No deja de tener su gracia —negra, eso sí— que El País, diario tótem del progresismo laicista y adalid del relativismo moral, se nos haya puesto de pronto sotana y bonete para dar lecciones de rectitud a la Iglesia católica. Un medio que lleva décadas promoviendo todo tipo de descomposición cultural y moral —cuando no directamente justificando los abusos desde el discurso de la “liberación sexual”— ahora se nos presenta como defensor de las buenas costumbres. Curioso, ¿no?
El blanco de turno es el obispo de Cádiz y Ceuta, Rafael Zornoza, a quien el Vaticano ha abierto una investigación canónica por una denuncia de supuestos abusos cometidos cuando era sacerdote en el seminario de Getafe. Caso en curso. Presunción de inocencia intacta —o eso debería ser—. Pero El País ya ha dictado sentencia. Porque han descubierto que estos temas venden, y mucho. Y cuando algo da visitas, en esa redacción se suelta la correa del rigor.
Y lo más alarmante no es el linchamiento mediático. Lo peor es que este periódico tiene acojonados a los obispos. Literal. La jerarquía española, con muy pocas excepciones, tiembla cada vez que El País publica un artículo sobre abusos. No porque les preocupe la justicia o la limpieza de la Iglesia —que también—, sino porque viven en un estado de pánico permanente a salir en la foto, a que les abran una pieza, a que los señalen como encubridores. Y esa cobardía pastoral se traduce en genuflexiones vergonzosas ante un medio que no tiene ni un gramo de respeto por la Iglesia.
Y lo de los abusos, por supuesto, se ha convertido en el arma perfecta. Porque a nadie se le ocurre pedir pruebas. Basta con un relato vago, un nombre, una fecha cualquiera, y ya tienes material para un reportaje. Da igual que no haya sentencia, ni investigación formal, ni contraste de fuentes. La lógica es simple: si lleva al alza la gráfica de clics, se publica.
Y si alguien todavía dudaba de que esto es un coladero monumental, que recuerde el caso de “Sergio Gámez”. Un colectivo se inventa un testimonio falso de abusos. Lo manda al buzón de abusos que se inventa El País ¿Y qué pasa? Lo publican. Lo cacarean. Lo legitiman. Sin una sola comprobación seria. Sin mirar si el supuesto afectado existe. Y no hablamos de una carta al director, no. Hablamos de un “caso” incluido en el informe oficial del Defensor del Pueblo -copiota él, y genuflexo del que siempre ha sido el periódico gubernamental con los gobiernos del PSOE- y en la base de datos de El País como si fuera historia documentada.
Es decir: queda probado que en este “gran trabajo de investigación” cabe perfectamente un bulo completo. Que basta contar lo que el medio quiere oír, envolverlo en narrativa de víctima, y ya estás en el archivo de la infamia. ¿Cómo se llama eso? No es periodismo. Es desinformación con pretensiones de cruzada moral.
¿Y cómo reacciona la Iglesia? Pues ya lo dijimos: con miedo. Con una actitud sumisa, casi vergonzante, que más parece un síndrome de Estocolmo mediático que el comportamiento de una institución milenaria fundada por Cristo. Algunos prelados hasta han alabado el “gran trabajo” de El País, como si no entendieran que ese mismo medio los desprecia, los utiliza y los aniquila cada vez que le conviene.
Sí: la Iglesia debe limpiar su casa. Pero no al dictado de un periódico. No a base de titulares oportunistas. Y, desde luego, no sometiéndose a quien ha demostrado ser incapaz de verificar ni una sola fuente cuando la historia encaja con su agenda anticlerical.
Porque si un solo caso falso —como el de Sergio Gámez— ha conseguido colarse en sus informes sin oposición, ¿cuántos más estarán sustentados en el aire? ¿Cuántos sacerdotes inocentes han sido señalados, estigmatizados, condenados socialmente por el simple hecho de figurar en ese index digital que ha montado El País?
Mientras tanto, las verdaderas víctimas quedan diluidas en un océano de relatos sin verificar. Y los verdaderos culpables respiran tranquilos, porque lo que debería ser justicia se ha convertido en circo. Y el circo lo dirige un medio con pretensiones de fiscal, pero credibilidad bajo mínimos.
Así que, señores de Lo País, si les queda un poco de dignidad profesional: limpien su base de datos. Revisen sus fuentes. Pidan perdón por haber dado altavoz a una mentira como la de “Gámez” y quizá muchas otras. Y luego, si quieren hablar de moral, háganlo desde la humildad de quien ha sido pillado en falta.
Pero mientras sigan usando a la Iglesia como punching ball ideológico, ustedes no tienen ni la más mínima autoridad para decirnos cómo debemos actuar. La Iglesia no necesita pastores acobardados ni enemigos travestidos de periodistas. Necesita verdad. Y justicia. En serio. No en titulares.
Así que, con todo respeto: a otro perro con ese hueso.
