La Asunción de la Virgen María: historia, dogma y devoción mariana
La Asunción de la Virgen María: historia, dogma y devoción mariana

Hoy, 15 de agosto, la Iglesia Católica celebra la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, una de las fiestas marianas más importantes del calendario litúrgico. Este día conmemora la creencia de que María, la madre de Jesucristo, fue llevada en cuerpo y alma al Cielo al término de su vida terrena. Se trata de un dogma de fe para los católicos –compartido también por la tradición de las Iglesias orientales bajo el nombre de Dormición de María– que afirma que la Madre de Dios no sufrió la corrupción del sepulcro, sino que fue glorificada plenamente junto a su Hijo. Conviene no confundir este misterio con la Ascensión de Jesús: en la Ascensión, Cristo sube por su propio poder, mientras que en la Asunción María es elevada por el poder de Dios.

La festividad de la Asunción tiene raíces muy antiguas. Comenzó a celebrarse en Oriente desde el siglo VI, cuando el emperador bizantino Mauricio instauró una fiesta el 15 de agosto en honor a la Dormición de María. Aproximadamente medio siglo después, esta devoción pasó a Occidente: en Roma, el Papa Sergio I (687–701) ya había dispuesto procesiones para solemnizar la fiesta. Inicialmente se hablaba de la Dormición de María, pero hacia el siglo VII el nombre de la celebración cambió a “Asunción”, poniendo el acento en la entrada corporal de María en la gloria celestial. Desde entonces, cada 15 de agosto los fieles conmemoran este triunfo de Dios en María, una tradición ininterrumpida que se extendió por toda la cristiandad.

El dogma de la Asunción y su significado

Aunque la creencia en la Asunción de la Virgen estuvo presente durante siglos en la fe del pueblo cristiano, no fue definida formalmente como dogma sino hasta el siglo XX. Tras recoger el sentir unánime del episcopado mundial, el Papa Pío XII proclamó solemnemente el dogma de la Asunción el 1º de noviembre de 1950. En la constitución apostólica Munificentissimus Deus definió que “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Con esas palabras, la Iglesia confirmaba como verdad revelada que la Virgen participa ya plenamente de la victoria de Cristo sobre la muerte.

El dogma de la Asunción –al igual que el de la Inmaculada Concepción proclamado en 1854 por Pío IX– recogió una larga tradición de fe. Textos antiguos y sermones de Padres de la Iglesia atestiguan la convicción de que el cuerpo de María no podía quedar en la tumba. Por ejemplo, el relato transmitido en el Concilio de Calcedonia (año 451) cuenta que, tras la muerte de la Virgen en presencia de los apóstoles, su sepulcro fue hallado vacío, lo que llevó a concluir que Dios la había llevado al Cielo. Este tipo de testimonios, aunque proceden de escritos apócrifos, reflejan el sensus fidei del pueblo cristiano: Dios quiso preservar a la Madre de Jesús de la corrupción del cuerpo, honrándola así como Arca de la Nueva Alianza.

Para los católicos, la Asunción de María tiene una profunda significación espiritual y escatológica. El Catecismo enseña que “la Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”. Es decir, lo que María ya vive en cuerpo y alma glorificados representa la esperanza de nuestro propio destino futuro. En palabras del Papa San Juan Pablo II, mientras todos los demás seres humanos aguardan la resurrección de sus cuerpos al fin de los tiempos, en María esa glorificación corporal se anticipó por un singular privilegio. Ella es, así, primicia de la humanidad redimida: su Asunción nos recuerda el destino final al que estamos llamados y renueva la confianza en la vida eterna.

Santos ejemplares en la devoción a María

A lo largo de la historia, innumerables santos han sido profundamente devotos de la Virgen María, viéndola como madre, protectora y modelo perfecto de seguimiento de Cristo. Existe un dicho teológico que afirma: “De María, nunca es suficiente” – indicando que nunca amaremos demasiado a la Virgen, porque jamás podremos igualar el amor que Jesús mismo le tuvo. San Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad con ardiente amor mariano, lo expresó claramente: “Nunca tengas miedo de amar demasiado a la Virgen. Jamás podrás amarla más que Jesús”.

Varios santos consagraron toda su vida y obras a la Virgen. San Luis María Grignion de Montfort, célebre por su Tratado de la Verdadera Devoción, enseñaba que “a quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María”. Siguiendo esa escuela espiritual, San Juan Pablo II tomó como lema de su pontificado las palabras Totus tuus, Maria, indicando su entrega total a la Madre de Dios. También santos como San Bernardo de Claraval predicaban inflamados sermones sobre María –a él se le atribuye la exhortación: “Mira a la Estrella, invoca a María”. El Padre Pío de Pietrelcina recomendaba con sencillez filial: “Cuando pases ante una imagen de la Virgen, dile: ‘Te saludo, María. Saluda a Jesús de mi parte’”.

Los papas y su amor por la Virgen

La devoción mariana ha estado siempre en el corazón de los papas, quienes la han promovido tanto en la doctrina como en la piedad popular. Pío XII no solo definió el dogma de la Asunción en 1950, sino que en 1954 instituyó la fiesta de María Reina y consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. Antes que él, el beato Pío IX había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción en 1854.

San Juan Pablo II se distinguió por su profunda devoción a la Virgen. Además de consagrar a María su pontificado, atribuyó a su protección materna haber salvado su vida durante el atentado de 1981, el 13 de mayo, fiesta de la Virgen de Fátima. En señal de agradecimiento, ofreció la bala extraída de su cuerpo al santuario de Fátima, donde quedó incrustada en la corona de la imagen.

El Papa Francisco, continuador de esta tradición mariana, puso su ministerio bajo la protección de María desde el inicio de su pontificado. Al día siguiente de ser elegido acudió a la Basílica de Santa María la Mayor para ofrecer flores a la Virgen, y encomienda cada viaje apostólico a la Salus Populi Romani.

Fervor mariano en el pueblo y en figuras públicas

La devoción a la Virgen María no es solo patrimonio de santos y papas, sino que abarca al pueblo sencillo e incluso a personas públicas de todos los ámbitos. En países de raigambre católica, es común ver procesiones, romerías y santuarios abarrotados. En España, la advocación de la Virgen del Carmen goza de enorme arraigo popular.

Muchas personalidades conocidas han manifestado abiertamente su devoción. El futbolista David Silva, tras ganar el Mundial 2010, cumplió la promesa de peregrinar al santuario de la Virgen del Carmen de su pueblo. El actor Antonio Banderas, por su parte, participa cada año como cofrade en las procesiones de Málaga y mantiene su devoción a la Virgen incluso cuando está de rodaje en el extranjero.

María, signo de esperanza para el mundo de hoy

En pleno siglo XXI, la devoción a la Virgen María sigue viva y vigente. La fiesta de la Asunción invita a contemplar la gloria que Dios otorgó a María y a renovar nuestra fe en las promesas de Cristo. En María asumpta vemos el destino que nos aguarda si perseveramos: “donde está Ella, estaremos también nosotros”.

Millones de fieles acuden en este día a las iglesias para honrar a la Virgen en su Asunción, rezan himnos como el Ave María y el Magníficat, elevan plegarias por la paz y renuevan consagraciones. La Asunción es una fiesta de la esperanza: la certeza de que la última palabra no la tiene la muerte, sino Dios que exalta a los humildes.

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