Rupnik en la capilla: mosaicos de escándalo y obispos de mármol

En la capilla de la Conferencia Episcopal Española —ese discreto oratorio en la sede de Añastro donde nuestros pastores celebran misa en cada plenaria— Cristo resucitado guía la barca de la Iglesia, rodeado de los apóstoles, mientras una red rebosa peces como símbolo de las almas salvadas. Todo bellamente mosaiqueado, todo muy simbólico… todo obra de un tal Marko Ivan Rupnik.
Sí, el mismo Rupnik. El sacerdote esloveno, artista célebre y depredador espiritual reincidente. El que fue expulsado de los jesuitas por años de abusos a religiosas, a quien se le concedieron más indulgencias estéticas que a muchos santos mártires. El que decoró capillas desde el Vaticano hasta Fátima, pasando —por supuesto— por el corazón litúrgico de la Iglesia española.
La última señal, por si a alguien aún le faltaban pistas, ha llegado desde el mismo Vaticano. El portal oficial Vatican News ha comenzado a retirar discretamente las imágenes de Rupnik de su calendario litúrgico digital. Se acabó la ilustración mariana con sus mosaicos. Se acabó el encubrimiento artístico. Una medida tardía, sí, pero al menos un gesto de sentido común pastoral.
¿Y en España? Mutismo. Silencio. Quietud sepulcral. Aquí ni desaparecen imágenes, ni se cubren murales, ni se ofrece una mínima explicación. Parece que la Conferencia Episcopal no se ha enterado de que el escándalo Rupnik ya no es una sospecha: es una herida abierta, una vergüenza global… y una ofensa persistente cada vez que sus obras sirven de marco a la liturgia.
La permanencia de esos murales no es solo una cuestión estética: es un acto de propaganda. Propaganda de la hipocresía. Porque el arte sacro no es un escaparate decorativo; es catequesis en piedra, teología visual. ¿Cómo puede hablar de la belleza del Resucitado una pared creada por quien negaba con su vida todo lo que predicaba con sus manos?
Se nos dice que la belleza hay que salvarla, que la obra puede separarse del autor. Pero esto no es una galería de arte moderno, esto es un santuario. Y en un santuario, la belleza que no nace de la verdad termina sirviendo al diablo. No es arte sagrado, es decorado hueco. Es teatro. Es liturgia del simulacro.
¿Acaso no hemos aprendido nada? ¿No fue este mismo modelo —el del artista mimado, el carisma intocable, el silencio institucional— el que permitió décadas de abusos? ¿Vamos a justificar la permanencia de sus obras con los mismos argumentos estéticos que sirvieron para encubrir a Maciel, a Inzoli, a Karadima?
Y si no lo retiramos por respeto a las víctimas, al menos hagámoslo por respeto al Evangelio. Porque si el altar está coronado por un Espíritu Santo de mosaico, pero lo celebran pastores que no tienen el valor de purificar el templo, estamos ante un Pentecostés de cartón. Un fuego de pega.
En otras instituciones —la Universidad Francisco de Vitoria, por ejemplo— se rescindieron contratos con el estudio de Rupnik. En otros santuarios se han cubierto sus imágenes. El Vaticano empieza, tímidamente, a borrar su rastro. Aquí, en cambio, reina el silencio. ¿Será que cuesta más quitar unos mosaicos que cambiar un Evangelio?
No estamos pidiendo dinamitar la capilla. Solo un gesto. Un acto mínimo de reparación. Pero parece que nuestros obispos son valientes para denunciar las agresiones externas a la Iglesia, y tímidos cuando el escándalo está en sus propias paredes.
Pregunta provocadora, sí, pero necesaria: si en la capilla hubiese un busto de Franco, ¿no se habría desatado ya una tormenta mediática? ¿No estarían los mismos que hoy callan organizando jornadas de “reflexión patrística sobre la memoria histórica”? ¿Por qué lo político escandaliza más que lo espiritual? ¿Por qué lo ideológico duele más que el abuso de almas consagradas?
La capilla de la Sucesión Apostólica, con sus murales intactos, nos habla. No de continuidad apostólica, sino de una jerarquía paralizada, más preocupada por conservar el mármol que por limpiar la lepra.
¿Hasta cuándo seguirán las víctimas viendo sus heridas reflejadas en los muros de sus pastores?
¿Hasta cuándo la belleza será excusa para la cobardía?
¿Hasta cuándo seguiremos pescando con redes rotas?
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