"Sinodalidad o muerte": manual de obediencia para curas jóvenes

"Sinodalidad o muerte": manual de obediencia para curas jóvenes

En una entrevista concedida a Alfa y Omega, el cardenal José Cobo —arzobispo de Madrid y hombre de verbo alambicado y pastoral en tecnicolor— ha encargado a los sacerdotes jóvenes “ejercer un cambio”. No ha especificado muy bien de qué cambio se trata, aunque, por el tono general de la pieza, todo apunta a esa misteriosa transformación gaseosa que tanto gusta en ciertos ambientes: una suerte de aggiornamento perpetuo que nunca se sabe hacia dónde va, pero que siempre presume de ir “al encuentro” y “de la mano del Espíritu”.

El purpurado, con la serenidad de quien se sabe imbatible en los consejos episcopales, ha exhortado a estos curas —que aún no han aprendido del todo a distinguir una herejía formal de un mal café de sacristía— a adaptarse “a la novedad de este tiempo nuevo”. Y uno, que ya ha sobrevivido a la catequesis ochentera, al canto con guitarras y a más de un sínodo que terminó en documento de Word, no puede sino preguntarse: ¿cuántos “tiempos nuevos” caben en una Iglesia que se dice apostólica?

Pero no se detiene ahí. En su inspirada conducción pastoral, el cardenal les ofrece un GPS bien calibrado: en Madrid hay que conducir mirando a tres sitios a la vez —parroquia, arciprestazgo y diócesis—, lo que supone un admirable triple salto mortal de coordinación eclesial. La pastoral, dice, “nace del obispo”, como si el Espíritu Santo esperase paciente en la sala de juntas del Palacio Arzobispal para ver cuándo le dan paso. Al parecer, toda iniciativa que no surja de sus vicarios, delegados o equipos consultivos se convierte automáticamente en material de sospecha. Y si, por casualidad, eres parte de un movimiento con carisma propio… que Dios te ampare y San Ignacio te oculte, porque en esta sinodalidad de nuevo cuño, lo que no entra en el molde episcopal simplemente no es “Iglesia en salida”. Es, con suerte, Iglesia aparcada.

Porque esto es lo verdaderamente sinodal, no lo olvidemos: hacer lo que se te manda mientras se te dice que eres libre. Una versión pastoral de la libertad vigilada. Así, la creatividad apostólica consiste en aplicar, con docilidad entusiasta, las instrucciones bajadas desde la torre de mando. Y el discernimiento no es un diálogo orante con el Espíritu, sino una lectura aplicada del plan quinquenal diocesano con glosas del delegado correspondiente. El que no quiera comulgar con esta dinámica, que se prepare para peregrinar por los márgenes eclesiales con cara de “no sinodal”.

Eso sí, el cardenal nos comparte con emoción que el pueblo de Dios mostró júbilo ante la elección del nuevo Papa antes de saber quién era. Y esto se celebra como un signo de esperanza, como si la indiferencia al contenido fuera prueba de fe. Que se me permita disentir. Porque si lo que provoca alegría no es el pastor que Dios nos da, sino simplemente que haya humo blanco y alguien que ocupe la silla, entonces estamos ante una especie de catolicismo performativo donde la liturgia se convierte en teatro y la comunión en consigna.

itinerario sinodalEfectivamente, lo que propone Cobo no es nada nuevo. Ya lo intentó el Papa Francisco, y los frutos están ahí: diócesis divididas, pastores enfrentados, fieles perplejos, y sínodos que generan más preguntas que respuestas. El Papa quiso una Iglesia en “escucha permanente”, y lo que consiguió fue una Iglesia en discusión permanente, donde cada episcopado interpreta la doctrina según su temperatura local. En Alemania ya no creen en el pecado; en África lo predican con fuerza; y en Roma se forman comisiones para analizar por qué la gente ya no entiende nada.

Y aún así, a pesar del desastre a la vista de todos, hay quienes creen que replicar esta receta en versión madrileña traerá paz y renovación. Como si repartir el mismo brebaje en una copa distinta fuera a cambiar su sabor amargo. Lo de Cobo no es original; es más bien una franquicia del modelo sinodal fracasado, donde lo que importa no es si el Espíritu Santo sopla, sino si se cumplen los indicadores de “acompañamiento”, “escucha” y “aplicación territorial del plan diocesano”.

Pero una Iglesia sin verdad no es Iglesia. Una comunión sin doctrina es complicidad. Y una sinodalidad sin libertad real no es camino: es corralito. Ya lo hemos visto con Francisco. Lo estamos viendo con Cobo. Lo triste es que muchos todavía lo llamarán “novedad del Espíritu”, cuando es simplemente el viejo error de sustituir el Evangelio por un protocolo.

Tal vez el verdadero cambio que necesitan los sacerdotes jóvenes no es acomodarse a esta maquinaria burocrática disfrazada de pastoral viva, sino recuperar el ardor de San Juan Bautista, la parresía de San Pablo y la fidelidad de tantos santos que fueron incomprendidos por las estructuras de su tiempo. Tal vez lo que haga falta no sea cambiar de traje litúrgico ni de logo diocesano, sino de corazón: un corazón libre, lleno de Cristo, y por tanto, temido por los que prefieren una Iglesia sin aristas, sin riesgos, sin profetas.

Porque, al final, el Evangelio no nació de un despacho. Y la pastoral, por mucho que se intente domesticarla, sigue siendo cosa de locos, mártires y santos. No de comités.

Escribir un comentario

Enviar

Publish the Menu module to "offcanvas" position. Here you can publish other modules as well.
Learn More.