El editor ventrílocuo
El editor ventrílocuo

Un día escribí en InfoVaticana.com lo que me daba la gana. Sin pedir permiso ni rezar novenas a ningún editor iluminado. Hasta que al señor Jaime Gabriel Gurpegui, editor de entonces y de ahora, le dio un ataque de misticismo barato: decidió que era poco menos que el Espíritu Santo con derecho a “inspirar” cónclaves. Sí, como lo oyen: de repente se creyó cardenal con birrete rojo y voto decisivo. Spoiler: no coló. Entonces me marché.

De aquella epifanía autoinducida pasé página y encontré cobijo aquí, en IglesiaNoticias.com: un periódico sin peajes políticos, que intenta informar sobre religión y no manipular con ideología; un medio donde el editor no juega a ideólogo ni a iluminado, sino que simplemente quiere ser buen católico. Bendito respiro.

Pero entonces, ¡sorpresa!, el buen hombre siguió publicando artículos con mi nombre. Sí: con mi nombre. A partir de ahí, el panorama ya parecía sacado de un circo parroquial: Gurpegui, convertido en ventrílocuo, intentaba hacer hablar al muñeco “Aurora Buendía”. El problema es que el público no es tonto. Basta escuchar dos frases para darse cuenta de que la marioneta no tiene ni la voz ni la gracia del original.

Porque no es tan difícil: el sarcasmo tiene ritmo, cadencia y mala leche controlada. El resentimiento, en cambio, solo tiene baba y bilis. Y lo que firma Gurpegui en mi nombre es pura bilis disfrazada de ingenio, adobado por ChatGPT. Pero el disfraz le queda grande: se le descose por todas partes.

Y ya que hablamos de disfraces, conviene recordar que hay quienes prefieren que su editor permanezca calladito. Mejor así, no vaya a ser que, con tanta torpeza y tantas ansias de protagonismo, se acabe por destapar lo que algunos querrían seguir tapando. Y si los que le llenan los bolsillos se ponen nerviosos, podría desbaratar la gallina de los huevos de oro. El que pueda entender, que entienda.

Que no se diga que no hay forma de comprobarlo. Quien tenga curiosidad solo tiene que hurgar un poco en los papeles públicos donde las sociedades dejan su rastro. Allí no hay misterio ni revelación: basta con asomarse para que los nombres aparezcan solos, mucho más claros que en los artículos.

Yo me río, no odio ni tengo a nadie por enemigo. Y se nota. Lo mío es sarcasmo con colmillo, no resentimiento con baba. Esa es la diferencia entre saber escribir y simplemente aporrear teclas.

Así que aviso: si ese editor insiste en publicar como “Aurora Buendía”, no tendré más remedio que devolverle el favor y empezar a firmar como Jaime Gabriel A. Gurpegui. Bienvenidos, pues, a la función del editor ventrílocuo, una ceremonia de la confusión donde el muñeco habla, pero la voz chirría.

Porque basta con leer. Es muy fácil distinguir un sucedáneo.

Escribir un comentario

Enviar

Publish the Menu module to "offcanvas" position. Here you can publish other modules as well.
Learn More.

Hasta luego