En la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, Jordi Bertomeu clausuró las II Jornadas Pro+Tejiendo con una conferencia sobre la obediencia sana y nociva. El oficial del Dicasterio para la Doctrina de la Fe revisó su actuación junto a Monseñor Scicluna en el procedimiento contra el Sodalicio de Vida Cristiana, suprimido por el fallecido Papa Francisco, del cual es comisario para la liquidación, y expuso los desafíos jurídicos y pastorales ante los abusos en asociaciones y movimientos. Subrayó la dificultad de tutelar penalmente a los adultos vulnerables, la conveniencia de escrutar con rigor a los fundadores y la necesidad de mecanismos de control espiritual y canónico.
El sacerdote natural de Tortosa sostuvo que el itinerario seguido contra el Sodalicio evidenció abusos sexuales, de poder, de conciencia, espirituales y económicos cometidos por su fundador, y advirtió de que el Derecho disciplinar, muy limitado, solo protege de modo claro a los menores frente a clérigos. Añadió que resulta complejo tutelar penalmente a adultos vulnerables sin otros delitos añadidos, como los vinculados al sacramento de la penitencia, citando el caso de Marko Rupnik como muestra de ese vacío.
El canonista explicó que la población adulta vulnerable abarca a religiosos y, sobre todo, a laicos de asociaciones aprobadas con excesiva celeridad durante la llamada primavera de los movimientos. Recordó que en esas realidades se han producido abusos sistemáticos y presiones sobre las víctimas, en un marco jurídico que todavía no ofrece respuestas suficientes.
Indicó que en varios grupos se produjo un reconocimiento canónico defectuoso y que resulta imprescindible depurar los criterios para discernir carismas auténticos de los falsos. Destacó el caso de Figari, en el que se demostraron abusos previos a la fundación, y se preguntó si Dios podría conceder un carisma a un agresor, negando tal posibilidad.
Como comisario pontificio, denunció que muchos obispos no ejercen la vigilancia debida sobre asociaciones de sus diócesis y propuso un seguimiento anual, con entrevistas personales a cada miembro. Recalcó que las aprobaciones han de examinar con extremo cuidado la trayectoria de los fundadores, a quienes la Iglesia exige una virtud probada.
Advirtió acerca de movimientos que promueven un emotivismo espiritual impropio y observó, siguiendo a San Ignacio de Loyola, que en algunos casos se generan consolaciones artificiosas. Afirmó que hoy se percibe una confusión inédita entre el fuero interno y el externo, agravada por la insuficiente preparación de quienes ejercen la dirección espiritual.
En materia de obediencia, indicó que debe sustentarse en una escucha orante, en el discernimiento comunitario y en un ejercicio del poder que edifique y no someta. Consideró esencial ofrecer espacios de diálogo y asegurar que los responsables orienten sin manipular conciencias.
Para contener a fundadores carismáticos, propuso una observancia estricta de los procedimientos canónicos: consejos, órganos de participación, rotación de cargos, supervisión rigurosa, límites disciplinarios y una aplicación efectiva de la justicia.
Reclamó igualmente sinodalidad y transparencia, con formación clara sobre límites, doctrina, rendición de cuentas y comunicación, además de mecanismos de corrección que permitan expresar discrepancias sin represalias, adoptar decisiones relevantes en grupo y habilitar canales de denuncia accesibles y seguros.
Expuso que la ausencia de controles puede desembocar en aberraciones, como las estructuras utilizadas en San Bartolo con novicios del Sodalicio, comparadas con un centro de tortura, posteriormente clausurado y reproducido por algunos en el ámbito familiar.
Señaló que hay fieles que, tras pasar por determinados movimientos, quedan ideologizados hasta el punto de dañar a sus familias, y afirmó que no cabe atribuir a Dios un carisma que produzca efectos destructivos. Recordó, asimismo, que existen personas capaces de resistir dinámicas abusivas sin que ello justifique la pervivencia de instituciones afectadas por falsos carismas.
Durante el diálogo, apuntó que los abusos de poder, de conciencia, sexuales y económicos se han extendido en movimientos laicales, como mostró el caso del Sodalicio. Señaló que estos sistemas pueden transmitirse al entorno familiar y pidió que los obispos acompañen y tutelen con mayor rigor el surgimiento y la expansión de estos grupos.
La intervención concluyó con palabras de Rosario González Martín, directora de la Cátedra Extraordinaria Pro+Tejer, quien afirmó que la Iglesia debe asumir con determinación sus responsabilidades ante estos desafíos.
