El nuevo obispo de Málaga, José Antonio Satué, ha iniciado su ministerio con unas declaraciones que no han pasado desapercibidas. Al referirse a las bendiciones a parejas homosexuales, aseguró que son “una puerta abierta” y que, con el tiempo, “se darán otros pasos”. Una frase breve, pero de gran carga teológica y pastoral, que plantea más dudas que certezas.
La misión de un obispo es confirmar en la fe y custodiar el depósito recibido. Cuando Satué sugiere que las bendiciones homosexuales son solo el primer escalón hacia transformaciones futuras, transmite la impresión de que la doctrina puede ir adaptándose a la presión cultural del momento. Los documentos oficiales, desde el Catecismo hasta Fiducia supplicans, con sus pocas luces y muchas sombras, han insistido en que la acogida no puede confundirse con la convalidación de un estilo de vida contrario al Evangelio.
En este punto surge una pregunta inevitable. El propio Papa, en su próximo libro autobiográfico, ha declarado: «Me parece muy improbable, ciertamente en un futuro próximo, que la doctrina de la Iglesia cambie en cuanto a lo que enseña sobre la sexualidad, lo que enseña sobre el matrimonio». ¿Está entonces Satué contradiciendo al Papa? ¿O más bien está ofreciendo un horizonte de cambio que Roma no ha querido ni siquiera vislumbrar? La ambigüedad no favorece a nadie: ni a la claridad doctrinal, ni a la confianza de los fieles.
Resulta además llamativo que estas palabras se pronuncien precisamente en Vida Nueva, semanario que bajo la dirección de José Beltrán se ha erigido en altavoz de una visión reformista de la Iglesia. La sintonía entre el obispo y el medio es evidente, hasta el punto de que sus discursos parecen perfectamente acompasados. La entrevista no suena a un intercambio neutral, sino a un diálogo de plena complicidad ideológica. A mucha amistad. Demasiada.
Y aquí la ironía: si se trata de abrir puertas, convendría que el prelado explicase hacia dónde conducen esas aperturas. Porque una cosa es abrir la puerta pastoral de la acogida, y otra muy distinta abrir la conocida “puerta del armario”. La confusión, en cualquier caso, está servida.
El problema no es tanto la entrevista en sí, sino lo que revela: la existencia de un clima de afinidad que, más que fortalecer la comunión eclesial, alienta un camino paralelo al Magisterio. Lo que se presenta como gesto de apertura puede acabar siendo fuente de división y desconcierto para los fieles.
La pregunta de fondo sigue abierta: ¿necesita la Iglesia que sus obispos se conviertan en heraldos de cambios inciertos, o en pastores que anuncien la verdad con caridad? Málaga, que recibe ahora a su nuevo pastor, pronto lo comprobará.