¿Por qué lo llaman matrimonio igualitario cuando quieren decir unión gay?

¿Por qué lo llaman matrimonio igualitario cuando quieren decir unión gay?

Cuando se quiere alterar el orden de la realidad, el primer objetivo no suelen ser las leyes ni las costumbres, sino algo más elemental y eficaz: el lenguaje. Las palabras empiezan a desplazarse, a significar otra cosa, a perder precisión. No es un fenómeno espontáneo ni ingenuo. Es una operación calculada. Si se logra que los términos ya no nombren la realidad, la discusión queda desactivada antes incluso de comenzar.

La ley natural no es una categoría confesional ni una reliquia ideológica. Es la constatación racional de que la realidad tiene una estructura previa al deseo y al poder. El lenguaje nace para reconocer esa estructura, no para disolverla. Cuando se manipulan las palabras, no se está enriqueciendo el vocabulario, sino alterando la percepción de lo real. Se cambia el nombre para que el cambio parezca menor, aceptable, incluso moralmente necesario.

El ejemplo del llamado “matrimonio igualitario” es paradigmático. No describe una realidad nueva; introduce un juicio previo. El adjetivo no aclara, sino que condena implícitamente lo anterior. Al incorporarlo, se sugiere que el matrimonio tal como se entendía era injusto o discriminatorio. La pregunta deja de ser qué es el matrimonio y pasa a ser quién está a favor o en contra de la igualdad. El lenguaje no explica la reforma: la legitima moralmente y bloquea el debate.

Este mismo mecanismo se repite en otros ámbitos con idéntica eficacia. El aborto desaparece como palabra y es sustituido por “interrupción voluntaria del embarazo”, una expresión clínica que oculta el hecho central: la eliminación deliberada de una vida humana en gestación. La eutanasia deja de nombrarse como tal y se presenta como “muerte digna”, como si provocar la muerte fuese una forma superior de cuidado. La ley ya no habla de matar, sino de acompañar; no de eliminar, sino de respetar decisiones.

En el caso de la IVE, la sigla cumple una función aún más sofisticada. Reduce una realidad moral grave a un acrónimo administrativo, neutro, casi burocrático. Al despojarla de contenido humano y ético, se facilita su aceptación social. Ya no se discute si es justo o injusto, sino cómo se gestiona, cómo se garantiza, cómo se financia. El lenguaje convierte lo excepcional en procedimiento y lo dramático en trámite.

Cuando las palabras se transforman de este modo, la conciencia queda anestesiada. No porque la gente deje de pensar, sino porque ya no dispone de los términos adecuados para hacerlo. Lo que no se puede nombrar con claridad tampoco puede ser juzgado con claridad. El lenguaje, que debería iluminar la realidad, se convierte en una niebla que la envuelve.

Desde una perspectiva cristiana —pero también desde una razón mínimamente honesta— esta corrupción no es secundaria. La fe se apoya en la convicción de que la verdad puede ser dicha y conocida. El Logos no es ambiguo ni maleable. Alterar el lenguaje es una forma indirecta de negar la verdad sin enfrentarse a ella abiertamente. No se la combate; se la vuelve impronunciable.

No es una novedad histórica. Siempre que se ha querido imponer una visión totalizante del mundo, el primer paso ha sido redefinir las palabras. Antes de perseguir a las personas, se persiguen los significados. Cuando decir “aborto”, “matar” o “naturaleza” empieza a resultar incómodo o socialmente castigado, el terreno ya está preparado.

Por eso defender las palabras no es una obsesión semántica ni una cuestión estética. Es una defensa de la realidad. Llamar a las cosas por su nombre es afirmar que no todo es moldeable, que no todo depende del consenso ni del poder. Cuando el lenguaje se corrompe, la ley natural se vuelve invisible y la fe queda confinada al silencio. Y allí donde el silencio se impone, la injusticia ya no necesita justificarse: avanza sola, envuelta en un vocabulario que la presenta como virtud.

Comentarios
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Carla Sandoval
1 hora hace
Manipular términos como "matrimonio igualitario" o "interrupción voluntaria del embarazo" ataca la verdad y la justicia social. Esto no es casual, sino una táctica para silenciar el debate sobre el valor de la vida y la naturaleza del matrimonio, afectando a la comunidad y la familia. Hay que defender un lenguaje claro.
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