En la Abadía de Silos, tres jóvenes han decidido abrazar la vida monástica tras participar en una experiencia estival que les llevó a dejar atrás sus vidas cotidianas y seguir la llamada espiritual.
En un mundo cada vez más ruidoso y materialista, la llamada de Dios sigue resonando con fuerza, aunque a menudo se vea ahogada por el bullicio de la vida moderna. En este contexto, la Abadía de Silos ha abierto sus puertas durante los veranos a jóvenes interesados en conocer de cerca la vida monástica benedictina. Esta iniciativa ha dado sus frutos este año, cuando tres jóvenes decidieron dejar sus móviles, trabajos y familias para unirse a la comunidad monástica de Silos, que ahora cuenta con 25 miembros.
La experiencia de estos jóvenes se asemeja a la de los primeros discípulos que, al conocer al Maestro, decidieron seguirlo. Sin alardes ni publicidad, estos nuevos monjes han comenzado su camino espiritual en un entorno que valora la oración coral, la fraternidad y el trabajo cotidiano. "El camino no es fácil", reconocen, pero lo afrontan con madurez e ilusión, encontrando en su elección una paz profunda.
El abad de Silos, Juan Javier Flores Arcas, destaca la importancia de perseverar y orar, recordando que "lo que falta en el mundo no son productos, sino alma; lo que necesitan los hombres no son cosas ni armas, sino esperanza". En este sentido, los monjes de Silos aspiran a ser generadores de esperanza en un mundo necesitado de ella.
La decisión de estos jóvenes refleja una renovada vitalidad en la Iglesia, que busca nuevas fuerzas para enfrentar los desafíos del presente. Como señalaba San Juan XXIII, es necesario que la Iglesia, consolidada en la fe y la esperanza, florezca con un nuevo vigor juvenil. La comunidad de Silos, con su ejemplo de vida consagrada, contribuye a este renacer espiritual, mostrando que la llamada de Dios sigue encontrando respuestas fieles.