Hay cosas que una ya no sabe si tomar con sorna, con pena o con incienso para exorcizar tanta miseria disfrazada de “opinión”. Hoy domingo, Religion Digital ha decidido arremeter contra el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, a cuenta de sus declaraciones sobre el islam, la misión y la identidad cristiana. Pero atención a los francotiradores: no son precisamente faros de fidelidad eclesial.
El primero en abrir fuego es José María Álvarez Rodríguez, asturiano de 84 años, ex sacerdote secularizado y casado, quien publica un artículo titulado —sin ningún rubor— "Jesús Sanz, siempre desnortado". En él acusa al obispo de estar “desnortado”. Llama la atención que esta descalificación venga precisamente de quien, habiendo recibido una de las gracias más altas del orden sacramental —el sacerdocio—, decidió abandonarlo. ¿Tiene derecho a opinar? Desde luego. Pero uno esperaría cierta humildad y prudencia al referirse, y más aún al criticar públicamente, a un sucesor de los apóstoles. Desnortado quien perdió el norte de su vocación.
El segundo en escena es Miguel Gambín Gallego, sacerdote salesiano y misionero en Malí durante más de dos décadas, quien en su texto "Carta al arzobispo de Oviedo sobre los 'moritos' y el misionero en Malí" afirma que le da “pereza” escribir, pero que la gravedad de las palabras del arzobispo le obliga a intervenir. Lo curioso es que, tras esa desgana confesa, se lanza a acusar a monseñor Sanz de estar provocando división en la Iglesia.
Y aquí conviene detenerse. Porque acusar de divisivo a un obispo por recordar que Cristo es el único Salvador y que la misión es una urgencia esencial del Evangelio, mientras se colabora con una plataforma donde pululan ataques sistemáticos a la jerarquía fiel a la doctrina, no deja de tener su ironía. El problema, parece, no es tanto lo que se dice, sino que alguien aún se atreva a decirlo.
¿Quién divide a quién? ¿Un pastor que enseña con claridad lo que la Iglesia ha enseñado siempre, o quienes desde tribunas periodísticas marcan distancia, cuestionan, caricaturizan y socavan la enseñanza tradicional bajo una supuesta “discrepancia constructiva”? Porque seamos claros: Religion Digital, cuyo director es también un ex sacerdote secularizado, se ha convertido en una especie de café teológico sin sotanas ni sacramentos, donde el episcopado tradicional es blanco fácil y el progresismo clerical, elogiado sin medida.
La contradicción es flagrante: se acusan a obispos como Jesús Sanz de ser fuente de discordia, cuando en realidad son quienes permanecen en su misión, enseñando en fidelidad al Magisterio, los que sostienen la unidad eclesial. ¿Qué autoridad tiene entonces un sacerdote que abandonó su ministerio —o que habla desde una plataforma que constantemente socava la enseñanza de la Iglesia— para reprender a un obispo? Autoridad jurídica, ninguna. Autoridad moral, muy discutible.
La impostura del progresismo clerical Esta es la lógica enferma que se ha instalado en ciertos sectores eclesiales: abandonar el sacerdocio no es óbice para pontificar desde fuera; haber roto votos no desautoriza a quien escribe, sino que parece elevarlo a categoría de conciencia crítica. Pero no. No todo vale. No todo testimonio desacralizado es profético. Y mucho menos cuando se usa para desautorizar a quienes siguen —con sus defectos y aciertos— cumpliendo con la misión que ellos abandonaron.
Esto no va de rencores. Va de coherencia. No se puede hablar en nombre de la Iglesia mientras se aplaude su deconstrucción. No se puede acusar a un obispo de causar división cuando se escribe desde fuera del orden sacerdotal, o desde un púlpito ideológico que sistemáticamente azuza la disensión.
¿Qué Iglesia es esta? No es la Iglesia una ONG espiritual con múltiples narrativas. No es una federación de opiniones privadas. Es el Cuerpo de Cristo, jerárquico, visible, con pastores legítimos y con una enseñanza clara y no negociable. Lo verdaderamente “desnortado” no es que un obispo hable de misión y verdad. Lo desnortado es que se tolere que quienes abandonaron el sacerdocio se presenten ahora como referentes morales para corregir públicamente a quienes sí permanecen en su vocación.
Conclusión: si algo ha perdido el norte, no es el arzobispo de Oviedo, sino esa Religión Digital sin sacramentos, sin obediencia y sin vergüenza.