León XIV: 100 días de serenidad
León XIV: 100 días de serenidad

Cien días no parecen mucho para juzgar un pontificado, pero sí bastan para intuir el rumbo. Y lo que veo en León XIV me convence: es el Papa que no corre detrás del aplauso, ni del titular fácil, ni del postureo eclesiástico. Es un hombre sereno que ha decidido que la Iglesia no se gobierna con ocurrencias, sino con firmeza, memoria y visión.

Algunos se han sorprendido porque ha vuelto a los apartamentos pontificios, a la muceta o a Castel Gandolfo. Yo lo celebro. No es cuestión de moda ni de nostalgia: es un mensaje claro. La Iglesia no tiene que pedir perdón por su historia, ni disfrazarse de ONG simpática para agradar al mundo. La tradición no es un lastre, es un cimiento. Y León XIV lo ha entendido.

Ahora bien, quien confunda serenidad con inmovilidad se equivoca. Su calma es activa. Lo hemos visto caminar en procesión por las calles de Roma, presidir con sencillez el Corpus Christi, sorprender a los jóvenes en Tor Vergata, levantar la voz contra la guerra desde Castel Gandolfo. No da gritos, pero logra que se le escuche. Porque su palabra, limpia y directa, corta más que el ruido de tantos políticos y opinadores profesionales.

Hay algo que me gusta especialmente: no habla desde el clericalismo, ni se encierra en debates internos de sacristía. Cuando clama “¡Nunca más la guerra!”, no está pensando en un documento para expertos en diplomacia vaticana, sino en la madre ucraniana que ha perdido a su hijo o en el palestino que entierra a su padre. Ahí está la Iglesia real, la que no vive en guetos, la que se mete de lleno en el dolor del mundo.

Y no es casualidad: León XIV es agustino. Y se le nota. En cada homilía aparece ese acento de san Agustín: la verdad que se busca con inteligencia, la comunidad que se construye con paciencia, la certeza de que el corazón humano solo descansa en Dios. No es un estilo dulzón, sino sólido, que te sacude.

En cien días no ha hecho reformas espectaculares, ni falta que hace. Ya habrá tiempo para reordenar cargos y dicasterios. De momento ha dado algo más importante: ha devuelto a la Iglesia el gesto de un pastor que camina sin miedo, que reza con el pueblo, que habla con claridad y que sabe usar los símbolos. Esa mezcla de tradición y presencia actual es lo que puede darnos aire en un tiempo donde muchos cristianos se sienten desorientados.

Personalmente, me siento animado. Porque la serenidad de León XIV no es evasión, es energía bien contenida. Y en tiempos convulsos, esa fuerza tranquila es lo que necesitábamos.

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