Verano en Covadonga: cuando un cura hace de cura

Verano en Covadonga: cuando un cura hace de cura

Estoy de veraneo en Asturias, tierra verde y hermosa donde la lluvia no molesta y la sidra se bendice casi sola. Y entre caleyas, montes y fabada, he peregrinado con mi familia al Santuario de Covadonga, lugar que todo católico español debería pisar al menos una vez en su vida. Allí comenzó la Reconquista —la de verdad, no la pastoral inclusiva con globos— y allí sigue resonando, aunque muchos no quieran oírla, la voz de la Virgen que sostiene a España cuando todo lo demás se tambalea.

Pero no vengo hoy a hablar de historia, sino de algo más chocante: he ido a misa… y me he encontrado con un sacerdote que enseña la doctrina católica. Sí, han leído bien. No ha sido una aparición, ni una grabación antigua. Un sacerdote de carne y hueso, desde el ambón de la Basílica, ha tenido la osadía —la herejía, dirán algunos clérigos de sacristía sin alma— de recordar, justo antes de la comunión, que las personas que no están casadas canónicamente, las que están divorciadas, las que viven en unión libre o simplemente no se han casado por la Iglesia… no pueden comulgar.

¡Aleluya! ¡Milagro! ¡Un cura que recuerda la ley de Dios sin disfrazarla de sociología emocional! No dijo nada nuevo, claro. Nada que no se haya enseñado durante dos mil años. Pero en estos tiempos líquidos y tibios, donde los púlpitos se han convertido en escenarios de discursos motivacionales dignos de TED Talks, escuchar a un sacerdote hablar con esta claridad es tan raro como reconfortante.

Por si fuera poco, explicó que se puede comulgar de pie o de rodillas, en la mano o en la boca, y enseñó cómo hacerlo con reverencia, delante del Santísimo, como quien sabe que no se está repartiendo pan bendito sino el Cuerpo de Cristo. Y al terminar, se quedó a disposición para confesar a quien lo necesitara. Sin prisas. Sin esconderse. Como un pastor que huele a oveja, pero no a oveja perdida, sino a oveja vuelta al redil.

¿Es esto una novedad? No. ¿Debería ser lo normal? Sí. Pero como estamos acostumbrados a celebraciones donde lo que se dice importa menos que lo que se siente, donde el pecado ha desaparecido en nombre de una misericordia adulterada y donde la comunión se reparte como si fuera el ticket del metro… pues cuando un sacerdote se atreve a ser fiel a su ministerio, nos parece una rareza. Y no debería.

Algo me dice que este sacerdote no está solo. Que detrás de él hay un obispo que no teme formar a sus clérigos en la verdad. Y aquí hay que decirlo: ole por monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo. Se nota que cuida a sus sacerdotes y que en Covadonga no se improvisa el Evangelio. Ya me gustaría ver esto replicado en otras diócesis donde lo más parecido a un anuncio claro sobre la comunión lo encontramos en carteles de “sonríe, Jesús te ama”, pero ni una palabra sobre el pecado ni la conversión.

Gracias, padre (no sé su nombre, pero Dios sí), por recordarnos lo esencial. Gracias por demostrar que no hace falta ser un “cura influencer” para tocar el alma. Basta con ser fiel a lo que uno es: alter Christus, no animador parroquial.

Desde Asturias, bajo la mirada de la Santina, me vuelvo a casa con esperanza. A veces, el cielo se abre. Y a veces, aunque no lo parezca, los curas todavía creen en lo que dicen creer.

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