En este texto publicado recientemente en Silere non possum, el lector se adentra en la reflexión del obispo cisterciense Erik Varden sobre la era postsecular y el renovado interés por el catolicismo en el norte de Europa, en un contexto de profundas incertidumbres culturales, políticas y económicas.
El monje cisterciense y obispo de Trondheim, Erik Varden, sostiene que ya vivimos en una era postsecular, algo que considera especialmente visible en el norte de Europa. A su juicio, el rápido cambio de las tendencias culturales ha dejado a muchos sin certezas políticas, culturales, ecológicas y financieras, lo que impulsa una búsqueda de referencias sólidas. En este contexto, detecta un renovado interés por el catolicismo, que atribuye ante todo a que muchas personas lo perciben como verdadero y capaz de “resistir la crecida” del tiempo presente. Rechaza la idea de que esta curiosidad sea solo un refugio psicológico sin consecuencias reales: afirma que se encuentra “casi cada día” con conversiones auténticas que desmienten esa interpretación.
Varden observa también el crecimiento de ámbitos ligados a la liturgia tradicional, en particular entre jóvenes, aunque matiza que se trata de un fenómeno localizado y no generalizado. No lo ve como una fuente de grandes conflictos generacionales, sino como una búsqueda de parámetros y de belleza que la Iglesia puede ofrecer si celebra bien sus misterios. Resume su criterio litúrgico en una regla sencilla: cuando se celebra, hay que “hacer lo rojo y decir lo negro”, es decir, seguir fielmente las rúbricas y dejar que resuenen las palabras de la Iglesia, no solo las propias. Considera que, mientras se mantenga esta fidelidad, la liturgia resulta convincente. Al mismo tiempo, pide relajarse ante las etiquetas de “progresistas” y “tradicionalistas”, que a menudo no se corresponden con la realidad, y cita como ejemplo el peregrinaje de Chartres, donde muchos jóvenes combinan sin problemas encuentros carismáticos, misa en latín y trabajo caritativo.
En su opinión, la lógica “progresistas contra conservadores” lleva mucho tiempo infiltrada en la Iglesia, pero debería ser superada con gentileza y humor. Recuerda la fórmula de un monje benedictino alemán, Elmar Salman, que rechazaba ser clasificado como conservador o liberal y prefería definirse como “clásico y liberador”, una expresión que Varden propone como vía para situar la conversación en un plano más profundo. Advierte también contra la instrumentalización política del cristianismo y de sus símbolos, así como contra la retórica del “choque de civilizaciones”. Insiste en que la fe no puede ser utilizada para fines seculares: está llamada a iluminar y enriquecer el ámbito temporal, pero no a quedar prisionera de él.
Respecto a la responsabilidad del cristiano hoy, Varden cita un consejo de san Antonio: “Deja que Cristo sea el aire que respiras”. Lo traduce en la necesidad de vidas coherentes y creíbles, que testimonien esperanza, practiquen la hospitalidad, estén atentas al dolor y a la alegría humanos y mantengan una humilde fascinación por el misterio de Dios. Ante la crisis de credibilidad provocada por los abusos, sostiene que la Iglesia solo puede recuperar confianza siendo veraz y llevando adelante, “en la justicia y entre lágrimas”, la obra de reparación. Considera que esta experiencia puede hacerla más humilde y, por ello, más acogedora. Critica la tentación de imitar el lenguaje y los códigos del mundo —incluido el uso ansioso de redes sociales—, porque condena a la Iglesia a ir siempre por detrás. Propone, en cambio, recuperar con entusiasmo su propio lenguaje: la Escritura, la liturgia, los ritos y los sacramentos, que permiten decir cosas “sorprendentemente frescas, originales y bellas” que la gente está dispuesta a escuchar.
Varden ha escrito sobre la castidad y la “soledad rota”, temas que, reconoce, no parecen de entrada atractivos para el público actual, pero cuya acogida le ha sorprendido. Desde la publicación de su libro sobre la castidad, afirma haber recibido de forma constante cartas, correos y visitas, especialmente de jóvenes de distintos países, que muestran un verdadero deseo de afrontar estas cuestiones. Para él, ambos libros tratan de lo mismo: qué es el ser humano, abordando tanto la memoria y las aspiraciones del espíritu como el hambre, los deseos y las esperanzas del cuerpo. En su último trabajo recurre a la epopeya de Gilgamesh para cuestionar la idea de un “excepcionalismo cultural” contemporáneo: la descripción del héroe como “megalómano enamorado de su propia destreza pero inseguro de su propósito, obsesionado con la muerte y cargado de tristeza” le sirve para mostrar la continuidad de las inquietudes humanas a lo largo de los milenios.
En este marco, Varden defiende que la literatura puede “salvar la vida” al ayudar a descubrir que uno no está solo: al leer una novela, una poesía del siglo XVIII o una página de las “Metamorfosis” de Ovidio, alguien puede reconocerse y comprender que otros han pasado por lo mismo. Atribuye a la música una capacidad singular para expresar lo inefable y acercar, tanto como es posible en esta vida, a la eternidad. También reivindica la sabiduría de los Padres del desierto, de quienes destaca realismo, solidez de fe, autoironía y sentido de las proporciones. Preguntado por el mayor obstáculo para el encuentro con Dios hoy, responde que es creer de verdad que se es amado, y resume su deseo para el ser humano actual en que tome conciencia de su potencial para la vida eterna.
