El obispo de San Sebastián, Fernando Prado, ha lanzado una carta a toda la diócesis para implicar a sacerdotes, religiosos y laicos en la oración y el acompañamiento de nuevas vocaciones sacerdotales, a pesar de no contar hoy con ningún seminarista.
El obispo de San Sebastián, Fernando Prado, ha hecho un llamamiento a toda la diócesis para que se involucre con el fin de contar con algún seminarista en la diócesis, compartiendo en una carta su invitación a todos los católicos a promover una “cultura vocacional”, en un contexto en el que, desde 2019, todavía con el anterior obispo José Ignacio Munilla, no ha ingresado ningún joven ni adulto en el centro formativo diocesano. “A nosotros nos toca también colaborar creando las condiciones para que su llamada pueda ser escuchada”, expone a sacerdotes, religiosos y laicos de la diócesis vasca, si bien aclara que “la vocación no nacerá de estrategias, campañas o consignas, sino sobre todo del testimonio contagioso de sacerdotes, personas consagradas y fieles en todas las comunidades que respiran fe, alegría y fraternidad”, hasta el punto de advertir que “sería un gravísimo error plantear la pastoral vocacional desde la angustia o la ansiedad, pues solo produciría inquietud y no verdadera disponibilidad”.
Con estas coordenadas, invita a todas las comunidades guipuzcoanas a “formar un grupo, por pequeño que sea, que se junte para orar por las vocaciones” al menos “una vez al mes de forma sistemática”, y adelanta que, a partir de enero, convocará en la catedral una oración comunitaria cada dos meses por esta intención. “Puede resultaros extraño que os escriba una carta sobre nuestros seminaristas cuando actualmente no hay ningún joven preparándose para el ministerio sacerdotal en nuestro seminario diocesano”, confiesa el obispo claretiano en su misiva, en la que llega a ironizar: “¡A qué loco se le ocurre escribir sobre los seminaristas que no tiene! Alguno pensará que el obispo anda trastornado”.
A renglón seguido, abre su reflexión para subrayar que los futuros seminaristas donostiarras ya “están en el corazón de Dios”, dado que “el Señor trabaja en el silencio, en lo escondido, con el ritmo paciente del amor”, y sugiere que “quizá hoy estén en la universidad, o sean niños de la catequesis; quizá se encuentren en una empresa ya trabajando, en un grupo de jóvenes cristianos, en medio de sus grupos de amigos, de sus deportes y aficiones”, recordando que “para todos tiene un sueño y un proyecto de vida, una vocación y una misión”. A partir de ahí, Fernando Prado ahonda en cómo ha de ser la pastoral vocacional y el perfil de los futuros presbíteros, al afirmar que “la llamada al ministerio sacerdotal no nace de la mera necesidad, sino del amor; no responde a una estrategia, sino a un misterio”.
En este sentido, sostiene que los futuribles curas han de ser “jóvenes ‘normales’” y subraya que “¡qué importante es ‘ser normal’!”, dirigiéndose en su carta a ese futuro seminarista para animarle en esta aventura: “La Iglesia no te quiere perfecto, y mucho menos que creas que lo eres más que los demás. Quiere que seas ‘normal’. Que tengas la madurez que has de tener para tu edad. Ni más ni menos. Eso sí: te quiere profundamente enamorado de Jesucristo y de su Iglesia. Pero enamorado de verdad”. Al mismo tiempo, Fernando Prado lanza una alerta sobre quienes pueden acabar en el seminario por otras motivaciones que no sean la llamada auténtica a seguir a Cristo, al advertir: “No vengas con la casa desordenada, o huyendo de cosas serias, bien sean afectivas, familiares o sociales que puedas tener sin resolver. El seminario y la posterior vida sacerdotal no son nunca un refugio en el que encontrar amparo y solución a tus problemas”.
Para el obispo claretiano, “el sacerdocio bien entendido no es un título que se posee de una vez para siempre, sino un trabajo siempre en construcción”, y, con esta premisa, describe el seminario como un espacio para “prepararse intelectualmente, conocer las Sagradas Escrituras, el dogma, la liturgia y el derecho, así como de profundizar en la tradición de la Iglesia”, además de ser un lugar “en el que el discernimiento ocupa el centro y donde se profundiza en la relación viva con el Señor”, y “una verdadera escuela de vida; una casa donde se cultiva la humanidad y la fe, un lugar donde se aprende a escuchar, a servir y a caminar al ritmo del Evangelio”. En su descripción del seminario ideal, se detiene a afirmar que “la fraternidad no es solo un ideal, sino una tarea diaria: vivir juntos, rezar juntos, celebrar juntos la Eucaristía, confrontarse con la verdad de uno mismo en contraste y diálogo con los demás”, y reclama “un seminario que no sea una burbuja profiláctica, sino un espacio abierto en relación con la sociedad y con las comunidades cristianas”.
Así, considera que de este modo se pueden configurar sacerdotes que sean “hombres capaces de atender, nutrir y animar la vida comunitaria; de celebrar con unción la Eucaristía y servir los demás sacramentos, de descubrir y hacer florecer los dones de cada bautizado y armonizar los carismas y ministerios en la comunidad”, y que, al mismo tiempo, sean “hombres capaces de trabajar junto con los demás, convencidos de que esta Iglesia misionera la construimos entre todas y todos, en corresponsabilidad sinodal y en comunión”. Entre sus advertencias, el obispo de San Sebastián lamenta que hoy “quizá hay una concepción del ministerio ordenado distorsionada, demasiado funcional quizá, enfocada en nuestras meras necesidades o urgencias cortoplacistas”, y concluye que “no queremos vocaciones angustiadas y ansiosas. ¡Preocuparse sí, sobrepreocuparse no!”, contraponiendo esa visión utilitarista.
