En El País están de vacaciones... de ideas. Se nota el sopor estival en las redacciones: el Papa no da titulares manipulables, los obispos se han tomado un respiro y el agosto informativo les pesa como una losa. ¿Solución? La de siempre: sacar del congelador un nuevo capítulo de su saga favorita, “abusos en la Iglesia”, aliñada con música triste, voces quebradas y ese aroma dulzón a producción sentimental. Esta vez, el plato viene en formato podcast, con título de culebrón lacrimógeno: “Abusos en la Iglesia y la carta de perdón que nunca llegó”. El contenido se puede escuchar aquí, aunque con el título basta para adivinar el menú: drama de encargo y propaganda editorial.
Pero lo realmente asombroso —si alguien aún se asombra— es que no hay nada nuevo que contar. Ni caso reciente, ni pruebas inéditas, ni investigación alguna. Solo reciclaje emocional, piezas descoloridas de hace años, vueltas a vestir para la ocasión. Lo único original es el formato: donde antes había columnas sensacionalistas, ahora hay podcasts con eco melancólico. Lo llaman “rescate de la memoria”, pero huele más bien a refrito sensacionalista. Y encima sin contrastar. Porque a estas alturas, ni ellos parecen interesados en comprobar si lo que repiten tiene alguna base. La consigna es sencilla: que encaje en el relato.
Uno pensaría que tras el esperpento del caso Gámez, El País optaría por un prudente silencio. Pero no: han decidido seguir bailando sobre el incendio que ellos mismos provocaron. Así que, si ellos no miran atrás, lo haremos nosotros. Con nombres, fechas y enlaces.
Sergio Gámez no denunció haber sufrido abusos. Hizo algo más interesante: se infiltró como falso testimonio en el relato de abusos sexuales de El País y por consiguiente en el informe oficial sobre abusos en la Iglesia del Defensor del Pueblo, que Ángel Gabilondo presentó en octubre de 2023. Sergio Gámez dijo haber sido víctima de un monitor de una parroquia en Aluche. Y coló.
El único problema: todo era mentira. Gámez nunca fue a esa parroquia, ni conocía al supuesto agresor, ni siquiera pisaba la misa por entonces. La suya fue una trampa premeditada, diseñada para comprobar hasta qué punto El País y el Defensor del Pueblo estaban dispuestos a tragarse cualquier cosa si servía para confirmar su prejuicio anticlerical. Y lo logró. Le publicaron. Le citaron. Y los medios, encabezados por El País, la laicisfera —ese conjunto de medios y opinadores que hacen del laicismo militante su religión de Estado—, corrieron a amplificar su “testimonio” como si fuera dogma revelado.
Hasta que el propio Gámez reventó la farsa. Lo confesó todo a ABC, en un reportaje que titulaba sin eufemismos: “Nos inventamos un abuso en la Iglesia y lo recoge el Defensor del Pueblo”. No fue una denuncia falsa cualquiera. Fue algo más corrosivo: una bomba de humo contra un sistema dispuesto a creerse cualquier historia sin el menor filtro, siempre que la víctima sea “útil”.
¿Y qué hizo El País cuando la mentira explotó? ¿Una autocrítica? ¿Una revisión de su cobertura? ¿Un mínimo de vergüenza? Nada de eso. Lanzaron una pieza a la yugular del mensajero: el 2 de diciembre de 2023 publicaron “Un miembro del Opus Dei y funcionario municipal finge ser una víctima para atacar la investigación de la pederastia en la Iglesia”. Ahí está todo: el verbo “finge”, como si fuera una obra de teatro; la mención al Opus Dei, como si fuera una secta peligrosa; y, sobre todo, la inversión moral: el culpable no es el sistema que traga bulos, sino quien los pone en evidencia.
Y para completar el cuadro, el periodista de El País que cubrió el caso Gámez, Íñigo Domínguez, fue ascendido a corresponsal en El Vaticano. Un premio, sin duda, por su fidelidad a la línea editorial. Allí está ahora, con vistas a la cúpula de San Pedro, decidido a seguir con su monomanía: la Iglesia como epicentro del mal, el perdón como excusa hipócrita y el pasado como arma arrojadiza.
Este verano ya ha dejado su sello: hurgar en relatos antiguos, dramatizar cartas sin remitente y resucitar testimonios caducados como si fueran novedades. Todo para alimentar un expediente eterno contra una institución a la que no se concede redención posible. Porque en El País, la culpa no prescribe, pero los errores propios se entierran.
La Iglesia tendrá que purgar muchas cosas. Pero no bajo la dirección de un tribunal mediático dirigido por redactores con vocación de fiscal. No con informes envenenados por bulos verificables. Y desde luego, no con periodistas que jamás rectifican, pero siempre condenan.
El caso Gámez fue cualquier cosa menos anecdótico. Fue la prueba definitiva de que la investigación oficial estaba al servicio de una narrativa. Que las víctimas reales fueron instrumentalizadas para una cruzada ideológica. Y que los medios, lejos de vigilar al poder, actuaron como sus altavoces ciegos.
Así que, cuando ahora El País nos ofrece otro capítulo de su serie veraniega contra la Iglesia, no esperen crédito alguno. Lo perdieron. Lo que tienen es una fijación. Y un relato que no tolera fisuras, aunque la realidad lo desmonte una y otra vez.
¿Quieren seguir hablando del caso Gámez? Adelante. Pero cuéntenlo entero. Y si no se atreven, publíquenlo como lo que es: ficción editorial. Total, llevan años ensayando.
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