Padre López Teulón: “No hubo ni una sola apostasía entre los mártires españoles”

Padre López Teulón: “No hubo ni una sola apostasía entre los mártires españoles”

El padre Jorge Teulón, uno de los mayores expertos en la historia de los mártires españoles, habla en exclusiva para Iglesia Noticias sobre su vocación, la persecución religiosa del siglo XX, la importancia de la memoria martirial y el desafío de transmitirla a las nuevas generaciones.

 El padre Jorge Teulón, sacerdote de la archidiócesis de Toledo y postulador de una de las causas de martirio más extensas de España, lleva más de dos décadas dedicado a investigar la vida y el testimonio de quienes dieron su sangre por Cristo en los siglos XIX y XX. Su vocación por esta misión nació de la obediencia sacerdotal, pero también de una historia profundamente personal marcada desde la infancia por el encuentro con testigos directos de la persecución religiosa y por el impacto espiritual de las beatificaciones que presenció desde joven.

En esta entrevista, el padre Teulón repasa los orígenes de su misión, revela datos poco conocidos sobre la persecución religiosa en España, desmonta mitos históricos muy extendidos y explica cómo se desarrolla, paso a paso, un proceso real de investigación para una causa de mártires. También reflexiona sobre los rasgos espirituales que más se repiten en ellos, la necesidad de preservar cada nombre y cada historia, y el desafío de transmitir este legado a los jóvenes de hoy. Finalmente, comparte el estremecedor testimonio de Santiago Mosquera, el adolescente de 16 años cuyo martirio recomienda conocer a todo joven.

Usted lleva muchos años investigando la vida de los mártires ¿Qué le llevó a dedicarse a esta misión?

La promesa de obediencia que hacemos el día de la ordenación. En 2002 me habían dado permiso para marchar a las misiones, a un hogar para niños huérfanos y con síndrome de Down en Guatemala. Aunque desde 2004 nuestra archidiócesis de Toledo atiende la prelatura peruana de Moyobamba, en aquel momento me permitieron marcharme a Guatemala por tres años.

Cuando faltaban menos de dos meses para irme —era el día de San Juan de Ávila— el obispo auxiliar, monseñor Juan José Asenjo, en nombre del cardenal Francisco Álvarez, me pidió que valorara si podía quedarme para atender una gran causa de canonización de los mártires de la persecución religiosa. Me dieron unos días para rezarlo, pero a los pocos días coincidí con el cardenal Álvarez Martínez y me dijo: “Ya le has dicho que sí a don Juan José”.

De aquel episodio han pasado ya 23 años.

¿Hubo alguna historia o testimonio que marcó un antes y un después en su vocación?

Siendo toda mi familia de Madrid desde generaciones, cuando yo nací mis padres tuvieron que trasladarse a Barcelona por motivos de trabajo. Allí hice la primera comunión y recibí la confirmación con siete años, aunque los recuerdos son vagos. Aun así, ya a los seis años estaba en mi parroquia, junto a mis hermanos, aprendiendo a ser monaguillo.

Mi párroco había perdido a su padre, asesinado por esconder al sacerdote del pueblo en su casa. Aunque era un hombre muy reservado, siempre me dio a conocer la vida de los mártires. Recuerdo que un día, subiendo a su pueblo para comer, ralentizó el coche, bajó la ventanilla y saludó con afecto a un hombre. Después de subirla me dijo: “Ese es el hijo del señor que mató a mi padre…”.

Todavía conservo el primer librito que leí sobre la persecución. Fue también mi párroco quien me dio a conocer la benemérita institución catalana Hispania Martyr, que tanto ha hecho por las beatificaciones de los mártires. Recuerdo cómo me sumergía en la lectura de sus boletines.

Más tarde se celebró en Roma la beatificación de las carmelitas de Guadalajara, las primeras mártires de esa época que subieron a los altares, en 1987. Mi párroco no quiso perdérselo. Los que tenían familiares mártires sintieron entonces un profundo regocijo interior, como si se tratara de los suyos. A partir de ahí, cada beatificación me fue dando a conocer nuevas historias.

¿Cuáles son, en su opinión, los aspectos más desconocidos de la persecución religiosa del siglo XX en España?

La esencia misma de los mártires. No se conocen bien sus vidas en la tremenda encrucijada que fue la década de los años 30: la Segunda República, la quema de conventos, el asesinato de los primeros mártires en octubre de 1934, y el holocausto de 10.000 católicos —la mayoría entre julio y diciembre de 1936—.

Y antes aún, la persecución del siglo XIX: tan solo en la noche del 17 al 18 de julio de 1834, asesinaron en Madrid a ochenta religiosos. Y al comenzar el siglo XX, la llamada Semana Trágica (26 de julio a 2 de agosto de 1909) en Barcelona y Cataluña, cuando ardieron decenas de conventos, iglesias y colegios religiosos.

Después de años de investigación, ¿todavía encuentra casos o testimonios que le sorprendan?

Sí, tanto por las historias de los mártires como por la crueldad que sufrieron. Hablamos de más de diez mil mártires, y siempre aparece algo que sobrecoge: historias de perdón, entrega en martirios horrendos, la dedicación en su ministerio. Hace unos días, investigando el caso de tres hermanos asesinados en Mascaraque (Toledo), leía cómo con ellos iban otros tres ancianos de 86, 79 y 87 años. ¿Qué delito podían tener personas tan mayores?

Y junto a esto, está el perdón de las familias. Como la madre de un congregante mariano de Villanueva de Alcardete, que dejó en su testamento misas por el alma del asesino de su hijo. Y por supuesto, como decía, en la crueldad y entereza de los martirios.

En varias ocasiones ha dicho que “no se puede perder ni un nombre ni una historia”. ¿Por qué es tan importante esta memoria para la Iglesia de hoy?

Por cómo entregaron sus vidas. Son historias de fidelidad y perseverancia, ninguno de los mártires, esperando siempre el juicio de la Iglesia, renegó de Cristo ni de la Virgen. No hubo ni una sola apostasía. Cuando hoy la mediocridad se hace tan patente, empezando por el propio clero, ¿cómo no tener presentes a quienes fueron párrocos, coadjutores, capellanes u obispos de tal diócesis o tal parroquia? Ellos se levantan como verdaderos ejemplos de santidad, que es a lo que hemos de aspirar. Y desde el cielo nos increpan, nos sacan los colores, mientras nos dicen: “Si nosotros pudimos en aquellas circunstancias, vosotros también podéis”. Y además, pensar que caminaron por nuestras calles, que recibieron o dieron sacramentos en nuestros templos, que predicaron y derramaron su sangre en lugares que conocemos… hace que su testimonio sea cercano y toque más profundamente.

En su experiencia, ¿qué grandes errores o mitos se repiten al hablar de la Iglesia en el periodo de la Guerra Civil Española?

El error o mito que más se repite al hablar de la Iglesia en el periodo de la guerra civil es la idea generalizada de que “nos lo merecíamos”. Un ejemplo claro aparece en unas jornadas celebradas en Barcelona en 2009, con motivo del centenario de la Semana Trágica: allí se afirmó que la Iglesia, después de aquellos sucesos, “aprendió” y se acercó más al mundo obrero y a los pobres. Pero eso es falso. Basta recordar que, meses antes de la Semana Trágica, el cardenal primado de España, Ciriaco María Sancha, murió el 28 de febrero de 1909 “viviendo pobre y pobrísimamente”, como dice su epitafio. Falleció de una neumonía después de haber estado repartiendo mantas y víveres por Toledo para socorrer a los pobres. Es decir, la Iglesia ya estaba entregada a los necesitados mucho antes de esos acontecimientos.

Lo mismo ocurre si miramos Cataluña en el siglo XIX: había más de veinte congregaciones femeninas dedicadas a obras sociales. Y este tipo de falsedades también se repiten en las vidas de los mártires, cuando se dice que “estaban al lado de los ricos” o que “se lo buscaron”. Seguimos dejándonos comprar ese relato, cuando la realidad histórica muestra lo contrario.

¿Cómo es el proceso real para investigar una causa? ¿Qué fuentes utiliza y qué dificultades suelen aparecer?

En el caso de los 290 sacerdotes de la archidiócesis de Toledo asesinados durante la persecución religiosa, partimos de un libro publicado en los años 40 cuyo autor, el sacerdote Juan Francisco Rivera Recio, nos da las pautas iniciales para comenzar la investigación. Lo primero es que queden absolutamente claros los motivos del asesinato, que deben ser única y exclusivamente por motivos de fe. Además, el tema del perdón es fundamental: debe aparecer en alguna declaración previa, cercana al martirio; durante el encarcelamiento, si lo hubo; o incluso en el mismo momento del asesinato. Ese perdón debe ser explícito.

Por ejemplo, cada uno de los 464 mártires que forman la causa de la que soy postulador tiene su propio expediente. Todo sigue un proceso riguroso establecido por la Iglesia para reconocer oficialmente la santidad de vida y, en el caso de los mártires, la entrega de la vida por Cristo. Este proceso se desarrolla en varias fases.

Primero es la apertura de la causa. Roma debe autorizarla mediante el nihil obstat (no hay nada en contra) para que un tribunal pueda investigar la vida, virtudes y circunstancias del martirio de los siervos de Dios. Durante la fase diocesana se recopilan documentos, testimonios y pruebas que acrediten el martirio. Todo ese material se organiza cuidadosamente en un expediente que luego se envía a Roma.

Allí, el Dicasterio para las Causas de los Santos examina todo lo recogido. Expertos en historia y teología estudian si la muerte fue aceptada y ofrecida como un auténtico testimonio de fe. Si confirman que los candidatos dieron la vida “por odio a la fe”, el Papa autoriza la promulgación del decreto de martirio y se procede a la beatificación.

La mayor dificultad en estas causas, 90 años después, es la falta de testigos.

¿Qué rasgos espirituales encuentra más repetidos en los mártires que usted ha estudiado?

La compasión, el perdón, la honestidad, la paciencia y la humildad aparecen muy marcados en la vida de los mártires. En unos se ve más acentuado un rasgo que otro, pero en todos se aprecia la misma claridad interior: estaban verdaderamente dispuestos a entregar la vida. El padre Santiago Cantera, OSB, en su libro Así iban a la muerte (2011), recoge cómo se despedían muchos de ellos: cantando en los camiones camino del martirio, pronunciando frases explícitas de perdón días o semanas antes, o incluso frente al pelotón de fusilamiento.

¿Por qué cree que es tan difícil transmitir a las nuevas generaciones la importancia de estas historias? ¿Qué herramientas podrían ayudar?

Yo no creo que sea difícil. Cuando hablas a los jóvenes de los mártires, y no solo de los nuestros, también de los de La Vendée, los del nazismo, la China comunista o los mártires actuales de Nigeria,  abren los ojos, abren la mente y se empapan de todo lo que les cuentas. Esa es mi experiencia.

El problema es que les llega poco. Es necesario que los sacerdotes sean la primera cadena de transmisión y que ese testimonio llegue a todos. La mejor herramienta es la propia vida de los mártires. E Internet ha ayudado muchísimo a darlos a conocer. Hoy hay tanto material sobre estos testigos de la fe que sirve para poner ejemplos en la predicación, para una hora santa… Y, por supuesto, recomendar y regalar libros de mártires.

Si pudiera elegir una historia concreta para que todo joven conociera, ¿cuál sería y por qué?

La del siervo de Dios Santiago Mosquera, un congregante mariano de 16 años de Villanueva de Alcardete, un pueblo de La Mancha toledana. Fue asesinado el 26 de julio de 1936. Lo fusilaron en grupo, junto a uno de los sacerdotes del pueblo, el siervo de Dios Eugenio Rubio Pradillo, y quedó tendido entre los cadáveres durante toda la noche. Se cree que quedó herido en la columna o en alguna otra zona no mortal que le impidió moverse. Esperó a que amaneciera.

Al amanecer oyó que alguien se acercaba: era el sepulturero, que había participado activamente en el fusilamiento de la noche anterior. Santiago le suplicó que lo llevara a casa con su madre: “¡Piedad, buen hombre, piedad!”. La respuesta del sepulturero es mejor silenciarla. Le obligó de nuevo a blasfemar contra Dios y contra la Virgen María. Santiago respondió que no podía hacerlo, porque era un pecado contra Dios. El sepulturero le advirtió que si no blasfemaba, lo mataría, y Santiago contestó: “Prefiero morir antes que ofender a Dios”. El asesino tomó un pico y, de un golpe, acabó con su vida. He tenido ocasión de exhumar su cuerpo y sostener su cráneo entre mis manos, con un agujero producido por un instrumento punzante compatible con un pico, como afirmó el forense.

Cuando contamos esta historia recordamos muchas veces que, en una sociedad tan llena de constructos falsos, Santiago podría haber pensado, después de haber sido fusilado: “ahora puedo permitirme blasfemar un poco para salvar la vida…”. Pero no lo hizo. Es impresionante el testimonio de este crío-hombre que sabía lo que era un pecado mortal y que tenía claro que lo que le esperaba era la vida eterna, mientras su naturaleza, lógicamente, suplicaba piedad y misericordia. Querer conservar la vida y, sin embargo, cuando se le exige, entregar hasta la última gota de sangre.

Comentarios
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Isabel
Ayer
Maravillosa entrevista a un gran sacerdote el padre Teulón
El testimonio del martirio de Santiago Mosquera es un ejemplo de Fe que conmueve hasta lo más hondo.
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Gonzalo Soriano
Ayer
La idea del Padre Teulón sobre los mártires españoles es clave para fortalecer nuestra identidad católica. En un mundo lleno de dudas y relativismos, conocer su valentía puede inspirar a las nuevas generaciones a mantener su fe. Es fundamental redescubrir su legado en la liturgia y la catequesis.
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