y al cabo, ellos no le exigirán que se confiese antes de comulgar. Ni le hablarán de dogmas. Ni de la Virgen. Ni de Roma. ¿No es mucho más cómodo?

Lo triste es que, mientras usted aplaude desde el altar ecuménico, miles de fieles están confundidos, sin saber si eso es una misa, un sketch de Taizé, o una fusión litúrgica postcristiana. Muchos ya no saben si la Eucaristía es real o simbólica. Si el sacerdote es necesario o si cualquiera puede "presidir". Y mientras tanto, usted sonríe. Porque, claro, hay paz. Hay unidad. Hay ambiente.

Pero no hay fe.

¿Y sabe qué es lo peor? Que cuando llegue el día —y llegará— en que todas estas extravagancias se derrumben por su propio vacío, cuando los templos estén vacíos, las vocaciones extinguidas y los fieles huyendo de tanto ecumenismo sin alma, usted será parte del problema.

Así que, si quiere seguir por esa vía, adelante. Pero no siga llevando la sotana cardenalicia como si aún creyera en lo que representa. Si ha perdido la fe en la presencia real, si ya no cree que Cristo está en la Eucaristía sino en el buen rollo colectivo, sea honesto, bájese del púrpura y búsquese otra comunidad eclesial donde encaje mejor.

Nosotros, mientras tanto, seguiremos celebrando la única Misa que salva, con la única fe que salva, en la única Iglesia que salva. Aunque seamos pocos. Aunque nos llamen rígidos. Aunque nos excomulguen los progres. Porque preferimos estar con Cristo en el Calvario, que con el mundo en Uppsala.

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