Las palabras más repetidas de la exhortación apostólica Dilexi te (León XIV) confirman un programa espiritual y social centrado en los pobres.
El recuento léxico de la versión española ofrece una fotografía nítida del texto: sobresalen «pobres», «Cristo», «amor», «vida», «pobreza», «Iglesia», «Dios» y «social». No son meras repeticiones; dibujan una orientación: la exhortación apostólica parte de la confesión de Cristo y aterriza en la opción preferencial por los pobres, entendida no como un apéndice, sino como prueba de autenticidad del anuncio.
El campo semántico no deja lugar a dudas. La familia «pobre / pobres / pobreza» domina el texto y empuja a leer a los últimos como sujetos, no como destinatarios pasivos. En paralelo, la presencia constante de «Cristo / Jesús», «amor» y «vida» recuerda que el impulso no nace de un cálculo sociológico, sino de una experiencia de fe que, si es real, se traduce en cercanía concreta, en tiempo y en obras. La tríada «Iglesia, mundo, social» completa el cuadro: la fe no se encierra; se juega en lo público.
Esta constelación de palabras permite anticipar el tipo de decisiones que el documento alienta. Cuando la exhortación habla de los pobres, lo hace para sacar la reflexión de lo abstracto y conducirla a compromisos verificables: acompañamiento estable, formación y promoción que hagan posible el trabajo digno, la vida familiar protegida y el acceso a los servicios básicos. La caridad personal —insiste el texto— no sustituye la justicia; la sostiene, la humaniza y la mantiene en contacto con la carne del que sufre.
El análisis de las combinaciones frecuentes refuerza esa lectura. Varias aparecen con notable densidad: «preferencial pobres», «cuidado pobres», «amor Cristo». Son fórmulas que funcionan como bisagras: unen el corazón del mensaje con hábitos cotidianos de comunidad. Y una precisión que evita confusiones: cuando el documento cita al pontífice polaco lo hace como San Juan Pablo II; otras menciones de «San Juan» —Evangelista, Crisóstomo, Bautista o Juan de Dios— aparecen en contextos distintos y no deben desagregarse de forma artificiosa.
Leída así, la exhortación apostólica no propone un listado de eslóganes, sino un itinerario. Primero, recentrar la vida creyente: oración, sacramentos y escucha del Evangelio. Después, salir hacia los lugares donde la dignidad está herida: calles, barrios, hospitales, residencias, centros de migrantes. Y, en ese ir y venir, organizar la caridad para que no dependa de impulsos sueltos: equipos, horarios, coordinación con servicios sociales y sanitarios, memoria de resultados.
En la práctica, el lenguaje de la exhortación empuja a medir lo que importa. Si el texto insiste en «pobres» y en «cuidado», es razonable preguntar por tiempos de respuesta, continuidad de la atención, itinerarios de inserción, acompañamiento a cuidadores, y por la participación real de los propios pobres en la vida de la comunidad. No se trata de burocratizar la caridad, sino de darle cuerpo para que no se evapore.
El bloque léxico también delata una memoria viva. Aparecen referencias recientes del magisterio social y figuras clásicas de la tradición caritativa. No se busca sumar citas, sino situar la palabra «pobres» en una corriente larga, donde la Iglesia aprende a mirarse a sí misma desde el margen. De ahí que el texto enlace con naturalidad lo espiritual y lo social: la misma palabra que convoca a la adoración empuja a la puerta de al lado.
Otro rasgo llamativo del vocabulario es su sobriedad. No hay tecnicismos innecesarios ni sentimentalismo de brocha gorda. Las palabras pesan porque remiten a realidades reconocibles: hambre, enfermedad, soledad, precariedad, trata, desarraigo. Frente a ello, el documento combina responsabilidades: lo que corresponde a cada persona y lo que deben garantizar las instituciones, para que la ayuda puntual no cronifique la dependencia ni oculte la raíz de los problemas.
Así entendida, la insistencia en «Iglesia» y «social» no encierra una agenda encubierta, sino una invitación a cruzar umbrales. Cruzar el umbral del templo hacia la calle, y el de la calle hacia la comunidad; cruzar el umbral del prejuicio y el del aburrimiento pastoral; cruzar, en fin, de la comodidad a la misión. Por eso la palabra «vida» aparece con frecuencia: no sólo para hablar de la biografía del creyente, sino para nombrar la vida concreta de los que no han elegido su fragilidad.
En conjunto, la nube de términos deja un mensaje sencillo y exigente: si Cristo está en el centro, los pobres están en el centro. Todo lo demás —organización, cifras, planes— encuentra ahí su medida. Y si las palabras del documento suenan a veces repetidas, es porque la realidad que nombran no descansa.