La doctora Branca Pereira Acevedo relata cómo su trato con Sor Lucía dos Santos, vidente de Fátima, transformó por completo su vida espiritual durante los 15 años en que fue su médico.
“Yo fui su médico del cuerpo, pero ella fue mi médico espiritual”, así definió la doctora Branca Pereira Acevedo la profunda relación que mantuvo con Sor Lucía dos Santos, vidente de la Virgen de Fátima, a quien atendió durante los últimos quince años de su vida. Lucía —la única de los tres pastorcitos que permanecía con vida entonces— se trasladó en 1925 a la ciudad española de Tui, en Pontevedra, donde residió más de una década antes de regresar a Portugal y profesar sus votos como Carmelita en 1949. En esta localidad del norte español, la vidente recibió “una nueva visita del cielo” con apariciones de la Virgen María y del Niño Jesús.
El próximo 10 de diciembre se cumplirá el centenario de estas apariciones, motivo por el cual la Santa Sede ha concedido un Año Jubilar al lugar donde tuvieron lugar, conocido como la “Casa del Inmaculado Corazón de María”, devoción que esta pastorcita difundió incansablemente hasta el final de sus días. Testigo privilegiado de aquel ferviente testimonio fue su médico, la doctora Pereira, quien el pasado sábado compartió sus vivencias en la presentación en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares del cortometraje “El Corazón de Sor Lucía”, un proyecto conjunto entre HM Televisión y el Hogar de la Madre para conmemorar esta efeméride.
La doctora acompañó a Sor Lucía en el convento carmelita de Coimbra, Portugal, hasta su fallecimiento el 13 de febrero de 2005, a los 97 años. Durante ese tiempo experimentó una profunda conversión espiritual gracias al ejemplo y testimonio constante de su paciente. “Fue una etapa difícil de explicar por la intensidad de las experiencias que viví junto a ella”, confesó la médica portuguesa. Describió a Sor Lucía como quien habla de un amigo cercano: “Era una persona igual a todos nosotros; quien no la conocía no podía distinguirla. No había en ella ni orgullo ni vanidad; solía decir que era un simple instrumento de Dios”. Resaltó especialmente su humildad y obediencia, sobre todo hacia Dios y hacia la Orden Carmelita “a la que tanto amaba”.
En aquel tiempo, la fe personal de la doctora se había enfriado: “No acudía a Misa ni participaba en los sacramentos… Mi carrera, mi trabajo y mi familia me absorbían todo el tiempo y me justificaba con eso para no ir a la iglesia”, explicó. “Ella me enseñó que por medio de Dios y a través de la Iglesia podemos hacer todo bien. Viví con ella momentos muy íntimos; creo incluso que más profundos que con las mismas hermanas con quienes convivía”, afirmó. Uno de los episodios más significativos fue la publicación —en el año 2000 por parte del entonces Secretario de Estado, el Cardenal Angelo Sodano— del tercer secreto revelado en Fátima el 13 de julio de 1917 a los tres pastorcitos en Cova da Iría, texto que Sor Lucía transcribió en 1944.
Pereira fue testigo directo tanto de la serenidad como del temple con que Sor Lucía afrontó las presiones derivadas del escepticismo sobre si quedaba parte del secreto sin revelar. “Nos decía que lo más importante está escrito en la Palabra de Dios, en la Biblia. Nos invitaba a obedecer a Dios, porque eso era lo verdaderamente esencial; lo demás era secundario”. Incluso entonces mantuvo un buen ánimo constante. “Su buen humor era permanente. Vivía en fidelidad y verdad, y se conservó lúcida y fiel hasta el momento final, al cual yo asistí”. Añadió que recibía numerosas cartas insultantes desde distintos lugares del mundo mientras estaba en el Carmelo; sin embargo, ella respondía: “No hay problema; hay que rezar por esas personas porque son hijos de Dios y deben convertirse”.
También recordó cómo Sor Lucía se preparó para la beatificación —que tuvo lugar en 2000—de sus primos Jacinta y Francisco Marto “con una intensidad y alegría indescriptibles”, mostrando así su amor filial hacia ellos y su compromiso con las gracias concedidas por Nuestra Señora.
