La vida cristiana de los Reyes Juan Carlos I y Sofía de Grecia se caracterizó por una fe sobria y constante, reflejada en sus hábitos y decisiones durante su reinado.
El reinado de los Reyes de España, Juan Carlos I y Sofía de Grecia, estuvo marcado por una fe discreta pero constante, que se manifestó en sus hábitos, decisiones y en una concepción de la Corona entendida como servicio. La educación católica del rey y la espiritualidad serena de la reina proporcionaron a la institución un sustrato moral que Laurence Debray detalla en su libro Juan Carlos de España (Plon, 2013).
Según Debray, el rey nació y fue bautizado en Roma en 1938 por el entonces cardenal Eugenio Pacelli, quien más tarde se convertiría en el Papa Pío XII. Este bautizo, en pleno exilio dinástico, es considerado por la autora como un hito simbólico. La autora sigue la línea espiritual del príncipe a través de su infancia y juventud, destacando la educación en internados exigentes, la disciplina y la formación religiosa impartida regularmente por el padre Zulueta. En este contexto, José Garrido, director del colegio, dejó una huella humana y religiosa que el propio Juan Carlos recordaría toda su vida; Debray destaca el gesto nocturno de la bendición en la frente como una escena reveladora de una pedagogía de la piedad cotidiana.
La autora describe cómo esta impronta se transforma con el tiempo en un sentido del deber. El príncipe interpretó la preparación para reinar como un aprendizaje arduo, a veces áspero, pero orientado al servicio. Debray también reconstruye la dimensión espiritual del matrimonio: Sofía de Grecia, formada en la tradición ortodoxa y convertida al catolicismo antes de la boda, aportó una religiosidad silenciosa, sostenida en la oración, el amor a la cultura y la beneficencia. En palabras citadas por la autora, la reina resume su horizonte moral con una idea central: la ejemplaridad es “debida” a los ciudadanos.
Esta vida espiritual se proyecta, según el retrato del libro, en la educación de los hijos: la “escuela de la monarquía” que imaginan los Reyes concibe la realeza como un “bien sagrado” que exige preparación, hábitos y renuncias. Debray lo presenta como una continuidad de lo que Juan Carlos recibió en su juventud: disciplina, temple interior y una noción de responsabilidad que trasciende lo privado. La Corona aparece así como testimonio —no doctrinal, sino vital— de una fe que se expresa en la sobriedad, la templanza y la fidelidad al deber, claves con las que el libro invita a leer la trayectoria de ambos.
