El historiador Roberto de Mattei examina en este artículo —publicado el 16 de julio de 2025 en Corrispondenza Romana— la relación entre el pensamiento ambientalista contemporáneo y el magisterio reciente de la Iglesia, preguntándose si el Papa León XIV adopta una visión ideológica de la cuestión ecológica. Frente a la retórica del “Green Deal” europeo, el autor contrapone una concepción cristiana jerárquica del orden natural y espiritual. Por su interés doctrinal y por la claridad de su planteamiento, ofrecemos a continuación la traducción íntegra de este texto.
Existe una opinión común según la cual el calentamiento global amenaza a la humanidad, siendo el hombre el principal responsable de esta situación. El cambio climático, provocado por actividades humanas —en particular el uso de combustibles fósiles, la deforestación y la agricultura intensiva—, habría alcanzado un punto crítico que constituye una amenaza urgente para el medio ambiente, la salud, la estabilidad económica y la paz mundial. Para afrontar esta emergencia, serían necesarias una serie de medidas en distintos sectores, como la energía, el transporte, la industria y la agricultura, que la Unión Europea ha resumido en la fórmula de la “transición verde” o “Green Deal”.
Comencemos por afirmar que la tesis del calentamiento climático está ampliamente sobrestimada. En un artículo publicado en “Libero” el 6 de julio, Antonio Socci expone una serie de datos científicos que demuestran que, en nuestros días, se muere más por frío que por calor. Según las estadísticas, las muertes por frío superan en una proporción de 9 a 1 a las causadas por el calor, y las temperaturas más elevadas están actualmente reduciendo el número total de fallecimientos. Luigi Mariani, docente de agrometeorología, sostiene —basándose en estudios recientes— que entre 2000 y 2019, el 91 % de los fallecimientos debidos a temperaturas extremas fueron causados por el frío y solo el 9 % por el calor. Esta conclusión científica no es nueva: ya hace una década una investigación internacional publicada en la prestigiosa revista The Lancet sostenía lo mismo, tras analizar 74 millones de decesos en 12 países distintos. Cuando los medios destacan únicamente las muertes por calor, distorsionan la realidad.
Ahora bien, admitiendo la existencia de cambios climáticos, ¿son debidos a la naturaleza o al hombre, y en qué sentido?
No es la primera vez que se producen cambios climáticos. El clima en la Edad Media, por ejemplo, fue benigno, como sus costumbres. El siglo XIV, que marcó el paso a la era moderna, conoció, en cambio, un brusco descenso de las temperaturas. En este periodo avanzaron los glaciares alpinos y polares, y una de las consecuencias fue la desaparición de la vid en Inglaterra. El retroceso de los glaciares hacia el sur y el aumento de la pluviosidad provocaron derrumbes, inundaciones y aluviones, que redujeron las tierras cultivables y causaron sucesivas hambrunas. La desnutrición debilitó a la población europea, haciéndola más vulnerable a enfermedades como la peste negra, que a mediados del siglo XIV diezmó al menos a un tercio de la población. Los historiadores Ruggero Romano y Alberto Tenenti documentaron este ciclo recurrente entre hambrunas y epidemias que caracterizó el siglo XIV (en Alle origini del mondo moderno 1350–1550, Feltrinelli, Milán, 1967).
Estas calamidades no fueron obra del hombre, sino de la naturaleza. Sin embargo, el hecho de que Dios, Señor de la naturaleza, las hubiera permitido, se interpretó como castigo por los pecados de los hombres, quienes, en este sentido, fueron considerados responsables de las catástrofes naturales. No se trataba del fin del mundo, sino del fin de una época; y siempre, en la historia, las desgracias naturales han acompañado las infidelidades y apostasías de las naciones. Ocurrió al final de la Edad Media cristiana y parece repetirse hoy.
El hombre moderno, en su prometeísmo, ha intentado cambiar las leyes de la naturaleza, pero en su desafío al orden divino y natural del universo, no puede sino fracasar. La modernidad pretendió sustituir la adoración de Dios por la adoración del hombre. Ante el fracaso de este proyecto, la ideología posmoderna sustituye la adoración del hombre por la adoración de la naturaleza. Esta es la ideología verde, en su forma más radical. El “planeta Tierra” es algo más que una patria: es una religión terrena.
Esta ideología penetró en el interior de la Iglesia durante el pontificado del Papa Francisco, y se materializó en la imagen de la Pachamama, la Madre Tierra de los pueblos amerindios, que fue entronizada en los Jardines Vaticanos el 4 de octubre de 2019, en vísperas de la apertura del Sínodo posamazónico.
¿Es el nuevo Papa León XIV partidario de esta ideología? No queremos creer que sea así. El 9 de julio de 2025 se celebró la Misa por el Cuidado de la Creación en el Jardín de la Madonnina del “Borgo Laudato si’” en Castel Gandolfo. El Papa concluyó su homilía con las palabras con las que san Agustín, en sus Confesiones, asocia las cosas creadas y al hombre en una alabanza cósmica: «Tus obras te alaban para que te amemos, y nosotros te amamos para que te alaben tus obras» (Confesiones, XIII, 33, 48). «Sea esta —dijo León XIV— la armonía que difundamos en el mundo».
La armonía a la que se refieren el Papa y san Agustín es antitética a la de la ideología verde. La recta razón y la divina Revelación nos enseñan que el hombre, creado a imagen de Dios, ocupa la cumbre de la jerarquía de la creación. La naturaleza es un medio donado por Dios al hombre para alcanzar su fin sobrenatural. Un agudo teólogo del siglo XX, monseñor Pier Carlo Landucci, recordaba: «El mundo es la casa del hombre, donada por el Creador del hombre. No, pues, el hombre para la casa, sino la casa para el hombre, quien sin embargo está obligado, por respeto al divino Donante y por su propio bien, a defender y conservar sus valores: esta es la ‘ecología’ en su fundamento racional y moral» (¿Instinto e inteligencia en los animales?, en “Palestra del Clero”, n.º 14, 15 de julio de 1985, p. 14).
El hombre debe respetar la naturaleza y sus leyes, que no son solo físico-químicas, sino también religiosas y morales. No solo los individuos, sino también los pueblos están obligados a respetar esas leyes. Si el hombre se rebela contra Dios o se aleja de Él, también la naturaleza se rebela o se aleja del hombre. Así ha sucedido en todas las épocas de crisis espiritual y moral, y así parece suceder hoy con el caos climático que nos azota y que podría manifestarse en repentinos castigos naturales. «Sin embargo —afirmó el Papa en Castel Gandolfo—, en el corazón del año jubilar confesamos —y podemos decirlo repetidamente—: ¡hay esperanza! La hemos encontrado en Jesús. Él todavía calma la tempestad. Su poder no perturba, sino que crea; no destruye, sino que da el ser, infundiendo nueva vida. Y también nosotros nos preguntamos: “¿Quién es este, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?”» (Mt 8, 27).
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