La elección del 25 de diciembre como fecha de la Navidad une indicios históricos, antiguas tradiciones y una profunda simbología teológica que ilumina el misterio del nacimiento de Nuestro Señor.
Muchas personas se han aventurado a explicar el motivo por el cual se conmemora el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo el día 25 de diciembre. ¿Es esta la verdadera fecha en que tuvo lugar tal acontecimiento?
Fue el nacimiento de un Niño, episodio aparentemente sin importancia y desconocido para la casi totalidad de las personas de la época, lo que marcó a la humanidad para siempre. En realidad, exceptuada la Pasión, es imposible imaginar un hecho tan augusto como el del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo; del Dios que, por amor a nosotros y para redimirnos, quiso hacerse Hombre.
Por tanto, no constituye un esfuerzo estéril o sin relevancia delimitar, tanto como sea posible, cuándo se dio ese momento crucial, que San Pablo sitúa en la “plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4). Invitamos, pues, al lector a adentrarse por esos senderos delicados, pero interesantísimos, envueltos en la bruma del misterio y perdidos en la noche de los siglos.
Acostumbrados a situarnos en el siglo XXI después de Cristo, nos resulta difícil pensar en un calendario que no tenga como origen el nacimiento del Salvador. Sin embargo, esa referencia entró en el uso común poco a poco, durante la Edad Media.
Fue solamente en el siglo VI cuando el monje Dionisio pensó en calcular cuándo supuestamente habría nacido el Divino Infante. El religioso llegó a la conclusión de que el advenimiento de Nuestro Señor se había dado en el año 753 de la fundación de Roma, e hizo corresponder el año 754 al año 1 de la era cristiana, sin incluir, por tanto, un “año cero”.
Aunque no fue inmediatamente conocida por todos, esta nueva forma de contabilizar el tiempo se fue extendiendo por la Cristiandad, hasta convertirse en el calendario más difundido y usado en el mundo, con preferencia a otros paralelos, como el de los judíos o el de los chinos.
Es una pena que el cómputo elaborado por Dionisio tuviera una pequeña imprecisión, quizá por error en la cuenta de los años de gobierno de algún emperador. En efecto, en el Evangelio se dice que Nuestro Señor nació durante el reinado de Herodes, que mandó matar a los Santos Inocentes a fin de, junto con ellos, eliminar también al Mesías (cf. Lc 1, 5; Mt 2, 1.13-18). Se sabe, sin embargo, que ese monarca falleció en la primavera del año 750 de la fundación de Roma. Por tanto, el nacimiento de Jesús debería haber ocurrido por lo menos cuatro años antes de Cristo.
Un segundo dato proporcionado por los Evangelios es que Nuestro Señor vino a este mundo en tiempos de César Augusto, el cual ordenó un censo cuando Quirino gobernaba Siria (cf. Lc 2, 1-2). Sobre este detalle hay discusiones entre los estudiosos, pero se puede sostener perfectamente que el censo haya tenido lugar entre los años 8 y 6 a. C. Así, esperamos no decepcionar la piedad de algún lector al afirmar que la fecha más probable para el nacimiento de Nuestro Señor se sitúa entre los años 8 y 4 a. C.
Y en cuanto al 25 de diciembre, ¿hay alguna razón histórica que justifique la elección de este día para la celebración de la Navidad?
La respuesta no deja de tener su dificultad. Antes que nada, parecería que la fecha no gozaba de mucho relieve entre los primeros cristianos, ya que estos no celebraban cumpleaños. Para ellos, el “dies natalis” – el verdadero natalicio – era el día de la muerte, ocasión en que la persona cerraba los ojos para esta vida y los abría para el Cielo. Encontramos un reflejo de tal costumbre en la Liturgia, la cual, en la mayor parte de los casos, celebra las memorias y fiestas de los Santos en la fecha de su muerte.
Eso, sin embargo, se da en la mayor parte de los casos, y no en todos. Hay algunos nacimientos que, por su excelencia, se conmemoran en la Iglesia: el de San Juan Bautista, por haber nacido ya limpio del pecado original; el de Nuestra Señora, Inmaculada desde su concepción; y – como no podía ser de otro modo – el de Nuestro Señor Jesucristo.
Además, la Iglesia no celebra la Navidad como un mero recuerdo de lo que sucedió hace más de dos mil años; no se trata de un cumpleaños. A través de la Liturgia, el Cuerpo Místico de Cristo continúa la vida sacerdotal de su Cabeza, reviviendo los misterios que entonces tuvieron lugar, haciéndolos presentes y pudiendo participar de las mismas gracias recibidas por quienes estaban en la Gruta de Belén, como Nuestra Señora, San José o los pastores. Jesús nace de nuevo cada año en el corazón de los fieles.
De cualquier forma, aunque sea difícil afirmar que la fiesta no se celebrase de algún modo desde el inicio del Cristianismo, las referencias al día 25 de diciembre como fecha de la Solemnidad de la Navidad son bastante escasas hasta el siglo IV, y presentan cierta dificultad a los historiadores. A falta de documentos, comenzaron a surgir las hipótesis.
Una explicación bastante difundida es que esa fecha correspondía a una celebración pagana existente en Roma: el día del sol invicto, instituido por el emperador Aureliano en el año 274. La Navidad de Nuestro Señor, verdadero “Sol de Justicia” (Ml 3, 20), habría sido asimilada a la festividad del falso dios, con el propósito de eliminarla.
Sin embargo, esta elucubración no satisface a todos por diversas razones. Analizando la psicología de los cristianos de aquel período, cabe preguntarse: ¿deslucirían ellos una fiesta tan sublime encajándola en una festividad pagana? Perseguidos hasta hacía poco por los romanos y prefiriendo derramar su sangre antes que quemar un poco de incienso a los ídolos, ¿consentirían en tomar tal fecha para la Solemnidad de la Navidad? Estos y otros motivos llevaron a autores como el Cardenal Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI, a afirmar que “hoy resultan insostenibles las antiguas teorías según las cuales el día 25 de diciembre habría surgido en Roma en contraposición al mito de Mitra, o también como reacción cristiana ante el culto del sol invicto”.
Según una antiquísima tradición, la creación del mundo habría comenzado un día 25 de marzo, fecha que los primeros cristianos juzgaron que debía coincidir con la de la nueva creación, es decir, la Muerte de Nuestro Señor en el Calvario. Ahora bien, según ellos consideraban, convenía que Cristo pasase en esta tierra un número exacto de años. Por eso, no sólo su Pasión, sino también su concepción debería haber tenido lugar un 25 de marzo. Sumando a ello los nueve meses de gestación – igualmente exactos, tratándose del embarazo perfecto de María – se llegó a la conclusión de que la Navidad habría ocurrido el día 25 de diciembre.
Argumentando que esa tradición estaba difundida entre los fieles incluso antes de la subida al poder del emperador Aureliano, Ratzinger y los demás autores que comparten la misma opinión ponen en entredicho la teoría del sol invictus.
Sin embargo, históricamente, ¿es esto suficiente para afirmar con total seguridad que Jesucristo nació el día 25 de diciembre? Tal vez necesitemos más datos.
Otra corriente calcula el período en el cual habría nacido el Salvador basándose en los Evangelios. Los cuatro hagiógrafos, sin embargo, no sugieren ninguna fecha específica para el advenimiento del Mesías. Lo que sabemos por sus escritos es que, en el sublime momento de la Anunciación a Nuestra Señora – y, en consecuencia, de su virginal fecundación –, el Arcángel San Gabriel mencionó el estado de su prima Santa Isabel. Esta había concebido un hijo, y ya era el sexto mes de aquella a quien todos consideraban estéril (cf. Lc 1, 36). Nueve meses después nacería el Salvador.
Ahora bien, computando el período que va desde la concepción de San Juan Bautista – seis meses antes de la Anunciación – hasta la Navidad de Nuestro Señor – nueve meses después de la Anunciación –, obtendremos la suma de quince meses. En otras palabras, el Precursor fue concebido un año y tres meses antes de que naciera Jesús. Si descubrimos con exactitud la fecha en que Santa Isabel quedó embarazada, será fácil definir la del nacimiento de Cristo. Sin embargo, ¿cómo encontrar el día de la concepción del Bautista?
Aunque Isabel y su esposo deseaban una descendencia, esto les era imposibilitado por la esterilidad y la avanzada edad de ambos. Un día, sin embargo, ejerciendo Zacarías “delante de Dios las funciones de sacerdote, en el orden de su clase, le tocó en suerte, según la costumbre en uso entre los sacerdotes, entrar en el Santuario del Señor y ofrecer allí el incienso” (Lc 1, 8-9). En esa ocasión, el Ángel del Señor se le apareció para comunicarle que las súplicas de ambos habían sido atendidas: su esposa tendría un hijo.
Se sabe que los sacerdotes se relevaban en el servicio del Templo, por grupos, dos veces al año. Zacarías pertenecía al octavo turno, el de Abías (cf. Lc 1, 5). Según una antigua tradición cristiana que se remonta por lo menos al siglo II, él ejerció sus funciones sacerdotales durante la festividad judía del Yom Kippur, el día de la expiación, que se celebraba a finales de septiembre. Sumando a ello quince meses, llegamos a los últimos días de diciembre, cuando Nuestro Señor habría nacido. Entre los más firmes defensores de esta tesis se encuentra San Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla, que utiliza la misma argumentación para fijar la Navidad en el día 25, tal como la celebramos todavía hoy.
Está claro que, transcurridos veinte siglos desde tales acontecimientos, pretender definir la fecha de la Navidad de manera indiscutible se convierte en una tarea muy difícil, por no decir imposible. Ojalá sea esta una de las muchas preguntas que podremos hacer cuando, por la misericordia de Dios, lleguemos al Cielo y pidamos a Nuestra Señora que nos cuente un poco de la historia que rodeó los maravillosos y misteriosos días en que el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).
Por ahora, necesitamos limitarnos a saborear al máximo las migajas que el tiempo no devoró, a fin de conocer tanto como sea posible el origen de esta solemnidad que, junto con la Pascua, constituye la principal festividad de la Religión verdadera.
Sin embargo, mucho más que una simple realidad histórica, la celebración de la Navidad el día 25 de diciembre encierra una profundísima realidad teológica. La Providencia quiso que se conmemorase en el período en que, en el hemisferio norte, tiene lugar el solsticio de invierno – día del año en que la noche tiene mayor duración – para reflejar mejor el modo de actuar de Dios en la Historia.
En el momento en que la oscuridad del pecado y de la muerte parecía dominar el universo entero, y el poder de las tinieblas estaba a punto de sofocar el día, nació Nuestro Señor Jesucristo, la “Luz del mundo” (Jn 8, 12), que brilla en las tinieblas y a la que estas no pueden dominar (cf. Jn 1, 5). En aquella noche fue decretada una sentencia de exterminio contra el imperio de la Serpiente, obligado a retroceder ante los rayos avasalladores del Sol de Justicia. El Divino Infante comenzó, pues, en la Navidad la más bella de las reconquistas: la Redención del género humano, que – por desobediencia – se había convertido en esclavo del pecado.
Fuente: https://gaudiumpress.org/content/por-que-o-natal-se-celebra-no-dia-25-de-dezembro/
