La fe madura cuando duele

La fe madura cuando duele

La fe no se prueba en los momentos de brillo, sino en los de herida. Cuando se apagan los focos del sentimiento y el alma deja de sentir a Dios como una caricia evidente, empieza el verdadero examen. Ahí, justo donde uno sospecha que Dios se ha marchado, es donde San Juan de la Cruz señala la cercanía más feroz del Señor.

El gran engaño espiritual de nuestro tiempo es confundir emoción con presencia. En esta sociedad hipersensible, nos creemos que Dios está más cuando nos sube la temperatura del corazón que cuando todo dentro arde por el dolor. Y es justo al revés. La sensibilidad es un arranque, una ayuda inicial, un recordatorio amable. Pero no sostiene un alma. No la arraiga. No la hace crecer.

La noche oscura es otra cosa. Es un bisturí. Es la escuela donde el Padre quita soportes, tira muletas y deja al descubierto una fe desnuda. Una fe que ya no se alimenta de fuegos artificiales, sino del acto puro de confiar cuando el sufrimiento aprieta y no hay señales exteriores. El alma, herida, se repliega para protegerse… y ahí, en ese hueco interior que parece fractura, está Dios de una manera casi física, más real que en cualquier éxtasis.

Los momentos de conversión suelen venir vestidos de claridad: una intuición fuerte, una emoción que empuja, una especie de clic interior. Pero eso, por grande que sea, no forma raíces. Lo que arraiga de verdad tiene forma de cruz. Lo que marca para siempre no son las lágrimas de alegría espiritual, sino la fidelidad sostenida bajo presión.

El alma madura cuando descubre que la ausencia sentida no es abandono real. Cuando entiende que la falta de consuelo no es la retirada de Dios, sino su forma más severa y más tierna de educar. Cuando comprende que la fe crece precisamente donde más duele.

La noche oscura no es un túnel sin salida: es el taller donde Dios forja almas que no dependen del termómetro interior para creer. Almas que caminan con el corazón vendado, que aman desde la herida, que se mantienen de pie cuando todo desmorona. Almas que han descubierto la paradoja más dura y más luminosa de todas: Dios está más en la prueba que en la emoción.

Y cuando uno sale de ahí, ya no busca luces. Busca a Dios. Y lo encuentra de verdad. Porque lo ha encontrado en el dolor.


Iglesia Noticias no se hace cargo de las opiniones de sus colaboradores, que no tienen por qué coincidir con su línea editorial.

Comentarios
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Hugo Galán
5 horas hace
La fe se fortalece en el sufrimiento. En la soledad y en la lucha, uno se da cuenta de que la ausencia de consuelo no es abandono, sino una oportunidad para acercarse a lo divino. Cada herida puede ser un paso hacia una confianza más profunda en el Creador.
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