Omella y la palabrería episcopal para tiempos tibios

El pasado 22 de mayo, el cardenal Juan José Omella participó en una jornada de reflexión en Barcelona en la que abogó por integrar los valores cristianos en la sociedad, combinando contemplación y acción como motor de transformación. Durante el evento, se debatieron estrategias para que las instituciones y las políticas públicas reflejen una supuesta impronta evangélica. La noticia completa sobre el evento puede consultarse en el portal de Iglesia Noticias.
Y ahora, vayamos al grano.
El cardenal insiste en la urgencia de hacer presente “los valores cristianos” en las estructuras sociales. ¿Y cuáles son esos valores, eminencia? ¿La defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural? ¿El matrimonio como sacramento entre un hombre y una mujer? ¿La verdad del Evangelio como única salvación? ¿O se refiere usted, una vez más, a ese batido tibio de “solidaridad”, “acogida” y “diálogo” que encaja perfecto en cualquier manifiesto de una fundación progresista subvencionada por el Estado?
Hablar de valores cristianos sin nombrar a Cristo, sin confrontar al mundo, sin molestar al César, es una forma muy sofisticada de rendirse.
La intervención de Omella es un perfecto ejemplo del “catolicismo sociológico” que tanto gusta en ciertas diócesis: acción social sin alma, moral sin dogma, presencia sin presencia de Dios. Una Iglesia que ya no habla de conversión, ni de pecado, ni de gracia… pero sí de “transformación social”, como si fuéramos una ONG con campanas.
¿De verdad cree el cardenal que se puede cambiar el mundo sin predicar al mundo que necesita cambiar? ¿O es que eso ya no se puede decir porque ofende al nuevo dios del pluralismo?
Mientras el cardenal sermonea sobre llevar los valores cristianos a las instituciones, en su propia diócesis reina el silencio pastoral, la ambigüedad doctrinal y el vaciamiento litúrgico. ¿Dónde está la fidelidad al magisterio bimilenario? ¿Dónde la defensa pública de la fe frente a las leyes anticristianas que asfixian a los católicos en Cataluña?
Hablar de evangelizar el mundo cuando no se evangeliza ni el propio clero es como querer apagar un incendio con incienso.
La cita a ser “luz del mundo” suena espléndida... pero ¿de qué luz hablamos? ¿De la de Cristo crucificado y resucitado, o de una vela de cumpleaños encendida sobre el pastel de los consensos? Porque si la luz que se quiere ofrecer es solo un barniz humanista sin contenido sobrenatural, entonces no es luz: es humo.
Y no olvidemos que la luz del Evangelio no se negocia: se proclama, se defiende, y si hace falta, se muere por ella. ¿Estamos listos para eso o solo para jornadas de reflexión con coffee break?
La insistencia en “la acción” y “el compromiso social” omite lo esencial: el combate espiritual. Nadie se salva por una ONG, ni por estar en el lado correcto del discurso inclusivo. Se salva por la fe, por los sacramentos, por la lucha diaria contra el pecado. Pero este lenguaje parece proscrito en ciertos episcopados que prefieren palabras que acaricien oídos, no que despierten almas.
Una Iglesia que no evangeliza, que no combate, que no denuncia el error, ¿sigue siendo apóstolica? Una Iglesia que prefiere el confort del aplauso institucional al martirio del testimonio, ¿sigue siendo la de Pedro y Pablo?
Mientras tanto, los católicos fieles a la tradición, los que rezan el rosario, los que educan a sus hijos en la fe, los que piden misa reverente, los que resisten al secularismo en su carne... siguen siendo ignorados, marginados o tolerados con condescendencia.
Porque para ciertos pastores, lo único que molesta más que el mundo, es un católico coherente.
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