Una homilía inédita de Benedicto XVI ilumina el sentido profundo de la imagen del Cordero de Dios en la liturgia navideña y epifánica.
La Navidad de Jesús es también una epifanía, una manifestación de la unión nupcial entre Cristo y la Iglesia, en la que se entrelazan el relato de la natividad, la llegada de los Magos con sus dones, el bautismo en el Jordán del Cordero de Dios y el agua convertida en vino en las bodas de Caná.
Esta unidad se expresa con claridad en una antífona de la liturgia ambrosiana para la misa de la Epifanía: “Hoy la Iglesia se ha unido al Esposo celestial, porque en el Jordán Él lavó sus pecados. Acuden los Magos con dones a las bodas reales; y del agua convertida en vino se alegran los convidados. El soldado bautiza a su Rey, el siervo a su Señor, Juan al Salvador; el agua del Jordán se estremece, la Paloma da testimonio, la voz del Padre declara: Éste es mi Hijo, en quien he puesto mi complacencia, escuchadlo”.
Este florecimiento epifánico se condensa en la identificación de Jesús con el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1,29), actualización que tiene lugar en cada Eucaristía y que se introduce con las palabras del ángel en Apocalipsis 19,9: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”.
Una homilía de Benedicto XVI, inédita hasta hace pocos días, revela el significado profundo de esta imagen del Cordero de Dios y, por tanto, de la epifanía navideña. Fue pronunciada el 19 de enero de 2014 en el monasterio vaticano Mater Ecclesiae, donde el Papa emérito se había retirado tras su renuncia. Ahora ha sido publicada en el segundo volumen de sus homilías inéditas (2005-2017), editado por la Libreria Editrice Vaticana bajo el título “Dios es la verdadera realidad”.
En ella, Benedicto XVI parte de las palabras de Juan Bautista en el Evangelio según san Juan, que señalan tres elementos esenciales: el “Cordero de Dios”, la preexistencia de Jesús como Hijo divino y su capacidad para otorgar un nuevo nacimiento a los creyentes. Según el Papa emérito, estos tres aspectos condensan toda la fe cristológica: la redención del pecado, la divinidad del Redentor y el nuevo nacimiento espiritual junto con la vida litúrgica y sacramental expresada en la Eucaristía y el Bautismo.
El núcleo central se detiene en la expresión “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, una imagen que recorre toda la Sagrada Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. En este último libro Jesús aparece como Cordero en veintiocho ocasiones y se convierte así en centro definitivo de la historia humana.
Benedicto XVI analiza tres textos fundamentales para comprender esta figura: primero, el sacrificio de Isaac narrado en el Génesis, donde Abraham reconoce que “Dios mismo me provee el don”; después, la institución de la Pascua en el Éxodo, marcada por la sangre del cordero que libra a Israel; y finalmente, el cuarto cántico del Siervo sufriente en Isaías, donde aquel siervo es presentado como un cordero llevado al matadero y a su vez identificado con todos los corderos ofrecidos por Israel.
Bajo esta perspectiva, la muerte redentora de Jesús coincide con las inmolaciones pascuales realizadas entonces en el Templo de Jerusalén. Por ello “el verdadero cordero es Jesús”, único capaz no solo de liberar al hombre del pecado y la muerte sino también inaugurar una auténtica Pascua para toda humanidad.
Benedicto XVI reconoce que hoy resulta difícil comprender plenamente los misterios centrales como la Encarnación y Pascua. Por ello propone dos vías para aproximarse a ellos: primero, estar “marcados por la sangre del cordero”, es decir identificarse con los sentimientos mismos de Cristo; segundo, participar activamente en esa “masa buena” creada por su pasión —una comunidad espiritual fundada sobre su sacrificio— que sostiene a los fieles.
