León XIV: el Papa que decepciona a aquellos que esperaban fuego

Habemus Papam. Y ha sido una sorpresa, aunque no por los motivos que algunos habrían deseado. La elección de Prevost ha supuesto una inesperada decepción para quienes aguardaban con impaciencia una figura beligerante, un líder dispuesto a dinamitar los puentes, ya maltrechos, de la doctrina católica . Lo que han recibido, sin embargo, es todo lo contrario: un pastor de consenso, un pontífice de reconciliación, y por ahora, de una vuelta a la cristocentrica visión pastoral de la vida católica.
León XIV ha llegado para unir, no para dividir. En tiempos de fractura interna, de bandos enfrentados y trincheras ideológicas dentro del propio cuerpo eclesial, su figura se alza como la de un mediador sereno, enraizado en la tradición, pero con la mirada clara hacia el futuro. No creo que busque agradar a todos —eso sería ingenuo—, pero tampoco se prestará al juego de los extremos.
A quienes esperaban una espada, Prevost les ha ofrecido un báculo. A los que ansiaban reformas, les ha respondido con palabras de sabiduría y apertura. No hay en él afán de espectáculo, ni retórica inflamada: hay una firmeza tranquila, una convicción reposada que recuerda a los grandes pastores de la historia de la Iglesia, aquellos que supieron guiar más por el ejemplo que por el estruendo.
Es, por consiguiente, el Papa que la Iglesia necesitaba. Mejor imposible. Porque en un mundo tentado por la polarización, León XIV no ha venido a ser un caudillo de los “suyos”, sino el padre de todos. Y esa, aunque a algunos les duela admitirlo, es precisamente la clase de decepción que hoy deberíamos celebrar.
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