Procesados por rezar: síntoma de un país enfermo

Procesados por rezar: síntoma de un país enfermo

A veces una piensa que ya lo ha visto todo en este país nuestro, tan dado a los sobresaltos legales y a las invenciones morales. Y de pronto llega Vitoria-Gasteiz, un juzgado, veinte y tantas personas con rosarios en el bolsillo y un fiscal convencido de que ha descubierto una nueva modalidad de delincuencia silenciosa. No es exageración: han sentado en el banquillo a ciudadanos cuyo gran atrevimiento consistió en rezar a la puerta de una clínica. Rezar. Ni empujar, ni increpar, ni levantar pancartas apocalípticas. Rezar en voz baja —alguno, incluso, con ese pudor antiguo que ya casi no se usa— y sostener un cartel que decía: “No estás sola, estamos aquí para ayudarte”. Qué violencia tan insoportable.

Desde la reforma penal del Gobierno, todo lo que huela a provida ha sido colocado en una especie de cordón sanitario jurídico. La ley nació con una intención clarísima: que nadie pueda recordar en voz alta, ni en voz baja, lo que supone un aborto. La imaginación es libre, pero hay que reconocer que pocos legisladores han sido capaces de lograr lo que este Ejecutivo: transformar un rezo en una forma de coacción. La alquimia democrática definitiva: convertir la conciencia en delito y el silencio en una amenaza. Kafka tomaría notas; Orwell, quizá, pediría la nacionalidad española.

El fiscal pide cinco meses de prisión —convertibles en trabajos comunitarios, como quien castiga a un reincidente del gamberrismo callejero— y la clínica reclama veinte mil euros por un “perjuicio” causado por las plegarias. Que la oración provoque daños indemnizables es un concepto fascinante que daría para tesis doctoral. A este paso, habrá que hacer seguros contra el rezo espontáneo.

Resulta que los acusados no hablaron con ninguna mujer, no obstaculizaron nada ni a nadie, y no hubo el menor signo de hostilidad. Pero eso, por lo visto, es irrelevante. Aquí no se juzga lo que se hizo, sino lo que se cree. Y eso sí que es una novedad grave: cuando el Estado empieza a escrutar la intención moral de los ciudadanos, la frontera entre democracia y tutela ideológica se vuelve peligrosamente delgada.

No es un caso aislado. El Observatorio OIDAC lleva tiempo denunciando que en Europa se ha instalado una alergia creciente a todo lo cristiano. No se trata solo de vandalismo de baja intensidad: hay una presión legal y cultural que opera como niebla densa. En España, por supuesto, vamos en vanguardia. Aquí procesamos rosarios antes que a ciertos ocupantes de callejones menos edificantes.

La Iglesia, fiel a su costumbre de no perder nunca la ocasión para una división interna, también ha aportado su particular banda sonora. Monseñor Planellas, con gesto grave, ha explicado que estas vigilias “banalizan” la oración. Alguien podría preguntarse qué banaliza más: rezar en silencio o asomarse al silencio de un Estado que empieza a considerar la oración un problema. Pero dejémoslo ahí, que la ironía tiene un límite (o eso dicen).

En el extremo contrario, Monseñor Argüello ha recordado lo que tantos prefieren olvidar: setenta y tres millones de abortos en el mundo cada año, cien mil en España. Una cifra que solo provoca debates cuando conviene al relato. El resto del tiempo, se guarda bajo la alfombra, bien plegada, sin arrugas.

Y en medio de esta situación tan pintoresca, hay una verdad incómoda que merece mencionarse con igual ironía: todavía existen católicos que siguen votando al PSOE. Lo hacen con una soltura admirable, como quien cree que la cuadratura del círculo es una posibilidad técnica pendiente de perfeccionarse. Mientras unos rezan a la intemperie y otros se enfrentan a un juez por hacerlo, ellos depositan su papeleta convencidos de que aquello no va con ellos. Un fenómeno espiritual curioso, mezcla de fe selectiva y obediencia partidista, que quizá algún día un sociólogo valiente se anime a explicar.

Lo inquietante, sin embargo, es el precedente. Si un rosario en silencio puede interpretarse como coacción, cualquier gesto de disidencia moral puede acabar enredado en el Código Penal. Hoy son los provida; mañana será quien objete, quien pregunte demasiado, quien recuerde verdades inoportunas. La ley ha quedado tan elástica que permite castigar lo que más molesta: la mera existencia del desacuerdo.

Nos venderán este juicio como prueba de modernidad, como una defensa heroica de los derechos de las mujeres, como el último avance de un progreso que nunca se sabe muy bien hacia dónde avanza. Pero hay un detalle revelador: en España, rezar por una madre y su hijo empieza a considerarse más peligroso que dejar ambos asuntos completamente solos.

Lo de Vitoria-Gasteiz no es un episodio judicial más. Es una fotografía social. Una en la que la oración molesta, la vida estorba y la conciencia se considera un residuo del pasado. Una época donde el Estado empieza a tutelar lo que uno piensa y vigila lo que uno cree. Y eso, por mucho maquillaje ideológico que se le ponga, nunca ha sido una buena señal.

Quizá dentro de unos años miremos atrás y digamos, con el gesto torcido: “Ahí empezó todo, cuando decidimos que rezar necesitaba permiso”. Y entonces recordaremos este juicio, no como un detalle pintoresco, sino como el primer síntoma visible de que algo importante dejó de funcionar mucho antes de que quisiéramos darnos cuenta.

Comentarios
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Álvaro De Castro
7 horas hace
Monseñor Planellas.. En serio todo un arzobispo defiende lo indefendible en lugar de posicionarse en el lado del nonato? Tremendo.. me parece una postura impropia de uno de los primados de España!!
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