En una entrada anterior resumía el libro de Nabeel titulado Buscando a Alá, encontrando a Jesús en el que el autor describía su conversión al cristianismo y su relectura crítica del Islam.
Como resumen, el libro era una combinación de aspectos positivos y negativos dicha religión, y una combinación en la que acababan pesando más los segundos que los primeros. Esto es especialmente significativo dado que Nabeel, al contrario de otros conversos, tuvo una experiencia inicial muy positiva del Islam y a menudo se consideraba como un embajador del mismo. En esta entrada y sin negar, al igual que Nabeel, esos aspectos positivos, me fijo más en los segundos, los cuales son igualmente obvios pero, en algunos casos, especialmente graves y problemáticos.
Como nota importante, hay que insistir en que esa combinación entre lo positivo y lo negativo es intrínseca al Islam, y por ello esta mezcla es a la vez el principal problema para su integración en Occidente. La resume muy bien Nabeel cuando comenta que si “un musulmán occidental quiere fabricar un retrato pacífico de Mahoma, todo lo que tiene que hacer es citar hadices [textos y tradiciones referidas a Mahoma] y versículos pacíficos del Corán, excluyendo los violentos. Si un extremista islámico quiere movilizar a sus seguidores hacia actos de terrorismo, citará las referencias violentas, excluyendo las pacíficas” (pág. 218). Como se ve, la tarea de purificación del Islam es realmente difícil, pues tanto la violencia como la paz son partes del mismo corpus y parece que para su integración en Occidente no cabe sino amputar lo violento de forma radical, lo cual, claro está, sería considerado como una traición a Mahoma y a Alá por los grupos más radicales.
Para colorear un poco esta síntesis, añado ahora algunos matices más, dedicados a algunas cuestiones generales y también a Mahoma. Para no hacer esta entrada demasiado extensa, dejo para otra lo referido al Corán y a la violencia.
Así, según Nabeel, el Islam entiende Occidente como un bloque único y en el que no hay distinción entre creyentes, agnósticos y ateos ni entre liberales y conservadores o entre capitalistas y comunistas. Según los musulmanes, todos estos grupos comparten también una común promiscuidad moral y un antagonismo histórico hacia el Islam. Al respecto, una de las principales contradicciones es que los musulmanes no son tan críticos con su cultura ni con su historia ni, en general, con la vida social y política de sus respectivos países.
Especialmente problemáticos me parecen también algunos de sus principios pues, por ejemplo, la moralidad se mide con el recuento numérico de obras buenas o malas y así, si el número de las primeras es más alto que el de las segundas, un musulmán acabaría yendo al cielo de forma automática. Esto, obviamente, puede abrir todas las puertas del mundo para justificar cualquier maldad. Igualmente peculiar me parece su sentido del honor, que da más importancia a la imagen social que a la moralidad intrínseca de la acción y que, por ejemplo, permitiría mentir siempre que a uno “no le pillen” (pp. 108-109) o algo tan diabólico como el asesinato de una hija que no acceda a al matrimonio propuesto por sus padres (un caso real y reciente aquí).
Por su lado, la vida de Mahoma, junto a algunos momentos nobles como el perdón de los melquitas, tiene fallos serios como pueden ser sus asaltos algunas pacíficas caravanas, su matrimonio con la pre-adolescente Aisha, su recurso a la magia negra, sus envenenamientos y torturas (pág. 25), sus actitudes vengativas, sus tendencias suicidas o su pavor ante Alá, (págs. 210-223). Igualmente, no parecen dignos de fiabilidad los documentos históricos referidos a su vida, pues son posteriores a él al menos en doscientos años, es decir, mucho más alejados que los documentos referidos a Jesús, en especial el evangelio de san Marcos, escrito hacia el año 60.
Bueno, esto es todo por hoy. Más, e igualmente interesante, en una próxima entrada.
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