La Iglesia afirma que votar a los partidos proabortistas contradice gravemente la fe católica

La Iglesia afirma que votar a los partidos proabortistas contradice gravemente la fe católica

El Magisterio de la Iglesia Católica sostiene, de forma expresa y reiterada, que ningún fiel puede votar moralmente a partidos o programas que defiendan, promuevan o legitimen el aborto. Desde San Juan Pablo II hasta el Papa León XIV, la doctrina católica ha establecido que apoyar con el voto leyes contrarias a la vida constituye una cooperación objetiva con el mal.

En la encíclica Evangelium vitae (1995), san Juan Pablo II definió con precisión el principio moral que guía a los católicos en materia política: “El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar”. Añadió sin ambigüedad que “en el caso de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a su favor, ni darle el sufragio del propio voto”. El texto papal establece así que votar a favor de quienes sostienen la legalización del aborto supone una contradicción directa con la fe y con la ley moral natural.

Esta doctrina fue desarrollada más tarde por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política (24 de noviembre de 2002). En su cuarto punto, el documento afirma: “La conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral”. En el mismo sentido, advierte que “no se puede invocar el pluralismo político ni la libertad de conciencia para apoyar decisiones que contradicen los principios éticos fundamentales”.

De este modo, la autoridad doctrinal del Vaticano confirmó que votar a partidos o candidatos que promueven el aborto constituye una cooperación formal con un mal intrínseco. La Nota explica además que “la defensa de la vida desde la concepción hasta su fin natural es uno de los pilares sobre los que se sustenta el bien común”, y que su negación “hace imposible cualquier orden social justo”.

Ya como Papa, Benedicto XVI profundizó en esta enseñanza en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis (2007), donde introdujo el principio de “coherencia eucarística”. Señaló entonces que los católicos tienen “el deber de presentar y apoyar leyes inspiradas en valores fundados en la naturaleza humana”, entre los cuales mencionó expresamente “el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural”. Añadió que los fieles que intervienen en política “deben ser conscientes de su grave responsabilidad ante Dios, la Iglesia y la sociedad” cuando promueven leyes o votan programas que afectan a estos valores esenciales.

En el Memorando sobre la dignidad para recibir la comunión (2004), el entonces cardenal Ratzinger afirmó de modo explícito que “cuando un católico apoya con su voto a un candidato precisamente por su posición favorable al aborto o la eutanasia, incurre en cooperación formal con el mal y peca gravemente”. Solo podría tolerarse, precisaba, “una cooperación material remota” cuando el elector no comparte esa postura y existen “razones proporcionadas de gran peso”. Este principio, sin embargo, no atenúa la condena del aborto ni convierte su aceptación política en una opción legítima para el católico.

El Papa León XIV, actual Pontífice, ha reiterado en diversos discursos que “la vida humana es inviolable desde el primer instante de su existencia y no puede ser sometida al juicio cambiante de las mayorías”. En sus palabras, “el católico que vota debe hacerlo según una conciencia iluminada por la verdad, sabiendo que el apoyo a leyes o programas abortistas lo separa de la comunión moral con la Iglesia”. León XIV ha exhortado a los fieles a “no dejarse confundir por ideologías que disfrazan la injusticia bajo la apariencia de libertad o de progreso”.

Por su parte, la Conferencia Episcopal Española ha mantenido esta enseñanza con total claridad. En 1995, su presidente, monseñor Elías Yanes, declaró que “un católico no puede votar a un partido que incluya en su programa la ley del aborto”. En 2009, ante la reforma impulsada por el Gobierno, los obispos afirmaron que “ningún católico coherente con su fe podrá aprobar ni dar su voto al anteproyecto de ley del aborto”. Dos años después, en la nota previa a las elecciones generales, la Conferencia Episcopal advirtió que “no son compatibles con la fe católica aquellas opciones políticas que tratan como un derecho lo que constituye un atentado contra la vida”.

El Magisterio de la Iglesia es, por tanto, inequívoco: votar a un partido que defiende o promueve el aborto es moralmente inadmisible para un católico. Ni la pluralidad de opciones políticas ni la búsqueda del mal menor pueden justificar ese apoyo. San Juan Pablo II lo expresó de modo definitivo al afirmar que “nunca es lícito darle el sufragio del propio voto” a una ley o a un programa que legitime la eliminación de vidas inocentes. En continuidad con esta enseñanza, León XIV recuerda que “quien se declara discípulo de Cristo no puede participar en la difusión de la cultura de la muerte sin comprometer su fe y su comunión con la Iglesia”.

De este modo, la doctrina católica no admite interpretaciones laxas: el aborto es un mal intrínseco, y su defensa política rompe la coherencia moral del creyente. Todo católico está llamado a ejercer su responsabilidad electoral de acuerdo con una conciencia rectamente formada, sabiendo que el respeto a la vida es el fundamento sobre el cual se sostiene toda la moral pública y toda sociedad verdaderamente humana.

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Andrea Vallés
Ayer
Votar por partidos que apoyan el aborto contraviene gravemente la doctrina católica. Desde Juan Pablo II, el Magisterio ha subrayado que la defensa de la vida es innegociable. Ignorar esta enseñanza implica colaborar con el mal y debilitar la conciencia moral que debe orientar a los fieles en su acción política. La política católica debe alinearse con la fe y la ley moral natural; rechazar este principio socava la comunión con la Iglesia.
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