Juan Carlos Elizalde: "Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada"

Juan Carlos Elizalde: "Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada"

Evangelización, sinodalidad y compromiso con los más vulnerables: una Iglesia en salida, cercana y con raíces.

Tras la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, el obispo de Vitoria, monseñor Juan Carlos Elizalde, reflexiona sobre los grandes retos y prioridades de la Iglesia en el momento actual. Evangelización, corresponsabilidad y atención a las personas más vulnerables aparecen como ejes fundamentales de una misión que, en sus palabras, solo se entiende desde el servicio, la cercanía y la fidelidad al Evangelio.

En esta entrevista, el obispo aborda también algunas de las realidades más delicadas que atraviesa la Iglesia y la sociedad, como la reparación a las víctimas de abusos o la lucha contra la trata de personas, al tiempo que comparte signos de esperanza presentes en Euskadi: el compromiso social, la implicación de los jóvenes, los proyectos diocesanos y una renovada creatividad pastoral. Todo ello desde una convicción clara: una Iglesia viva, misionera y en salida, que no pierde sus raíces y que sigue anunciando, también hoy, que Dios entra en la historia y transforma la vida.

Una vez terminada la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, ¿cuáles diría que son hoy las tres grandes prioridades de los obispos españoles?

La primera es la evangelización, porque la Iglesia vive para evangelizar. En este ámbito se incluyen la educación, la formación y la catequesis. En segundo lugar, el fortalecimiento de la sinodalidad, entendida como la corresponsabilidad entre laicos, religiosos y pastores. Y, en tercer lugar, toda la ayuda a las personas más vulnerables y marginadas, es decir, la acción social, reconociendo en los pobres la carne de Cristo. Esos serían los tres grandes campos.

La Iglesia vive un tiempo muy delicado por los casos de abusos y todo el trabajo de escucha y reparación. ¿Cómo se puede sanar a las víctimas, pedir perdón con sinceridad y a la vez reconstruir la confianza en la Iglesia?

En primer lugar, situando este problema como una realidad que afecta a toda la sociedad. Es en el ámbito familiar donde más se produce y todos tenemos que hacer una labor de prevención, de educación afectiva, de escucha, de atención prioritaria a las víctimas, así como de reparación y acompañamiento. Esta tarea tiene que ser asumida por toda la sociedad. Como Iglesia, estamos haciendo este trabajo no porque nos obliguen, sino por convicción y en conciencia. Además, existe un plus de autoridad moral que, cuando se falla, implica también un plus de daño. Pero esta responsabilidad no es solo nuestra: también corresponde a las familias, al Estado, a las administraciones, a la enseñanza, a la educación, a los colegios, al tiempo libre y al deporte, ámbitos donde las administraciones tienen competencias y no siempre están actuando. En ese sentido, se está utilizando a la Iglesia como chivo expiatorio, lo cual no es justo, aunque nosotros estemos dando voz a este problema con convencimiento y de forma sanadora.

En la CEE asumió también la responsabilidad sobre mujeres en situación de trata y prostitución. ¿Qué cree que no estamos viendo como sociedad cuando hablamos de prostitución y explotación?

Desde mi diócesis, esta lacra se vive como una herida terrible que hay que erradicar. El sufrimiento y la explotación en el mundo tienen hoy, sobre todo, rostro de mujer y de niños. La trata de personas es un infierno en vida, incompatible con la idea humana y con el progreso en el siglo XXI. Es importante desenmascarar esta realidad, teniendo en cuenta que detrás de muchas víctimas de trata hay un miedo profundo a que se haga daño a sus familias, ya que las redes y mafias juegan con ese temor. La Iglesia dispone de muchos datos y acompaña a mucha gente, quizá sea la organización que más puede ayudar al Estado y a las fuerzas de seguridad en la lucha contra la trata, y lo está haciendo. No solo a través del voluntariado, Cáritas u otras asociaciones, sino también mediante órdenes religiosas que trabajan desde dentro, como las adoratrices, junto con otras asociaciones que cooperan en esta tarea.

El País Vasco tiene una gran riqueza humana y cultural, y muchas personas viven valores como la solidaridad, la cercanía y el compromiso. ¿Qué señales de esperanza y de fe percibe usted hoy en nuestras calles, familias y universidades? ¿Qué le anima especialmente como obispo al ver cómo la gente vive esos valores?

Las diócesis vascas han tenido una sensibilidad social muy grande y han sido pioneras en muchos proyectos, tanto misioneros como de promoción de las personas más vulnerables en esta tierra, desde una orientación cristiana. Hoy existe una gran sensibilidad social, pero es necesario refrescar las raíces que la sostienen, porque se puede caer en una ayuda propia del bienestar sin profundizar en su motivación. El pobre es Jesús, que se ha despojado de su rango y ha asumido la condición de uno más. Desde la adhesión y la relación con Jesús, desde la vida de la Iglesia, se da el salto al voluntariado y a la acción social. En ese sentido, los brotes verdes que se están viendo en las iglesias de Euskadi, los movimientos y retiros de conversión, apuntan a un factor motivacional que luego se concreta en ayuda, voluntariado y proyectos sociales, y eso es muy positivo.

Muchos jóvenes tienen hoy una gran sensibilidad social y deseos de construir un mundo mejor. ¿Cómo está acompañando la diócesis de Vitoria ese impulso y ofreciéndoles espacios donde puedan implicarse y seguir creciendo?

Los jóvenes que caminan en la Iglesia, en las comunidades y en las parroquias cuentan con grupos de referencia en cada parroquia y comunidad donde se concreta este compromiso. Existe una vinculación con Cáritas, Berakah, Manos Unidas y otros colectivos. En momentos como la Navidad se trabaja especialmente en estos ámbitos, y también en verano, a través de campos de trabajo, de colaboración, talleres de formación y experiencias misioneras. Hay muchas referencias personales y comunitarias vinculadas a los jóvenes, y este compromiso forma parte de su proceso formativo. Desde universidades católicas, colegios y parroquias se está trabajando bien este aspecto.

Como dice, la diócesis impulsa muchos proyectos sociales y pastorales, desde Berakah hasta iniciativas con familias, jóvenes o personas mayores. ¿Qué proyectos le están ilusionando más en este momento y por qué cree que están haciendo tanto bien en nuestra comunidad?

El proyecto de los pisos tutelados, con 57 viviendas gestionadas por la Iglesia a través de Berakah y de profesionales que actúan como intermediarios con personas migrantes que, de otro modo, no tendrían acceso al alquiler. Es una labor muy valiosa. También la conversión de casas curales, que atendían necesidades menos urgentes, para destinarlas a personas en exclusión grave y pobreza severa. A ello se suma todo el voluntariado vinculado a órdenes religiosas, los pisos compartidos con jóvenes en edad de formación y los proyectos en el extranjero, como los campos de trabajo de verano, que incluyen el contacto con otras culturas y realidades sociales.

Cada vez más personas descubren las iglesias a través de conciertos, rodajes o actividades culturales. ¿Qué oportunidades ve usted en esta apertura para acercar el patrimonio espiritual a la sociedad, y cómo se puede hacerlo sin perder lo que hace sagrado a un templo?

La expresión de la fe se ha plasmado siempre en la cultura, tanto en la contemporánea como en el patrimonio cultural de siglos anteriores. Poder servirse de la cultura con una finalidad catequética y alimentar la fe a través de ella es algo muy valioso. Existe el riesgo de que los templos se perciban solo como museos, debido a una visión muy secularizada, pero la Iglesia tiene criterios y formas de gestionar el uso de los espacios conforme al derecho canónico, de manera que no se contradiga su identidad cristiana. Se están haciendo bien las cosas. Por ejemplo, los seminaristas actúan como guías turísticos, explicando la cultura, la arquitectura, la escultura o la pintura de forma pedagógica, como una catequesis de alto nivel y bien fundamentada.

Usted insiste mucho en que “la fe entra por el oído”, por lo que se escucha. ¿Qué papel juegan hoy los medios, los podcasts, las redes sociales o incluso las series en la forma de anunciar el evangelio? ¿La Iglesia está llegando tarde a estos lenguajes?

Nunca se llega del todo a tiempo, nadie lo hace. Todos reaccionamos cuando vemos ejemplos estimulantes. Lo cierto es que existe un deseo real de comunicar. Que jóvenes comunicadores estén presentes en el ámbito mediático anunciando la fe o animando a los obispos a hacerlo es una auténtica bendición. Personalmente, me siento muy ayudado y acompañado por los medios de comunicación de la diócesis y por el equipo de comunicación, que está haciendo un gran trabajo al acercar la realidad de la fe a muchas personas a través de distintos formatos, sin escatimar esfuerzos. Incluso desde otras diócesis se reconoce esta labor. Esto es una Iglesia misionera, en salida y creativa. Además, tiene un efecto multiplicador: muchas personas llegan a retiros espirituales, como Effetá o Emaús, o a convocatorias diocesanas gracias a las redes, a un vídeo, a una película o a una invitación difundida desde la comunicación. Por todo ello, estoy muy contento.

Su lema episcopal es “Tú eres mi hijo amado”. ¿Cómo le sostiene esa frase en los momentos de cansancio, crítica o desánimo?

No era consciente de que esa frase pudiera convertirse en mi lema. Cuando fui ordenado obispo, unos jóvenes me hicieron una canción con ese lema, “Tú eres mi hijo amado”, y me dijeron: «Hables de lo que hables, eres un canso, pero al final siempre acabas diciendo que esto es lo nuclear del Evangelio, que somos hijos muy amados y que desde ahí podemos afrontar los problemas, el cansancio, las críticas, las ausencias y los fracasos». Y es verdad. Es importante que la realidad nos devuelva siempre al origen, para agradecer y para suplicar, pero sin que nos despiste de nuestra identidad y de lo que realmente somos.

Si tuviera que decir en una frase qué ha aprendido estos años como obispo de Vitoria y como miembro de la CEE, ¿qué diría? ¿Qué le gustaría que quedara de su paso por esta diócesis?

Que la vida es para servir al Señor y a los hermanos, con pasión por Jesús y pasión por su pueblo. Los obispos somos los primeros llamados, por nuestra cercanía a Jesús como sucesores de los apóstoles, a vivir esta entrega de manera cercana, en pobreza, de forma coloquial y sencilla, y también de un modo martirial, dispuestos a dar la vida si hace falta. Por ahí iría un poco. Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada.

Se acerca la Navidad, un tiempo muy especial para tantas familias. ¿Cómo invita la diócesis de Vitoria a vivir este tiempo y a prepararlo de una manera que renueve la esperanza y la fe?

Reforzando la certeza de que la entrada de Dios en la historia, Dios hecho hombre, es el acontecimiento más bello, más luminoso y más genial que ha ocurrido. Es un hecho que ha partido la historia en dos mil años antes de Cristo y dos mil veinticinco después, y que sigue presente hoy en las comunidades, en los sacramentos, en la vida cristiana, en las relaciones y en la Palabra de Dios. No es un recuerdo del pasado, sino una realidad viva que actúa hoy y desencadena la misma revolución que provocó en la vida de aquellos hombres y mujeres. Por ahí iría la felicitación de Navidad.

Comentarios
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Ricardo Fernández
2 horas hace
La Iglesia pierde relevancia si no se compromete con los más vulnerables. La evangelización debe ir acompañada de acciones concretas, no solo palabras. Todos, desde familias hasta instituciones, debemos unirnos en la lucha contra abusos y la trata. La transformación social necesita un esfuerzo colectivo.
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