Desde hoy y hasta el veinte de julio el Papa León XIV pasará unos días de descanso en Castel Gandolfo. Con esta decisión el Santo Padre retoma una tradición antiquísima – nos remontamos a 1646 con el papa Urbano VIII - en la que los papas se retiraban a esta villa situada a veintiséis kilómetros del Vaticano en sus días estivales. No sería novedad si no fuera porque su antecesor, el Papa Francisco, dejó de ir, dejando a Castel Gandolfo sin la visita veraniega de un sumo pontífice desde hace más de doce años.
En un artículo anterior elogiaba la libertad que León está teniendo para tomar decisiones que, por lo menos en su apariencia externa, rompen con la línea de las que llevó a cabo su antecesor. Recuerdo perfectamente cómo en las congregaciones anteriores al cónclave todos los analistas y medios de comunicación - expertos todos ellos – defendían al unísono que los cardenales tendrían que elegir a un papa que respetase y siguiese la línea humilde, austera y evangélica del papa argentino. Entre estas cuestiones destacaban su vestimenta, residir en Santa Marta o no veranear en Castel Gandolfo. Y sorpresa, esto no ha sido así.
No voy a entrar en la decisión de Francisco de no ir a Castel Gandolfo en verano. Lo respeto e incluso entiendo que no le gustara, que le pareciera alejado o que simplemente estuviera más cómodo en su residencia habitual. Ni lo critico ni tan siquiera lo analizo, ya que fue una decisión personal y absolutamente respetable.
Dicho esto, sí he podido leer artículos y opiniones en medios de comunicación y redes sociales donde, aunque muchos no critican abiertamente al Papa León por esta decisión, de sus palabras y expresiones se desliza que no lo ven adecuado. Seguramente el problema radica en la consideración que nos han vendido durante muchos años de la humildad. Se nos ha dado a entender que el papa Francisco sí era verdaderamente humilde, sencillo y seguidor fiel de Jesucristo por las decisiones, externas muchas de ellas, que estaba tomando. De este modo estaban manifestando, aunque no lo afirmasen de forma directa, que los papas anteriores no habían sido tan austeros, sencillos y humildes por el simple hecho de ponerse zapatos rojos o veranear durante unas semanas en una villa reservada al descanso papal.
Algo completamente absurdo, alejado de la verdadera virtud cristiana de la humildad y mucho más cerca de los titulares mediáticos que tanto gustan a todos los que aplaudían las medidas de Francisco. Sin entrar en la alegría e incluso beneficio económico que para Castel Gandolfo supone que el Papa vaya a veranear unos días con ellos, quizá se podría considerar que un signo de verdadera humildad es amoldarse a lo que está prescrito y anteponer una tradición centenaria al gusto y comodidad personal.
Aunque muchos quieran sacar de contexto el hecho de que el Papa León retome esta tradición con hipérboles absurdas la verdad es que no da para más. Considero muy elocuente que haya decidido veranear de nuevo en Castel Gandolfo sabiendo la opinión buenista y simplista de muchos medios y analistas. Por ello desde aquí vuelvo a lanzar mis respetos y mi aplauso por el Papa León XIV y por sus libérrimas decisiones.
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