La festividad de la Inmaculada Concepción, proclamada como dogma en 1854 por Pío IX, celebra la preservación de María del pecado original, subrayando su importancia en la tradición y doctrina católica.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción, que se celebra el 8 de diciembre, invita a la Iglesia a contemplar a María uniendo tradición y devoción. Este dogma, proclamado por Pío IX en 1854, afirma que la Virgen fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción. Tres años más tarde, el mismo pontífice bendijo el monumento a la Inmaculada en la Plaza de España, un acto que destaca la relevancia de esta festividad en el calendario litúrgico.
Cincuenta años después de la definición del dogma, Pío X reafirmó en su encíclica Ad diem illum laetissimum la inmunidad de María frente al pecado original, resaltando su importancia para la fe católica. En dicho documento se subraya que creer en la pureza de María implica aceptar tanto el pecado original como la redención operada por Jesucristo, elementos esenciales de la doctrina cristiana.
El dogma de la Asunción, definido por Pío XII en 1950, está estrechamente vinculado al de la Inmaculada Concepción. Según la constitución apostólica Munificentissimus Deus, María, al haber sido concebida sin pecado, no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro y fue asunta al cielo en cuerpo y alma. Esta enseñanza refuerza su singularidad dentro de la historia de la salvación.
En 1958, Juan XXIII continuó con esta tradición al depositar un cesto de rosas blancas al pie del monumento a María en la Plaza de España. Durante la festividad de 1960, el Papa destacó a María como “la estrella del mañana”, que disipa las tinieblas y guía espiritualmente a los fieles.
