El hermano del Papa León XIV relata el camino familiar que lo condujo al papado

El hermano del Papa León XIV relata el camino familiar que lo condujo al papado

El testimonio de John Prevost traza el camino íntimo y familiar que llevó a su hermano desde el seminario menor y las misiones en Perú hasta convertirse en el Papa León XIV.

John Prevost recuerda que la despedida en el viaje de regreso desde Holland, en Míchigan, hasta Chicago estuvo marcada por las lágrimas. Sólo entonces tomó conciencia real de que su hermano se marchaba al seminario menor y de que aquella separación ya era definitiva.

Décadas después, durante una visita a Roma en octubre, le impactó un gesto que interpretó como un punto de inflexión. El Papa León XIV le devolvió la llave de su casa, que durante años había conservado por si coincidía en la ciudad y él no se encontraba allí. John lo vivió como la confirmación de que “se ha acabado” y de que su hermano ya no les pertenece sólo a ellos, sino al mundo.

Según explicó, no hubo ninguna ceremonia alrededor de ese momento. Su hermano le entregó un vale regalo que no podía usar y, junto a él, la llave, sin añadir nada más. Ese silencio, añade, reforzó la sensación de cierre de una etapa iniciada con el viaje al seminario: la conciencia de que “ya no es nuestro, se va al mundo”. En la familia nunca dudaron de la vocación sacerdotal de Robert Francis, aunque John admite que jamás le preguntó directamente si estaba seguro de lo que quería hacer, de modo que desconoce si tuvo en algún momento dudas interiores sobre su llamada.

Durante los años en Villanova, continuaron las visitas de verano, aunque el tiempo juntos fue escaso porque todos trabajaban en empleos estivales. El futuro pontífice trabajó en una tienda de recambios para barcos, motores y hélices, un empleo que mantuvo durante toda la etapa universitaria. Tras Villanova, Robert marchó a Roma para continuar sus estudios y, posteriormente, fue enviado a la misión agustiniana de Chulucanas, en Perú. Según John, la pobreza que encontró allí le marcó profundamente y le acompañó desde entonces la conciencia de que hay personas que, además de ser pobres, carecen de voz en el mundo, y que uno de sus objetivos fue siempre dar voz o representar, desde lo que hace, a quienes no la tienen.

Sobre la vida eclesial en Perú, John recordó que su hermano describía aquella realidad como una especie de “iglesia bebé”, una iglesia que se estaba desplegando poco a poco en los lugares donde trabajaba. También solía llevar a casa regalos que le ofrecían allí, explicando su significado y, con ello, aspectos de la cultura local. Durante los once años de su primera etapa en Perú, John percibió cambios en su modo de relacionarse: lo veía distinto en el trato con los demás, más consciente del sufrimiento ajeno, hasta el punto de que experiencias como ver el hambre le llevaron a considerar un desperdicio actividades que antes disfrutaban juntos —como ir al barco a jugar— y a decir que había cosas mejores en las que gastar el dinero.

La enfermedad y muerte de su madre, a causa de un cáncer que se prolongó mucho más de los seis meses inicialmente previstos gracias a un tratamiento experimental, supusieron para Robert un periodo duro de viajes de ida y vuelta entre Perú y Estados Unidos. John relató que, siempre que podía, su hermano regresaba a casa y que, cuando se acercaba el final, se aseguró de estar presente, permaneciendo con su madre día y noche para que no estuviera sola. Años después, cuando su padre también murió de cáncer, Robert estuvo igualmente cerca y fue él quien llamó a John desde el hospital para comunicárselo.

Una vez fallecidos ambos padres, Robert siguió viniendo en verano o en sus tiempos libres, pero John se negó a que se alojara en su casa, recordándole que había ingresado en una orden religiosa.

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