Francesca Villanova, enfermera en Chipata, Zambia, utiliza el running como herramienta de evangelización mientras trabaja con madres y niños discapacitados, inspirada por su experiencia en Taizé y su vocación en la comunidad de las Pequeñas Apóstoles de la Caridad.
Francesca Villanova, conocida como Pequeña Apóstol de la Caridad, ha dedicado su vida a la vocación, la esperanza y el servicio, desde Taizé hasta Zambia. Su pasión por el running se ha convertido en una herramienta para evangelizar. Desde Chipata, en Zambia, Francesca trabaja como enfermera en el centro Insieme con i bambini, ayudando a madres y niños discapacitados. Su vocación se desarrolló mientras estudiaba veterinaria en Bolonia, y su experiencia en Taizé a los 17 años fue crucial para su camino espiritual.
La vida consagrada de Francesca se caracteriza por una relación profunda con Cristo, más allá de la moral o la ética. En el podcast "Specchi" de Radio Vaticana, explica cómo su vocación se inscribe en el Jubileo de la Vida Consagrada, que comenzó el 8 de octubre y concluirá el 12 del mismo mes. Francesca, originaria de Sernaglia della Battaglia, en el Véneto, encontró su camino en la comunidad de las Pequeñas Apóstoles de la Caridad, inspirada por el beato Luigi Monza, tras una experiencia en Lourdes.
La misión de Francesca en África es un testimonio concreto de esperanza en el contexto del Jubileo. Vive su consagración secular sin signos externos, inmersa en la vida cotidiana. Su presencia en Zambia es un signo de esperanza, donde cada encuentro y cada sonrisa devuelta se convierten en fragmentos del Evangelio vivido. Francesca destaca que su misión no solo consiste en ayudar, sino también en recibir ayuda de aquellos a quienes sirve.
El running es para Francesca una forma de anunciar el Evangelio. Ha encontrado más personas a las que catequizar corriendo que en la catequesis tradicional. A través del esfuerzo compartido en el running, se crean lazos de amistad y se intercambian experiencias de vida. Francesca, desde el corazón de África, muestra el rostro más luminoso de la vida consagrada, un don cotidiano de cercanía, esperanza y amor sin fronteras.