¿Qué hace un cristiano celebrando Halloween?: La Iglesia distingue la santidad del culto a lo macabro

¿Qué hace un cristiano celebrando Halloween?: La Iglesia distingue la santidad del culto a lo macabro

La cercanía de fechas confunde tres realidades distintas: la noche del 31 de octubre (Halloween), el 1 de noviembre (Todos los Santos) y el 2 de noviembre (Fieles Difuntos). Exponemos aquí su origen y sentido, por qué no son equivalentes y por qué Halloween no es, propiamente, “nuestro” día. Incluidmos criterios del Catecismo, respuestas a objeciones frecuentes y propuestas concretas para vivir la víspera, la solemnidad y el día de sufragio —con mención de “Holywins”— en clave de fe, evitando el tono lúdico-macabro.

Halloween nació como una reinterpretación popular de la «víspera de Todos los Santos» (All Hallows’ Eve) sobre antiguas costumbres célticas vinculadas al Samhain, que marcaba el fin de la cosecha y el comienzo del invierno. Con el paso del tiempo, especialmente en los países anglosajones, derivó en un fenómeno lúdico y comercial centrado en disfraces, sustos y estética macabra, con frecuencia desvinculado del sentido cristiano original de la víspera.

Por esta razón, la Iglesia recuerda que Halloween no tiene carácter litúrgico y advierte contra la trivialización de la muerte o el acercamiento a lo oculto. El Catecismo, en los números 2110 y 2116-2117, condena la superstición, la adivinación y toda práctica relacionada con lo paranormal, contrarias al primer mandamiento. En consecuencia, toda estética espectral u ocultista resulta incompatible con una preparación auténtica para la solemnidad del día siguiente.

En cambio, la Solemnidad de Todos los Santos, celebrada el 1 de noviembre, exalta a los canonizados y a los santos anónimos, proclamando la comunión de los santos: la unión viva entre Cristo y sus miembros en el cielo, en la tierra y en purificación. Este día no mira a lo tenebroso, sino a la plenitud de la santidad. La celebración incluye la Misa solemne con lecturas centradas en las Bienaventuranzas, y constituye una invitación a imitar a quienes han alcanzado la meta del Evangelio.

Por su parte, la Conmemoración de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre, es un día de oración y sufragio por quienes han partido, confiándolos a la misericordia de Dios. Se visitan los cementerios y se realizan obras de misericordia espiritual. Como señaló Benedicto XVI: “La Iglesia nos invita a rezar por nuestros queridos difuntos y a visitar sus tumbas en los cementerios”. Mientras el 1 se celebra la victoria de los santos, el 2 se intercede por los que aún esperan; ambos días forman un díptico de fe que Halloween no comparte ni puede sustituir.

En este contexto, Halloween no es “nuestro día” por razones claras. Desvirtúa la preparación espiritual propia de la víspera, orientada a la santidad y no a lo macabro. Además, banaliza la muerte —que para la fe cristiana es tránsito y esperanza, no espectáculo— y promueve prácticas contrarias al Evangelio, como el juego con lo oculto o la invocación de espíritus. Frente a la profundidad de las celebraciones cristianas, Halloween ofrece un sucedáneo cultural vacío de contenido teológico.

Algunos sostienen que Halloween “solo es una fiesta inocente para niños”. Sin embargo, la Iglesia recuerda que los signos educan: lo que se celebra moldea el corazón. Aunque existan disfraces neutros, la estética predominante —terror, brujería o muertos vivientes— transmite una visión distorsionada de la muerte y de lo espiritual. Por ello, la prudencia y la formación de la conciencia invitan a discernir qué construye y qué degrada.

De hecho, la Iglesia no tiene un “día de los muertos” en sentido festivo. El 2 de noviembre no celebra la muerte, sino la esperanza en la resurrección. Se ora por los difuntos en clave de caridad y comunión, en una actitud radicalmente distinta del tono lúdico y macabro. Además, la mera antigüedad de un rito no lo legitima como cristiano: el fenómeno contemporáneo de Halloween es esencialmente secular y comercial, ajeno a la expresión de la fe.

Como alternativa, la Vigilia de Todos los Santos, el 31 de octubre, propone adoración eucarística, rezo de vísperas y lectura de vidas de santos. En muchas parroquias se celebra también “Holywins” —la santidad vence—, donde los niños se disfrazan de santos, comparten testimonios y se preparan con alegría para la solemnidad. Numerosas diócesis españolas mantienen viva esta iniciativa como forma auténticamente cristiana de vivir la víspera.

Finalmente, la Misa de la Solemnidad del 1 de noviembre y la conmemoración del 2 ofrecen al creyente un itinerario espiritual completo: encomendar a la familia a la intercesión de los santos, orar por los difuntos, visitar el cementerio y obtener indulgencias según las condiciones habituales. Así se expresa la comunión real entre vivos y muertos en Cristo.

La Iglesia enseña a vivir cada fecha según su naturaleza: alegría y esperanza el 1 de noviembre; caridad y oración el 2. No se trata de puritanismo, sino de coherencia. Halloween no sustituye estas celebraciones, aunque puede dar paso a una víspera cristiana bien vivida. En el corazón del creyente, la santidad vence.

Comentarios
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Alicia Suárez
4 dias hace
La celebración actual de Halloween desafía la identidad cristiana y la educación en valores promovida por la Iglesia. Al trivializar la muerte y acercarse a lo oculto, se desvía de la espiritualidad de Todos los Santos y Fieles Difuntos, distorsionando la comprensión del tránsito hacia la vida eterna. Es fundamental redescubrir el significado de estas festividades.
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