Del atril al atraco: lector de la Palabra, agresor de periodistas

Durante un acto académico en la Universidad Lateranense de Roma, el periodista venezolano Edgar Beltrán fue agredido por Ricardo Cisneros Rendiles, empresario vinculado al régimen chavista. Según cuenta Iglesia Noticias, el hecho ocurrió cuando Beltrán preguntó al arzobispo Edgar Peña Parra sobre la participación del oficialismo venezolano en los actos por la canonización de siete nuevos santos, entre ellos San José Gregorio Hernández. Cisneros le arrebató el móvil, lo lanzó contra un escritorio y lo sujetó por la camisa, todo delante del prelado, que no reaccionó. Hasta ahí, el bochorno. Pero el absurdo alcanza el sacrilegio cuando uno descubre que el agresor fue, horas después, el encargado de proclamar la primera lectura en la misa de acción de gracias presidida por el cardenal Pietro Parolín.

Sí, leyó usted bien. El mismo hombre que horas antes se comportó como un guardaespaldas de Maduro, fue quien se subió al ambón para leer la Palabra de Dios ante obispos, diplomáticos y fieles. Un empresario con vínculos petroleros y puños ligeros, convertido en proclamador solemne de Isaías. No sabemos si fue por devoción, por enchufe o por cuotas de poder, pero el resultado fue grotesco: un matón diplomático convertido en lector litúrgico. Todo un contrasentido eclesial, teológico y moral.

Se celebraban canonizaciones... pero algunos prefirieron canonizar sus complejos de matón. Mientras Roma reconocía la santidad de sus hijos fieles, se abría paso al altar uno que defiende, financia o tolera la opresión del pueblo que esos santos amaron y sirvieron. ¿Quién selecciona a los lectores? ¿Qué hace falta hoy para proclamar la Escritura: fe y vida cristiana... o simplemente contactos con las embajadas?

Con el debido respeto, ¿alguien podría recordarle al señor Cisneros que las misas no son ruedas de prensa del PSUV? Tampoco deberían ser escaparates donde se bendice, entre incienso y cantos, al adulador de un régimen responsable de ruina, exilio y hambre.

San José Gregorio Hernández curaba enfermos; su supuesto devoto moderno reparte empujones a la prensa libre. Qué tremenda devoción: del estetoscopio a la mordaza. Uno entregó su vida al prójimo; el otro se ofende si alguien osa nombrar al dictador en voz alta.

Y no es cualquier personaje. Ricardo Cisneros no es un devoto anónimo. Es un empresario vinculado a PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.), la empresa estatal petrolera —principal fuente de ingresos del chavismo— y brazo financiero del saqueo institucionalizado. A través de su firma Globalable Holding, Cisneros participa en contratos de explotación con empresas mixtas, como Petrocabimas. Mientras Venezuela se hunde sin gasolina, sin medicinas y sin agua, él pasea por Roma como si fuera ministro plenipotenciario de la fe popular.

Y como si la farsa necesitara banda sonora, el pasaje que este caballero leyó desde el ambón fue Isaías 58, 6-11, uno de los textos más abrasadores contra la injusticia. Escuchemos al profeta, proclamado —nada menos— por un operador del régimen:

“Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos…” ¿En serio? ¿Desde qué cárcel venezolana preparó su homilía? ¿Mientras tomaba café con cuál general sancionado meditó estas palabras?

Porque si hay un país donde se encarcela por pensar distinto, donde se tortura a presos políticos, donde los indigentes duermen en las calles y los niños mueren de desnutrición, ese país es el mismo que este lector representa con su impunidad y su cuello de camisa bien planchado.

“Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia…” Lo leía con la misma boca que horas antes había gritado a un periodista que se callara. Con el mismo brazo con que lo agarró por la camisa. Todo muy profético.

“Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo…” ¿Lo decía en serio o era una sátira de Estado? Porque él parte el pan con el régimen, mientras millones en Venezuela lo raspan del plato vacío. Hospedar, sí… pero a los del partido. Al pobre se le deja en el rancho sin electricidad.

Y para colmo, como si el cielo quisiera dejar claro que esto era una comedia trágica, leyó mal el texto y soltó: “Serás un huerto bien regalado, en vez de “bien regado”. Un lapsus freudiano tan revelador como vergonzoso. Porque claro, en el imaginario revolucionario, todo se “regala”... siempre que no sea suyo: la propiedad, el campo, la fe, la patria. Ese error no fue un desliz. Fue una confesión ideológica. Como si en plena misa alguien gritara: “¡Exprópiese!”

A veces, los que acuden a Roma no lo hacen por devoción, sino por relaciones públicas. Algunos ni siquiera disimulan: agreden en público, leen profecías que contradicen su vida, y se sientan en primera fila como si fueran benefactores del Reino.

La Iglesia siempre ha acogido pecadores. Pero una cosa es el pecador que busca perdón, y otra el que usa el templo como tarima para lavar su imagen política, mientras su país sigue bajo cepo.

Roma celebra santos. Pero convendría recordar que algunos de los presentes no vienen a rezar a San José Gregorio, sino a su verdadera trinidad revolucionaria: San Hugo Chávez, San Fidel Castro y San Che Guevara. A esos sí que les hacen promesas, novenas y altares de mármol.

Y mientras tanto, al periodista que se atrevió a hacer una pregunta legítima, se le arranca el teléfono y se le empuja contra el escritorio. Y nadie —ni rector, ni arzobispo, ni cardenal— ha tenido aún la valentía de decir públicamente lo que cualquier cristiano de a pie ve con claridad: Ese ambón estaba ocupado por un escándalo. Y ese silencio, también.

Comentarios
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Jesusa Martínez
1 hora hace
La incongruencia de que un empresario vinculado al régimen chavista lea la Palabra en un acto de canonización evidencia la crisis moral de la Iglesia. Este episodio evoca las complicidades de la persecución cristiana, donde muchos se alinearon con el poder. El ciudadano debe cuestionar la autenticidad de una fe que se convierte en cómplice de la opresión.
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