El encuentro del Papa León XIV con los diputados europeos del grupo conservador y reformista reabre con fuerza el debate sobre las raíces cristianas de Europa y el fundamento ético de la democracia.
El Santo Padre ha recibido a los diputados europeos del grupo «conservadores y reformistas» y, aun situándose en un nivel claramente distinto al del Papa teólogo al que cita llamándole simplemente «el Papa Benedicto XVI», ha pronunciado un discurso que contrasta de forma apreciable con los de su predecesor inmediato, especialmente en lo referente a las raíces cristianas de Europa. Como concluye con acierto Stefano Fontana en su editorial en La Nuova Bussola Quotidiana, es de desear que las numerosas ideas de este tipo que León XIV va sembrando en sus distintas intervenciones encuentren un momento de concreción magisterial orgánica y no se queden solo en ideas.
El capítulo de las raíces cristianas de Europa no está cerrado. Cultura y catedrales, pero también principios éticos, modelos de pensamiento y doctrina social: en el encuentro del Santo Padre con los diputados europeos del grupo «conservadores y reformistas» vuelve al primer plano el papel decisivo del cristianismo en Europa. El Papa León XIV pronunció ayer un discurso breve pero interesante ante los diputados europeos de dicho grupo. Se recuerda que Benedicto XVI también había dirigido a los parlamentarios europeos discursos célebres, en los que formuló su doctrina de los «principios no negociables» en política, enumerándolos uno por uno, desde el derecho a la vida hasta la protección de la familia natural y la libertad educativa de los padres. La intervención del Papa Prevost es menos articulada, pero se sitúa en la misma línea y aborda algunos puntos de importancia considerable. Ante los parlamentarios, León XIV se ha visto obligado a hablar de democracia. Este sistema de gobierno implica la confrontación entre distintas opiniones políticas y «uno de los objetivos esenciales de un parlamento es permitir que estos puntos de vista sean expresados y discutidos».
Ahora bien, ¿cuál es el fundamento de esta libre discusión? La teoría hoy dominante sostiene que todo ello carece de fundamento. Si la democracia tuviera un fundamento no disponible para la discusión y el voto, se piensa, quedaría limitada, porque existirían valores y principios que habría que adoptar sin discusión y sin votación. León XIV no parece compartir esta opinión, porque afirma que «la capacidad de desaprobar, de escuchar atentamente e incluso de entablar diálogo con quienes consideramos adversarios da testimonio de nuestro respeto por la dignidad de todos los hombres y todas las mujeres, dada por Dios». El fundamento de la democracia es, por tanto, esa dignidad otorgada por Dios al ser humano.
En un pasaje anterior, el Papa había recordado que los parlamentarios no deben ocuparse solo de quienes les han elegido, sino de todas las personas de su comunidad, porque ocupan esa posición elevada con la responsabilidad de promover el bien común, es decir, el bien de cada hombre en cuanto hombre. Y el bien común se refiere precisamente a esa «dignidad de todos los hombres y de todas las mujeres dada por Dios» de la que se hablaba. Hoy la vida democrática pretende inventar mediante el voto lo que significa ser hombre, pero el Papa León indica, por el contrario, que el bien común debe considerarse ante todo como un orden natural heredado, que hay que proteger y desarrollar.
El discurso del Santo Padre llega entonces a la figura de Tomás Moro, proclamado por Juan Pablo II patrono de los políticos. La conciencia ante la que se inclinó este santo político no era una conciencia que se funda a sí misma, sino una conciencia que respetaba el orden de la dignidad dada por Dios al hombre. Era el orden de la naturaleza creada que remitía al Creador. Esta referencia a Tomás Moro, aunque expresada en pocas palabras, es saludable para una visión correcta de la vida política según la doctrina social de la Iglesia. La democracia es una forma de gobierno, no el fundamento del gobierno, pues de otro modo ya no habría lugar para la conciencia. Hoy todos los políticos hablan de un cierto «orden», pero no saben indicar su fundamento objetivamente vinculante para la conciencia del ciudadano.
Al dirigirse a los parlamentarios europeos, León XIV ha debido hablar también de la Unión Europea y de Europa. Ha retomado así la vieja cuestión de los orígenes cristianos de Europa, recordando implícitamente que la Unión Europea no es Europa y que debería inspirarse en ella en lugar de sustituirla. El rechazo enérgico de la propuesta de Juan Pablo II de insertar esta referencia en la Constitución europea entonces en elaboración no es un capítulo cerrado para el Papa Prevost.
¿Sobre qué motivaciones funda León XIV la reactivación de esta reivindicación?
La primera es la más sencilla y se refiere al papel histórico y cultural que el cristianismo ha desempeñado en este continente: «los tesoros culturales de sus imponentes catedrales, el arte y la música sublime, los progresos científicos, sin hablar del crecimiento y la difusión de las universidades».
Mirando más de cerca, estos argumentos son válidos pero no decisivos, porque se apoyan en la realidad histórica más que en la verdad. Y, de hecho, el Papa León completa después el cuadro y apela a los «ricos principios éticos y a los modelos de pensamiento que constituyen el patrimonio intelectual de la Europa cristiana». A este respecto, pide que no se descuide ni combata el papel público de la Iglesia, sino que «la voz de la Iglesia continúe siendo escuchada, especialmente a través de su doctrina social». «El mundo de la razón y el mundo de la fe» –declaró recordando a Benedicto XVI en su discurso en Westminster Hall en septiembre de 2010– deben vivir un «diálogo necesario», una «conversación pública». Esto «no significa restaurar una época del pasado, sino garantizar que no se pierdan los recursos fundamentales para la cooperación futura y la integración». Es de esperar que las numerosas ideas de este tipo que León XIV va sembrando en sus distintas intervenciones encuentren un momento de concreción magisterial orgánica y no se queden solo en ideas.
Un ejemplo de esta línea se encuentra en el discurso de Benedicto XVI a los participantes en el congreso promovido por el Partido Popular Europeo, el 30 de marzo de 2006, donde afirmaba que, en lo que respecta a la Iglesia Católica, el objeto principal de sus intervenciones en el debate público es la protección y la promoción de la dignidad de la persona, y que por ello presta una atención particular a ciertos principios que no son negociables. Entre ellos señalaba con claridad: «la protección de la vida en todas sus etapas, desde el primer momento de su concepción hasta su muerte natural; el reconocimiento y la promoción de la estructura natural de la familia como unión entre un hombre y una mujer fundada en el matrimonio y su defensa frente a intentos de hacerla jurídicamente equivalente a formas de unión radicalmente diferentes que, en realidad, la perjudican y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter específico y su papel social insustituible; la protección del derecho de los padres a educar a sus hijos». Estos principios, añadía, no son verdades de fe, aunque reciben de la fe una luz y una confirmación adicionales; están inscritos en la propia naturaleza humana y son, por tanto, comunes a toda la humanidad.
En el discurso actual a los miembros del grupo European Conservatives and Reformists del Parlamento Europeo, el Papa Prevost comenzó saludando a los presentes y dándoles la bienvenida al Vaticano, expresando su satisfacción por poder saludar a la delegación con ocasión de su participación en la conferencia del grupo que se celebra estos días en Roma. A continuación agradeció su trabajo al servicio no solo de quienes representan en el Parlamento Europeo, sino también de todos los miembros de sus comunidades, subrayando que ocupar una función importante en la sociedad implica la responsabilidad de promover el bien común. Por ello les animó a no perder nunca de vista a las personas olvidadas, a los marginados, a aquellos a quienes Jesucristo llamó «los más pequeños» entre nosotros.
Como representantes elegidos democráticamente, les recordó que reflejan una diversidad de puntos de vista que abarca un amplio abanico de opiniones diferentes, y que «uno de los objetivos esenciales de un parlamento es permitir la expresión y la discusión de estos puntos de vista». Sin embargo, precisó que el rasgo distintivo de toda sociedad civil es que las divergencias se discuten con cortesía y respeto, porque «la capacidad de desaprobar, de escuchar atentamente e incluso de entablar diálogo con quienes consideramos adversarios da testimonio de nuestro respeto por la dignidad de todos los hombres y todas las mujeres, dada por Dios».
El Santo Padre invitó por ello a los parlamentarios a volver la mirada a san Tomás Moro, patrono de los políticos, cuya sabiduría, valentía y defensa de la conciencia son una fuente de inspiración intemporal para todos los que buscan promover el bienestar de la sociedad.
En este contexto, León XIV reiteró el llamamiento de sus predecesores más recientes, según el cual la identidad europea solo puede comprenderse y promoverse en referencia a sus raíces judeocristianas. Explicó que el objetivo de proteger el patrimonio religioso de este continente no es simplemente salvaguardar los derechos de sus comunidades cristianas ni, en primer lugar, conservar costumbres o tradiciones sociales concretas, variables según los lugares y los momentos históricos, sino «reconocer un hecho».
Subrayó además que todos se benefician de la contribución que los miembros de las comunidades cristianas han aportado y siguen aportando al bien de la sociedad europea, recordando «algunas evoluciones importantes de la civilización occidental, en particular los tesoros culturales de sus imponentes catedrales, su arte y su música sublimes, sus progresos científicos, sin hablar del crecimiento y la difusión de las universidades». Estas evoluciones, afirmó, crean un vínculo intrínseco entre el cristianismo y la historia europea, una historia que debe ser apreciada y celebrada.
El Papa León se detuvo de modo especial en «los ricos principios éticos y los modelos de pensamiento que constituyen el patrimonio intelectual de la Europa cristiana», esenciales para preservar los derechos dados por Dios y la dignidad inherente a cada persona humana, desde la concepción hasta la muerte natural. Indicó que también son fundamentales para afrontar los desafíos de la pobreza, la exclusión social, la privación económica, así como la crisis climática, la violencia y las guerras en curso. Asegurar que «la voz de la Iglesia continúe siendo escuchada, especialmente a través de su doctrina social» no significa, precisó, restaurar una época pasada, sino «garantizar que no se pierdan los recursos fundamentales para la cooperación y la integración futuras».
En este punto, el Santo Padre reafirmó la importancia de lo que el Papa Benedicto XVI definió como un diálogo necesario entre «el mundo de la razón y el mundo de la fe, el mundo de la laicidad racional y el mundo de la creencia religiosa». Esta «conversación pública», en la que los políticos desempeñan un papel muy importante, es esencial para respetar la competencia específica de cada uno y para ofrecer al otro lo que necesita, es decir, un papel mutuamente «purificador» que garantice que nadie sea víctima de distorsiones. León XIV concluyó asegurando su oración para que los parlamentarios hagan su parte comprometiéndose positivamente en este diálogo importante, no solo por el bien de los pueblos de Europa, sino también por el de toda la familia humana.
