Un nuevo libro revela anécdotas de la vida del Papa León XIV, incluyendo el día en que fue reportado como muerto.
Armando Lovera recuerda con nitidez la primera vez que conoció al futuro pontífice en 1991, durante una estancia en Colombia. Su voz transmite, sobre todo, la gratitud hacia su amigo, el Papa León XIV. De esta amistad, forjada a lo largo de más de tres décadas, nace el libro en español De Roberto a Leo, publicado por Mensajero, donde Lovera, originario de Iquitos (Perú), narra episodios poco conocidos del pontífice. Entre ellos destaca el día en que muchos fieles en Trujillo, Perú, creyeron erróneamente que el Padre Robert Prevost había fallecido.
"En realidad, fue un joven aspirante agustino quien murió en un accidente de autobús mientras viajaba a Lima para celebrar el Año Nuevo", explicó Lovera en una entrevista con ACI Prensa, medio asociado a CNA.
Los padres del joven, procedentes de una zona rural al norte de Trujillo, carecían de recursos para repatriar el cuerpo y solicitaron al "Padre Roberto" que lo trasladara hasta su aldea. "Condujo más de 2.000 kilómetros ida y vuelta para hacerles ese favor", detalló el autor. Sin embargo, durante los trámites para devolver el cuerpo, "escribieron mal su nombre y lo incluyeron erróneamente en la lista de víctimas", publicada posteriormente en un periódico local.
"Cuando la noticia se difundió, especialmente entre las personas más humildes de la parroquia, acudieron a la casa agustina con lágrimas y periódico en mano para expresar sus condolencias", relató Lovera. Para sorpresa de todos, fue el propio Prevost quien abrió la puerta.
"Lo que más me impresiona es la disponibilidad constante que ha mostrado hacia sus amigos y, al mismo tiempo, el afecto sincero del pueblo", añadió.
Lovera rememoró también cómo fue su primer encuentro con el futuro Papa: "En aquel momento mi parroquia tenía jóvenes bastante ruidosos e informales; cuando me dijeron que él era canonista pensé: 'Aquí llega un caballero muy formal y apegado a las normas'. Pero tan pronto como se presentó y conversamos nos desarmó. Nuestros prejuicios desaparecieron porque resultó ser una persona muy cercana", explicó.
Al año siguiente, en 1992, Lovera llegó a la casa de formación agustina en Trujillo bajo la dirección del Padre Prevost. Durante siete años compartieron vida comunitaria y experiencias pastorales que consolidaron una amistad profunda y duradera pese al tiempo y la distancia.
"Encontré en él una calidez deslumbrante. Desde entonces simplemente fue Roberto o Padre Roberto", recordó.
Prevost ejerció como párroco de Nuestra Señora de Monserrate en Trujillo entre 1992 y 1998. Lovera evoca aquellos primeros días: "Mi esposa era oriunda de esa parroquia. Fuimos testigos cuando aún era solo una zona arenosa; los domingos llevábamos nuestras propias sillas para asistir a misa con un altar muy sencillo".
Dado que durante los años noventa operaban grupos subversivos armados en las regiones donde Prevost y otros misioneros desarrollaban su ministerio, "se les aconsejó abandonar el lugar; sin embargo él y su comunidad decidieron permanecer. Ese testimonio me impactó profundamente por su valentía y sentido de misión", relató Lovera. Añadió además que Prevost era matemático —una disciplina que también le apasionaba— lo cual fortaleció aún más su vínculo.
La amistad se afianzó igualmente gracias a la música, pasión compartida por ambos. "A Roberto le encantaba cantar música peruana e himnos agustinos; tenía muy buena voz y disfrutaba hacerlo junto al pueblo", recordó.
Lovera señala que esta inclinación musical tiene raíces familiares profundas. Según relata en el libro, la madre del Padre Prevost, Mildred, tocaba el órgano y fue una destacada contralto —el registro vocal femenino más grave— dentro del ámbito coral local.
