Hoy no ha tocado. Ni el Gordo, ni el quinto, ni siquiera la pedrea. Y entonces aparece la frase-refugio, dicha con media sonrisa y resignación cristiana; al menos tenemos salud.
Lo decimos como quien recoge lo que queda sobre la mesa. Pero la frase es mucho más grande de lo que creemos.
Salud no es solo no estar enfermo. No es solo que el médico diga que todo está bien. La palabra viene del término Salus, que significa salvación. Es una palabra preciosa, cargada de eternidad. Habla de estar entero, de estar a salvo, de estar orientado al bien definitivo. No se queda en el cuerpo, atraviesa el alma.
Por eso la Iglesia reza una y otra vez pidiendo la salud del alma y del cuerpo. No como dos cosas separadas, sino como una unidad. Porque el cristianismo no desprecia la carne ni espiritualiza la vida hasta hacerla irreal. Dios quiere al hombre entero. Vivo, reconciliado, salvado.
Y, sin embargo, vivimos rodeados de una obsesión casi religiosa por la salud física. Contar pasos, medir calorías, alargar la vida a toda costa. Todo eso está bien. Es bueno cuidar el cuerpo. Pero cuando la salud se reduce solo a músculos, analíticas y longevidad, algo se ha perdido por el camino. Es el reflejo de una mirada pequeña, incapaz de ver que el cuerpo, sin sentido, también enferma por dentro.
Cuando alguien dice al menos tengo salud, sin saberlo está diciendo algo muy cristiano. Está afirmando que lo esencial no se compra con décimos. Que hay una riqueza que no depende del azar. Que lo verdaderamente importante no se reparte en bombos ni se canta en un teatro.
Y en Navidad vuelve a aparecer ese deseo compartido, que tengamos salud. No dinero, ni éxito, ni suerte. Sino salud. Es decir, vida plena. Vida con sentido. Vida abierta al cielo.
Buscar eso —la salud del alma y del cuerpo— es lo más alto a lo que puede aspirar un cristiano. Porque no apunta solo a llegar bien a fin de mes, sino a llegar al final de la vida con las manos llenas de eternidad.
Así que, bueno ; no ha tocado la lotería.
Pero si tenemos salud —salvación— nos ha tocado lo más grande. ¿No es precioso?
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