La élite de lo casposo
La élite de lo casposo

Amo la misa tradicional. El silencio solemne, el latín que resuena, el rito que parece más oración que espectáculo. Es verdad: me conmueve. Pero justo cuando estoy a punto de abandonarme a la gracia, aparece el personaje. El custodio de la sacristía eterna. Ese que frunce el ceño si no llevas mantilla, que mide tu ortodoxia por el tipo de encaje que usas, y que convierte lo bello en búnker.

Porque el problema no es la misa. Es la gente que la ha secuestrado.

El movimiento tradicionalista dentro de la Iglesia parece más empeñado en combatir que en evangelizar. Han hecho del misal del 62 su tabla de salvación y del Concilio Vaticano II su archienemigo. Se creen elegidos, pero actúan como excluyentes. En su mundo no cabe el diferente, ni siquiera el que simplemente piensa que lo viejo no es siempre mejor por el solo hecho de serlo.

No se conforman con rezar como antes; necesitan que todos lo hagan, o que al menos reconozcan que su forma es la única digna.

Por eso, cuando Francisco publicó el Motu Proprio Traditionis Custodes, aplaudí. No porque desprecie la misa tradicional, sino porque hacía falta marcar un límite. La liturgia no puede ser el caballo de Troya del cisma. El Papa no prohibió el rito antiguo; prohibió su uso como arma arrojadiza contra la unidad eclesial.

Y sí, lo digo sin rodeos: me parecen casposos. Casposos en su lenguaje, en su actitud, en su cruzada constante contra todo lo que huela a distinto. No es amor por la tradición, es aversión al tiempo. Visten la fe con olor a cerrado y la convierten en barricada.

Lo viejo no siempre es sabio. A veces, solo es viejo.

Comentarios
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Juanjo
1 mes hace
¿Una Iglesia paralela? Discrepo de lo que dice Antonio en su comentario: puede que sea su experiencia pero la mía es distinta. Cuando ejercía mi labor pastoral en una iglesia española de gran belleza artística y con un culto litúrgico muy cuidado, aparecieron unos sacerdotes a celebrar una boda según el rito tradicional y rechazaron todos los ornamentos que teníamos, que son de una gran belleza y una antigüedad de siglos, incluso rechazaron los candelabros de nuestra basílica para poner ellos los suyos, como remarcando que su misa era la auténtica y no la nuestra. Me parece que eso es un error: el auténtico espíritu de Cristo lleva a la unidad no a la división.
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Antonio
2 meses hace
En mi opinión, lo que dice este artículo no está correctamente planteado. Entonces, si aplicamos ese criterio de restringir la sublime Misa Tradicional por la incorrecta actitud de algún feligrés que nos pueda incomodar, con mucha más razón debería restringirse la Misa Nueva por la incorrecta actitud ya no de algún feligrés, sino de buena parte de la feligresía e incluso de sacerdotes y obispos en muchos lugares en la celebración de la Misa Nueva (y me refiero a la incorrecta actitud no solo para con otros feligreses, sino lo realmente importante: para con Dios, con hechos y palabras escandalosas). Mi familia y un servidor vamos a Misa Tradicional los domingos desde hace años, en bastantes iglesias y capillas en muchos lugares de España, y lo que dice este artículo no lo vemos en la Misa Tradicional (como mucho alguna discreta petición de silencio para quien viene aún con los modos del Novus Ordo) ¿Cómo te alegras de que se haya restringido injustamente un culto tan agradable a Dios?
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Maruja Ordoñez
2 meses hace
La tradición no justifica la exclusión y la soberbia. Respetar lo antiguo no significa despreciar la apertura y la convivencia. La verdadera fe debe unir, no dividir por encajes o ritos.
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Angustias Gutiérrez
3 meses hace
La tradición en la Iglesia es valiosa, pero no puede convertirse en muro que divida. La verdadera fidelidad busca unidad y amor, no exclusión ni rigidez. La fe no es una moda, sino una entrega humilde y abierta a todos.
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César Guerrero
3 meses hace
Esos que usan la tradición para excluir y no para unir, solo muestran que lo antiguo no siempre es sinónimo de sabiduría. La verdadera fe invita a todos, no a crear muros con encajes y ritos cerrados.
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Paula Soler
3 meses hace
La verdadera tradición debería unir, no dividir; lamentablemente, algunos la usan para excluir y crear muros. La Iglesia necesita abrirse, no encerrarse en sus propias ideas.
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Julia Ferrer
3 meses hace
La tradición en la Iglesia debe enriquecer, no dividir. La actitud excluyente solo aleja y refuerza el rechazo, olvidando el mensaje de amor y acogida. La verdadera fe trasciende ritos y encajes; se basa en la humildad y la apertura.
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