Democracia y comunión: la incoherencia de la corrección pública de Planellas

Democracia y comunión: la incoherencia de la corrección pública de Planellas

El arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, ha reclamado que la Iglesia “asuma plenamente el marco democrático” y ha insistido en que “debe aceptar y ver que estamos en un país democrático”, evitando a la vez cualquier deriva de “política partidista”. El planteamiento pretende fijar un criterio de prudencia institucional. Sin embargo, la credibilidad de ese mensaje se resiente cuando se acompaña de una enmienda pública al presidente de la Conferencia Episcopal Española.

Planellas admite que “durante el último año ha matizado varias declaraciones” del presidente de la CEE, Luis Argüello, y explica que le ha recordado que los obispos “no pueden hacer ‘política partidista’”. El dato no aparece como un hecho aislado, sino como una actitud reiterada. Cuando un pastor elige la vía mediática para subrayar su discrepancia con quien preside el órgano común del episcopado, el gesto adquiere un alcance que supera lo personal: se convierte en señal pública de distancia.

La paradoja aumenta porque el propio Planellas declara sentirse “próximo” a la Conferencia Episcopal Española y afirma que pertenecer a ella aporta “muchas ventajas”, hasta presentarla como “un potencial único” para influir en asuntos relevantes. Esa valoración, si es sincera, debería traducirse en un empeño decidido por preservar la unidad visible. Pero la repetición de correcciones públicas, por más corteses que resulten en el tono, proyecta ante los fieles una imagen de fractura.

Planellas intenta amortiguar el efecto afirmando que mantiene una “buena relación personal” con Argüello y que “la aprecia mucho”. Sin embargo, esas fórmulas no neutralizan la consecuencia principal: la discrepancia queda instalada en el espacio público y se convierte en material de lectura, interpretación e instrumentalización. La cuestión no es si puede existir desacuerdo —que puede existir—, sino el modo en que se gestiona cuando afecta a la cabeza visible de la institución episcopal.

Aquí aparece el criterio decisivo. La unidad eclesial no es un elemento ornamental ni una simple cuestión de diplomacia interna. Cristo la pidió al Padre con palabras concretas y exigentes: “Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17, 21). En esa luz, la corrección pública entre obispos —y con mayor razón hacia el presidente de la CEE— no es un detalle menor: afecta al testimonio de comunión que la Iglesia ofrece, y que no se predica solo con documentos, sino con gestos.

Planellas sostiene que, pese a “formas de ver y talante diversos”, en las “grandes cuestiones” existe acuerdo “absoluto”. Precisamente por ello, resulta legítimo preguntar por qué, si lo esencial se comparte, se opta por escenificar discrepancias prudenciales ante la opinión pública. La coherencia aconsejaría reforzar los cauces internos del diálogo episcopal y reservar los matices para la deliberación colegial, evitando que la controversia se convierta en ruido que debilita el mensaje principal.

Además, cuando se invoca la necesidad de no caer en “política partidista”, la exposición pública de un conflicto interno entraña un riesgo semejante: abre la puerta a lecturas de bloque, alineamientos y etiquetas que otros impondrán desde fuera. La Iglesia no se sustrae así a la dinámica política; se expone a ella por una vía distinta, quizá más dañina, porque afecta a su credibilidad como comunidad llamada a la comunión.

La colegialidad no exige uniformidad, pero sí exige sentido de comunión. No se trata de imponer silencio ni de negar la posibilidad de matices. Se trata de comprender que existe una diferencia nítida entre la corrección fraterna ejercida con discreción y la rectificación convertida en mensaje para el consumo mediático. En el primer caso, se protege la unidad; en el segundo, se instala la sospecha de división, aunque el contenido pueda presentarse como prudencia.

Si Planellas considera que la CEE es un espacio valioso y que su pertenencia aporta capacidad de acción común, la consecuencia lógica sería cuidar con especial esmero la unidad visible, también en el modo de plantear discrepancias con su presidente. Porque la unidad no se defiende solo con declaraciones sobre cercanía institucional, sino con una praxis coherente con el Evangelio: un testimonio que haga creíble la súplica de Cristo: “Que todos sean uno”.

Al final, el debate no se reduce a “democracia” sí o no. El núcleo es más profundo: la coherencia entre lo que se predica y lo que se practica cuando se habla desde responsabilidades eclesiales. Cuando el discurso sobre prudencia pública se acompaña de correcciones públicas entre pastores, la unidad queda debilitada, y con ella el signo que la Iglesia está llamada a ofrecer al mundo.

Comentarios
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Esther Gil
2 horas hace
La incoherencia en la corrección pública de Planellas es escandalosa; si realmente aprecia la unidad eclesial, debería actuar con prudencia y reserva. ¿Acaso no entiende que su comportamiento solo alimenta la división entre los fieles y socava la credibilidad de la Iglesia?
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